La cena

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—¿Pensabas decírmelo en algún momento? —Becky le preguntó a Billy mientras se dirigían camino a su departamento. —Si yo no los hubiese descubierto, ¿me lo hubieras dicho?

—Bueno. Tal vez tu Padre te lo hubiera dicho.

—¿Quién es ese tal Daniel?

—No sé.

—¿De dónde se conocen mi padre y él?

—No sé.

—¿Entonces por qué querría hacer negocios con él? ¿Y qué clase de negocios?

—¡No se Becky! —Billy gritó apartando la vista del camino por unos segundos. La primera vez que su novio le gritaba en casi tres años. —Mira, no creo estar en el lugar para responder ese tipo de dudas que tienes. Yo solo estaba ahí porque me obligaron. —Le aclaró ya un poco más calmado mientras se estacionaba frente al edificio en donde Becky vivía.

—No te molestes en venir esta noche. —El orgullo es una de las cualidades más despreciables que tenía. A ella no le gritaban, es especial un tonto como lo era Billy, que ni siquiera era capaz de responder coherentemente a sus preguntas y probablemente nunca lo hubiera hecho si ella no hubiese descubierto de que se trataba en parte toda esa situación. Abrió la puerta del auto y con un fuerte portazo se alejó de él lo más que podía, no estaba en humor para hablarle y mucho menos como para despedirse correctamente de él. De todos modos, probablemente la llamaría llorando en cinco minutos diciendo que lo sentía mucho y que la amaba incondicionalmente como hacía siempre que discutían aunque sea por la idiotez más pequeña del mundo. Era difícil hasta para ella entender si estaba enojada porque su novio actuaba indiferente a todo lo que estaba pasando o si estaba enojada porque el grito del joven había quebrantado su ego. Para algunas parejas seguramente era común discutir y gritarse mutuamente, pero para ellos no.

—¿Dejaste que el idiota de Billy te gritara? —Irin estuvo más que encantada de dejar su horario de trabajo para ir a escuchar los problemas de Becky, una de las ventajas de ser la mejor amiga de la jefa. —Yo lo hubiera dejado en ese preciso momento. No tienes que dejar que te trate así.

—Hablas como si me maltratara. Solo me gritó y fue la primera vez que lo hizo.

—Y será la última luego de que termine con él. —Dijo tomando asiento en el enorme sofá de la sala, quien la siguió segundos después junto con un cansado Bonbon que aprovecho la oportunidad para recostarse sobre el sofá y apoyar su peluda cabecita en las piernas de su dueña.

—No te llame para hablar de eso Irin. —Acarició a su mascota, no podía mirar a su mejor amiga mientras decía esto porque ya podía imaginarse sus insulsas y totalmente inapropiadas bromas respeto al tema. Además de encontrar a mi papá y a Billy en el club, me encontré con alguien más.

—¿Tu madre? —Becky negó con su cabeza. —Bueno no conoces a mucha gente así que vas a tener que decirme de quien se trata.

—La bailarina del sábado. —Dijo rápidamente, aun sin mirar a Irin.

—¿La conejita? —La joven rio al escuchar al apodo que su amiga había adoptado para referirse a Freen.

—Se llama Sarocha.

—Entonces considerando que ya sabes su nombre, supongo que hablaron ¿No es verdad? —Una sonrisa abrió paso en el rostro de Becky, recordando la excitante situación que le había tocado vivir con la bailarina.

—Tal vez.

—Si... Definitivamente hicieron algo más que hablar. —Irin podía entender a su amiga a la perfección solamente con una mueca. —¿Algo que quieras contarme?

La tentación de  lo prohibido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora