Encerrada entre esas cuatro paredes, sin más luz que un foco luminiscente que colgaba del techo; Leslie perdió todo control del tiempo. Para ella, un día, horas, semanas, todo parecía lo mismo, un infierno.
Sabía que había visto a Jason dos veces al día aproximadamente, pero la verdad era que había dormido tanto, que él pudo llevarle la comida en las madrugadas o tardes, apenas cuando la encontrara despierta.
Para su suerte, su secuestrador estaba cumpliendo su palabra de esperar hasta que se recuperara, ya que no había vuelto a intentar aprovecharse de ella. Su vida en cautiverio poco a poco se transformaba en una rutina, una dónde Jason la visitaba para llevarla al baño y alimentarla con dedicación.
Jason casi ni hablaba cuando la visitaba, solo cumplía con sus tareas y se deleitaba con su figura cada vez que la acompañaba al baño; eso estaba bien para Leslie, quien no se sentía lista para entablar ninguna conversación con la persona que se empeñaba en destruir su vida.
Sin embargo, en una de esas visitas, su secuestrador llegó de un excelente humor, tanto que no dejaba de parlotear y buscarle conversación.
—Ya falta poco, mi amor —anunció cuando la cubrió con la bata de baño—. Sé que esto no es lo ideal, pero es momentáneo, ya lo verás, en unas semanas estaremos del otro lado de la frontera bajo el sol mexicano.
Leslie se encogió de hombros bajo la bata, intentando ocultar los escalofríos que le ocasionaban sus palabras.
—Seremos finalmente felices, ya lo verás, tendremos una casa en la playa y...
—Jason —lo interrumpió, con ambas manos hechas puños a sus costados para contener los temblores— ¿Cómo pretendes que lleguemos a la frontera?
El aludido la guio con cariño hasta la habitación, riéndose ante tal pregunta.
—Mi amor, de la misma forma que te saqué de Nueva York, todo es posible con dinero.
—¿Incluso eludir a los federales?
Leslie sabía que no debía contradecirlo, pero ya estaba cansada de verlo, escucharlo y fingir que todo estaba bien.
—Por supuesto, cariño. Ya verás, tendremos una gran vida cuando salgamos del país.
—Te olvidas de que estoy enferma —masculló.
Leslie ya estaba más que segura de que Jason fue la mente maestra tras su enfermedad, sin embargo, debía intentar la carta de fingir que no sabía nada sobre ello. Quizás si él pensaba que ella todavía se creía enferma, tuviera un poco más de consideración o continuaría con aquella farsa.
—Puedo morir en menos de un año, ¿recuerdas? —añadió con inocencia.
Jason se llevó una mano al mentón, mientras que caminaba por la habitación con la mirada clavada al suelo.
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El ocaso entre nosotros.
RomansaLeslie es una artista en auge que adora su libertad e independencia. Su mayor defecto es que cuando ama lo hace con tanta intensidad que no se da cuenta que a veces el amor también puede ser peligroso. Andreas es un doctor que sueña con formar una...