ÁNGELA
La semana se ha pasado volada, tan volada que ya toca empezar las clases. No recuerdo en qué momento he pestañeado, porque te juro que ha sido un pestañeo esta semana. Ahora estoy dando vueltas en la minúscula cama con Julia acostada en los pies, anoche estaba tan estresada por tener que empezar en un nuevo instituto que la llamé llorando, me dijo que preparara la cama, que en cinco minutos estaba en mi casa, y no mintió. Me tranquilizó y después de un buen rato contándome las cosas maravillosas que tiene el instituto nos dormimos. He dormido fatal, pero me siento feliz. Nunca se había quedado una amiga a dormir en mi casa, ni tampoco había venido a las tantas de la noche a tranquilizarme porque estaba llorando.
Cuando llegué aquí, muy a mi pesar, lo hizo Liam, él llegaba todas las noches a mi habitación y no sé cómo lo hacía, pero conseguía tranquilizarme, ahora...ahora ya no lo hace. Todo por culpa del dichoso beso que lo cambió todo; ni siquiera me habla.
Son las seis y la alarma la pusimos a las siete, así que bajo a la cocina y me hago un vaso de leche, después cojo el cárdigan blanco que suelo usar cuando refresca y salgo al porche. Hoy es uno de esos días de septiembre en los que refresca tan temprano. Me quedo apoyada en la valla de madera, observando el precioso lugar. Los animales están comenzando a salir y veo a alguna que otra ardilla pasearse por los árboles.
Es tan relajante escuchar el sonido del agua, girar la cabeza y ver el lago de las aguas cristalinas, rodeado de más animales acuáticos.
—¿Qué haces despierta tan temprano? —Pregunta a mis espaldas. Huelo a café por lo que, es obvio que lleva un café con leche en sus manos.
—No tengo más sueño.
—Sabes que te quiero, ¿no?
Veo cómo se apoya en la valla, justo a mi lado.
Asiento.
—¿Estás bien? —su voz suena maternal y me mira como si solo estuviera yo en este lugar. Y bueno, quitando a los animales, sólo estamos las dos solas.
—Dentro de lo que cabe, sí, estoy bien, mamá.
Ella sonríe y vuelve su mirada al frente. Quedamos en silencio y su respiración es lo único que se escucha, pero me da igual, porque sentir a mi madre al lado me da calma y protección. Al fin y al cabo, es la mujer que me trajo al mundo, debe de cuidarme hasta que sea mayor de edad, es su deber. Aunque no todas las madres son así, desgraciadamente.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Claro, cariño. Pregúntame lo que sea.
—¿Cómo definirías la amistad?
—Muy sencillo: la amistad es saber que siempre que caigas vas a tener una mano extendida para ayudarte a levantarte, que llora contigo y que ríe. La amistad es entender que las almas gemelas no siempre deben de serlo de manera romántica. La amistad, Ángela, es lo que tú sientes por Julia, te lo digo de corazón, cariño, has encontrado a tu alma gemela en amistad y eso debes de valorarlo.
—Lo intento, de verdad que sí. Lo estoy consiguiendo, mamá, poco a poco.
Me mira con orgullo. Toma un trago de su café y sonríe. Me pasa el brazo que tiene libre por mi hombro y me pega a ella.
—Lo sé, este pueblo te está haciendo cambiar, madurar y aprender de la vida.
El murmullo de adolescentes se escucha conforme nos acercamos al instituto, creo que empiezo a sentir miedo, miedo por no encajar, miedo por sentirme insuficiente, en este momento empiezo a sentir miedo por todo. No me gustan los cambios, no quiero empezar en un nuevo instituto.
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La magia de nuestros latidos ||YA EN AMAZON||
RomanceLa vida de Ángela da un vuelco cuando se ve obligada a mudarse con el nuevo marido de su madre y su hijo, quien parece odiarla. Ella, que odia los cambios no está de acuerdo, pero todo cambia cuando pisa White Moon, un pueblo perdido entre las monta...