Realidades diferentes

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El martes por la mañana no fue tan pesado para los responsables empleados de Armstrong Enterprises. Excepto por la jefa que se había pasado la noche en vela consumiendo su tiempo con pensamientos acerca de una hermosa bailarina que le robo el aliento con el beso más apasionado que jamás había recibido. En un punto hasta se sorprendió de no sentir culpa alguna por lo que había hecho la noche anterior, y era algo que iba en contra de todos sus principios y de los consejos que su padre le había dado a lo largo de su vida evitando que la más mínima acción arruine tanto su vida personal como profesional, pero para ser sincera en el punto en el que estaba ya nada le importaba; Incluso había decidido faltar al trabajo y tomarse el día libre pero eso no es posible cuando tu padre es el dueño de la empresa.

Antonio Armstrong y su hija se encontraban en la sala de juntas de la empresa, solo ellos dos, y una mesa repleta de papeles que ambos debían leer, firmar, autorizar y/o denegar para el final de la jornada. Becky no pudo evitar dejar escapar un enorme bostezo, soltó la pluma que tenía en su mano derecha para cubrir su boca y luego apretó el botón del comunicador que estaba en el centro de la mesa para llamar a su secretaría, quien no tardo más de unos diez segundos en entrar a la sala.

—Si señorita Armstrong. —Preguntó desde la puerta.

—Tráeme un café Madison, lo que sea, pero que sea fuerte. —Le ordenó. —Rápido por favor. —Cuando estaba cansada no siempre era la persona simpática que siempre intentaba ser con todos los empleados, incluso hizo su mayor esfuerzo para tratar a su secretaria amablemente y no gritarle cuando vio que se quedó parada en la puerta y mirándola sin saber qué hacer.

—¿Noche pesada? —Preguntó su padre sin levantar la vista de la hoja de papel que estaba firmando, probablemente un contrato o una factura de alguna compra reciente. Varios segundos pasaron antes de que Antonio tomara el silencio de su hija como una afirmativa respuesta. —Tendrías que haber dormido bien, ya no tienes edad como para andar desvelándote todas las veces que quieras. —Becky solo asintió, había escuchado ese sermón miles de veces. —Supongo que tú y Irin se pusieron muy al día. Digo, si no dormiste en toda la noche...

—Oh... —En realidad si había estado con su mejor amiga unos veinte minutos la noche anterior fue demasiado, estaba tan ocupada pensando en Freen como para volver al restaurante luego de haber estado con ella. —Si. Eso hicimos. —Tan rápido como se le ordeno, la secretaria de la empresaria entro a la sala y le dio la vuelta a la enorme mesa de juntas para poder dejar la taza de café negro al alcance de Becky.

—Espero que ese café sea lo suficientemente fuerte como para mantenerte despierta porque tenemos mucho trabajo por delante. —Becky suspiró molesta y se dejó caer sobre el respaldar de la silla, su vista pegada al techo en un intento por despejar su vista de tantas letras y términos específicos amaba leer pero los asuntos empresariales eran su punto débil. —Gracias Madison, ¿puedes hacerme un favor?

—Si señor Armstrong , ¿Qué necesita?

—Llama a Billy y dile que venga aquí, tengo un par de cosas que debe revisar. —Becky no pudo evitar oír las palabras de su padre, y se preparó para lo que estaba por venir. Billy era encargado en seguridad e higiene, su trabajo no tenía nada que ver con lo que ella y Antonio hacían en la empresa, eran tareas completamente diferentes. ¿De qué tenían que hablar entonces? No lo sabía, pero tenía una leve sospecha. Y sea lo que sea sabía que sin dudas tendría a Freen involucrada de por medio.

—En seguida jefe. —Antonio le sonrió a la joven mientras esta se retiraba del lugar.

—¿Qué te pasa? —Le preguntó a su hija, su mirada clavada fijamente en su padre, como si estuviera juzgándolo.

—Nada. —Le respondió mientras volvía a tomar su pluma y se acomodaba en su silla para seguir firmando papeles. —De todos modos no me dirás lo que quiero saber.

La tentación de  lo prohibido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora