Capítulo XXXIV

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El bullicio citadino y los típicos aromas de Nueva York no eran algo que Leslie extrañara, sobre todo con los malestares del embarazo en pleno apogeo

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El bullicio citadino y los típicos aromas de Nueva York no eran algo que Leslie extrañara, sobre todo con los malestares del embarazo en pleno apogeo. Durante todo el camino del aeropuerto al apartamento de Amanda, se la pasó soportando las náuseas que los olores le provocaban, deseando con todas sus fuerzas que al cerrar los ojos pudiera abrirlos en Bérgamo.

—¿Nueva York siempre apestó tanto? —masculló hundiendo su nariz en un pañuelo impregnado con el perfume de Andreas.

—Supongo —contestó Andy pasándole un brazo sobre los hombros para atraerla hacia él—. ¿Cómo vas?

—Creo que podré llegar al apartamento sin vomitar —se hundió en su pecho e inhaló profundo.

—¿No crees que deberíamos ir a casa primero?, estarías más cómoda y...

—Andreas, estoy embarazada, no soy de cristal. Son solo nauseas, ya hablamos de esto, debo ir por mis cosas y tú al hospital, no dejaré que hagas todo solo —el aludido resopló, era inútil discutir con ella de aquel tema, últimamente su humor estaba tan volátil como una bomba contra reloj y reconocía, que lo mejor era mantener la calma y seguirle la corriente.

El taxi se detuvo frente del edificio de Amanda, el chofer los ayudó a bajar las maletas que Andreas se montó encima, sin dejar que Leslie siquiera cargara ni la más mínima mochila. El mal humor de su novia era evidente, estaba cansada de los malestares y todas sus atenciones, sin embargo, mantuvo la boca cerrada y los brazos cruzados durante todo el trayecto.

La manera en que fruncía el ceño y mordía sus mejillas, le dieron una clara idea a Andreas de lo que estaba ocurriendo, no obstante, en vez de irritarle o frustrarle los pequeños berrinches que hacía, a Andy le resultaba tierna su resistencia a dejarse ser consentida por él, incluso le daba un poco de gracia su reciente actitud infantil.

—¿Escuchaste eso? —susurró Leslie a unos metros del apartamento de Amanda, casi como para reafirmar sus palabras, gritos cargados de odio y golpes se escucharon con más fuerza.

—¿Viene del apartamento de Amanda? —sin pensarlo dos veces Leslie corrió a la puerta, con Andreas pisándole los talones. Mientras buscaba la llave, los gritos cesaron, pero los golpes continuaban; con manos temblorosas la chica logró abrir la puerta.

Leslie ahogó un grito al ver a su mejor amiga semidesnuda, teniendo relaciones sexuales sobre la mesa del comedor con ese hombre de cabeza rapada y más tatuajes en su torso que piel virgen. Al verse descubiertos, Amanda soltó un gritito mientras empujaba a Sebastian a golpes y bajaba de la mesa para cubrirse con los restos de su ropa.

—Pero ¿qué...? —exclamó Andreas observando la escena tras Leslie.

—¡¿Les?! ¡Pensé que llegabas mañana! —chilló Amanda, arrojándole al hombre la ropa—. No es lo que creen, chicos —dijo con una sonrisa nerviosa.

El ocaso entre nosotros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora