El destino es algo cruel, más aún cuando te juega las pasadas que le juega a Jungkook, quién conoce al destinado de su lobo cuando lo descubre en el momento en que el mismo Jungkook se enreda en las sábanas de la prometida de Tae.
o, cómo Jungkook t...
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Me cuesta respirar.
Probablemente esté pasando por una etapa muy común en la psique humana en la que la angustia sobrepasa los límites de canalización del cerebro, de racionalización y deriva en la pérdida de la capacidad de resolución, llamada también por el general de la gente como crisis de pánico. En general soy muy propenso a que me ocurran sobre todo desde sumuerte, y aunque Jae dice que eso es un claro indicio de que no he superado su partida y que por esa misma razón no debería estar tomando decisiones tan apresuradas respecto a mi vida sentimental cuando claramente todavía sigue afectándome un alma que me dejó demasiado pronto, la verdad es que he sabido lidiar con ello en silencio y de forma solitaria, mi alma en un hilo pero avanzando a pasos de tortuga que al menos me han sacado del dolor.
Hago ejercicios de respiración, e intento que esas instrucciones que me da mi cerebro estén dictadas por voces que me quieren, como la de él que todavía la recuerdo con firmeza o la de mi mejor amigo, o la de mi madre, pero mientras observo algo inverosímil que no parece ser real justo frente a mis ojos, con mi maldita prometida pegada al cuerpo de un Alfa y por la postura y el rostro de cansancio de Jennie, solo puedo asumir que se trata de la unión de un nudo, comienzo a temblar.
No se suponía que tenía que pasar esto.
No se suponía que debía ocurrir esto.
Ni siquiera fui capaz de mirar al tipo. Había algo que me llamaba hacia él, pero la voz de mi cabeza que me recriminaba por no ser suficiente y que le daba el favor a lo que Jennie había hecho, me impidieron siquiera querer observarlo, no cuando probablemente eso dañaría más mi alma y mandaría mi autoestima por el piso.
—Te espero afuera. —fue lo que dije con una entereza que no sé como logré. Me sorprendí de la firmeza de mi voz, de la frialdad de mi tono y de la racionalidad de mis palabras. —Terminen tranquilamente.
Me siento un patético.
Casi escucho a Jae diciéndome: "Te lo dije", pero así como escucho la voz de mi mejor amigo, escucho las palabras que constantemente oigo susurradas hacia mí cuando camino por la villa, cuando mi falta de olor, de celo y de instinto animal (lo que es casi irónico cuando soy uno de los pocos en esta ciudad de mierda que se puede transformar en completo a un lobo a plena disposición) son captadas por la gente y observadas como algo negativo, porque con el paso del tiempo me he dado cuenta de que parece serlo.
Está mal no ser un Alfa.
Es aún peor ser un Omega.
Está mal ser un Delta, o un Sigma.
Pero está incluso peor ser un maldito Beta.
Y adivinen qué tuve la suerte de ser en esta vida.
Un maldito Beta que tiene capacidad física para soportar la transformación total.
Así como me necesitan por temas de seguridad en los límites de la ciudad de invasiones extranjeras o de Alfas queriendo desafiar al Alfa de Alfas de la manada, me odian en silencio de la misma forma. Mi capacidad de ser diferente es lo que me hace valioso pero desechable al mismo tiempo. Ellos me necesitan, pero si muero no es ningún problema.