Capítulo XLII

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Viendo por la ventana del coche, con la mirada perdida entre la selva de concreto e infinidad de transeúntes; Leslie añoró lo que la noche significaba para ella hace casi dos años antes, cuando el supuesto cáncer aún no había llegado a su vida

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Viendo por la ventana del coche, con la mirada perdida entre la selva de concreto e infinidad de transeúntes; Leslie añoró lo que la noche significaba para ella hace casi dos años antes, cuando el supuesto cáncer aún no había llegado a su vida.

Cuando caía el sol en esos días, la luna era anunciante de nuevas oportunidades. Usualmente, Leslie se preparaba para ir a la galería con Amanda para poder exhibir sus obras y en el mejor de los casos intentar convencer a posibles compradores. Definitivamente amaba su vida anterior, esa donde su seguridad y confianza no habían sido sofocadas.

Observando en silencio a las personas que transitaban con libertad en medio de la oscuridad, un inevitable escalofrío le recorrió la espina. Ya habían pasado casi seis meses desde el secuestro y todavía no era capaz de dejar de temblar, cada vez que caía la noche.

En su mente, solo se repetía el mismo pensamiento, «¿Cómo puedo estar a salvo, si cualquier persona podría ser un psicópata oculto tras una sonrisa?» Y es por ello, que los cinco meses posteriores al traumático suceso, Leslie se había negado a hablar del tema. No confiaba en ningún terapeuta y contarle a sus amistades o pareja lo que en realidad había ocurrido, no era una opción.

Leslie se convenció de que callar era lo mejor y que eventualmente, su subconsciente lo olvidaría y volvería a ser la misma, pero se equivocó. El silencio poco a poco se estaba convirtiendo en una bola de nieve, una que cada noche crecía con cada nueva pesadilla.

Todas las noches veía a Jason en sus sueños. La golpeaba, torturaba y en sus últimas pesadillas, le clavaba un puñal en su vientre abultado. Por más que intentara convencerse de que el psicópata de su ex novio había muerto y que ya nada podía lastimarla como él lo había hecho, no lo lograba. Su secuestrador se había metido muy profundo en su piel, tanto, que inconscientemente cada vez que veía a los transeúntes, solo buscaba su rostro en cada hombre con el mismo color de piel.

Casi como si su hija quisiera distraerla de aquel enfermizo juego, una fuerte patada consiguió traerla de nuevo a la tierra.

—¿Fue una contracción? ¿Me detengo? —dijo Andreas.

El italiano tomó su mano e intentó no distraerse del camino mientras conducía. Leslie aún jadeaba, recuperándose del intenso dolor.

—No, estoy bien, solo fue una patada.

—¿Tan fuerte?

—No lo fue tanto —mintió.

—Cariño, gritaste y enterraste tus uñas en mi muslo...

—No fue una contracción, Andreas. Todavía queda una semana, aún no puedo tener contracciones —masculló.

—Amore, ya te lo he dicho, es común que los partos primerizos se adelanten, si te dolió debes decirme...

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⏰ Última actualización: Mar 15 ⏰

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