Capítulo XXVII

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Los adoquines de piedra oscura contrastaban con los tonos claros de las edificaciones que rodaban la Piazza della Signoria, a pesar de encontrarse atestada de turistas, la belleza del entorno no se veía opacada

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Los adoquines de piedra oscura contrastaban con los tonos claros de las edificaciones que rodaban la Piazza della Signoria, a pesar de encontrarse atestada de turistas, la belleza del entorno no se veía opacada. La arquitectura de la ciudad, el arte renacentista y, sobre todo, los olores que emanaba la antigüedad del lugar trasladaban a Leslie tiempos remotos, un mundo extinto que solo existía en los libros de historia.

La artista llevaba una semana en Florencia, rodeada de todo lo que soñó conocer y que nunca esperó alcanzar. Andreas, Annabella y su prometido, Fabrizzio, la llevaron a recorrer todo lo que ella quisiera e incluso, una que otra cosa más que no tuviera contemplado. Jamás había sido tan feliz en su vida, todos sus problemas parecían insignificantes en ese país junto a la persona que iluminaba sus días.

Se olvidó del cáncer, de Jasón y lo que tendría que enfrentar cuando volviera, de hecho, se planteó incluso no volver, aunque sabía que huir a ese maravilloso país, no haría que su enfermedad se quedara en América.

—¿Va tutto bene, principessa? *—le preguntó Andreas apretándola contra su pecho con el brazo que mantenía sobre sus hombros, luego besó su cabeza con ternura.

—¿No podemos quedarnos aquí? —murmuró enterrando la cabeza en su pecho y devolviéndole el abrazo, su risa ronca la hizo vibrar.

—Espera que conozcas Bérgamo, no tiene nada que envidiarle a Florencia —volvió a besar su cabeza, pero esa vez bajó su brazo hasta su espalda baja y comenzó a acariciarla lentamente—. Se parece mucho, pero más pequeño, además está muy cerca de Milán; quizás no tenga la misma vibra de Nueva York, pero no deja de ser atractivo para los artistas..., también es un excelente lugar para empezar una familia...

La última oración brotó de sus labios inconscientemente, al igual que Leslie, Andreas estaba extasiado por volver a su país, estar entre los suyos, compartir con su familia y, sobre todo, cumplir el sueño de su pareja lo tenía perdido en otro plano diferente al planeta tierra, tanto, como para soltar ese tipo de comentarios sin pensarlos primero. Detuvo sus caricias de golpe al sentir como el abrazo de Leslie se tensaba en su cintura, «bel lavoro, idiota»* masculló para sus adentros.

—E-Eh, lo que quiero decir es que... —la lengua se le enredó y la mente se le quedó en blanco, así que escupió lo primero que se le ocurrió para intentar remendar el daño—. Me crie allí y, si es un buen lugar para formar una familia, no me refiero a nosotros, no, claro que no..., no quiero decir que no quiera una familia contigo, porque si quiero, pero...

Leslie se separó de él mientras que era víctima de ese vómito verbal ocasionado por los nervios; la chica era incapaz de descifrar lo que estaba sintiendo en ese momento. Cuando estaba con Jason jamás pasó por su cabeza formar una familia junto a él. Odiaba la monotonía y la rutina, sí, pero de igual manera terminó viviendo en los suburbios a su lado por suficientes años como para no contarlos.

El ocaso entre nosotros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora