Capítulo XXII

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Sus dedos martilleaban el escritorio, justo allí donde reposaba el desdichado expediente que había leído y releído unas cuarenta veces

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Sus dedos martilleaban el escritorio, justo allí donde reposaba el desdichado expediente que había leído y releído unas cuarenta veces. Bebió de un golpe la copa de whiskey que se encontraba al lado de la botella vacía, no era un hombre de bebida, su profesión no se lo permitía mucho, sin embargo, allí estaba una noche más, con la tercera botella de la semana.

Tampoco era hombre de sufrir de insomnios, ni problemas de sueño, no importaba cuanto estrés lo acosara laboral o personalmente, siempre dormía como un bebe, a excepción de las últimas semanas, donde llevaba días sin poder pegar un ojo.

«¿Para esto estudie medicina?» meditó resoplando, sin poder soportar ni un minuto más la culpa que lo carcomía. Siempre pensó que no tenía conciencia, al menos no le importaba tenerla siquiera. Disfrutaba de su vida sin arrepentimientos, usaba a las mujeres que se cruzaban en su camino y se aprovechaba de uno que otro paciente con dinero, para que gastara adicional en los tratamientos.

Había hecho muchas cosas malas en su vida, estaba consiente de eso, no obstante, nada igual a esto. Ver el terror en los ojos de Leslie, su aspecto ceniciento, más similar a un cadáver que a la hermosa mujer que alguna vez fue, lo consternó de una manera que ni él mismo se imaginó.

Su vida se escapa entre sus dedos poco a poco, solo por un capricho y la avaricia de un doctor corrupto, que hace muchos años se comprometió a no lastimar. Se cuestionaba todas las noches, por qué había aceptado tal maquiavélico plan, ni todo el dinero del mundo, podría borrar de su mente la culpa de acabar con una vida inocente.

«¿Qué hago?, ¿qué hago?, ¿qué hago?» todas las noches se preguntaba lo mismo, mientras leía el expediente observaba la foto de Leslie y, como todas las noches, no encontraba respuesta a su pregunta. «Debería irme del país» otra idea que lo atosigaba constantemente, sin embargo, era mitigada por la lógica, que le decía que no habría manera de escapar de Jason, si era capaz de maltratar de esa manera a su novia, alguien a quien decía amar, ¿qué sería capaz de hacerle a él?

Unos golpes fuertes en la puerta de su apartamento lo sacaron de sus cavilaciones, observó el reloj empotrado en la pared de su pequeña oficina improvisada y frunció el ceño, no esperaba visitas y mucho menos, a las dos de la mañana.

Se incorporó de mala gana, cuando los golpes fueron más frecuentes y demandantes, no pudo negar que la curiosidad lo invadía, ya que nadie había llamado a su telefonillo, quizás podría ser algún vecino, con alguna urgencia médica o algo similar.

—¡Treviño!, ¡abre la maldita puerta, sé que estas allí! —detuvo su mano a unos centímetros del pomo de la puerta, siendo atravesado por un tempano de hielo, al reconocer la voz furiosa de Jason—. ¡Vi tu coche en el estacionamiento! ¡Abre la maldita puerta o te arrepentirás!

Lo había evadido satisfactoriamente muchas veces en las últimas semanas, sabía lo cabreado que estaba su amigo y lo peligroso que podía ser en ese estado de ánimo, pretendía darle tiempo para que se calmara un poco, como si eso fuera posible.

El ocaso entre nosotros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora