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NOVIEMBRE


LIAM

Los rayos de sol se cuelan en mi habitación haciendo que me tape la cara con las sábanas. El dolor de cabeza que llevo encima no es ni medio normal. Miro el reloj digital que tengo en la mesita de noche, marca las diez y media de la mañana. Miro el calendario, también digital, que tengo en el escritorio: pone que es uno de noviembre. El día que menos me gusta de todo el año.

Anoche después de hablar con Ángela, ambos volvimos a entrar al gimnasio y al parecer me pasé bebiendo. Demasiado. Tanto que no recuerdo cómo demonios llegué a casa ni qué hora. Lo único que recuerdo es que mi prima me amenazó para que no bebiera más y no le hice caso. Solo espero no haberla liado mucho.

Abro la ventana y me permito admirar el bello paisaje que me rodea. Escuchar el sonido de la naturaleza nada más levantarme siempre me ha causado paz, no entiendo cómo hay personas que prefieren vivir en las ciudades, sí que hay muchas más cosas para hacer, pero es que no tiene ni punto de comparación.

Dejo la ventana abierta para que la habitación respire y bajo a la cocina que es de donde vienen los sonidos y las voces. Solo escucho dos voces y sé perfectamente cuáles son por qué la tercera persona que vive en esta casa no está hoy.

En cuanto entro en la cocina veo a Ángela y a Aldara cocinando algo, creo que son tortitas, pero no tengo ni idea porque Aldara me tapa con su cuerpo.

—Buenos días. —Digo dejándome caer en el taburete que hay junto a la isla.

—Buenos días, cariño. —Me saluda Aldara tendiéndome un vaso bastante grande de agua.

Sonrío por acto reflejo. La presencia de las chicas Vega en casa me ha transformado completamente. No solo porque hemos duplicado a las personas que habitaban en casa si no porque ahora me doy cuenta de muchas cosas, pero la más importante para mí es que desde que ellas están, me siento más querido por parte de mi familia. Ambas se preocupan por mí y eso solo lo hacía mi abuelo Brooks, y me refiero a preocuparse realmente de mí, no preocuparse por compromiso.

—Ángela, cariño, ¿has terminado con eso? —Le pregunta Aldara a su hija.

Ella no responde hasta pasados un par de segundos.

—Sí, ahora sí. —Se da la vuelta con un plato lleno de tortitas y algunas gominolas a su alrededor. Cuando deja el plato junto a mí, veo que ha escrito algo con el chocolate y aunque no quiera, tengo que sonreír, porque me ha sorprendido, para bien.

—¡Feliz cumpleaños, cariño! —Felicita Aldara.

—Sabemos que odias tu cumpleaños, pero a nosotras nos encanta.

—Y aunque he intentado que mi hija no lo celebrara, no he podido evitarlo. —Añade la mujer.

—¿Así que me has preparado una fiesta?

Ángela, que estaba comiéndose una tortita y que al parecer no se había percatado de lo que su madre ha dicho, me mira y luego a su madre mientras mastica lentamente.

—¡Mamá, era una sorpresa!

Aldara la mira como pidiendo perdón.

—¿Tú has oído algo, Liam? Me parece que hoy es un día normal.

—No, no he oído nada relacionado con una fiesta de cumpleaños sorpresa. —Me río ante la mirada enfadona de Ángela. Ella me tira un trapo que ha pillado y yo suelto una carcajada.

He de admitir que tengo una risa bastante contagiosa, eso hace que toda la cocina se sume en risas por parte de todos los presentes.

Mi madre murió el día de mi cumpleaños, ella y mi padre venían de comprarme mi regalo de cumpleaños ya que no habían podido hacerlo antes. Fueron bastante temprano para que así al despertarme tuviera mi regalo con lo que ellos no contaron es con que al ir a la hora que fueron se encontrarían con personas que se recogían de fiesta y uno de los coches no iba muy católico y chocó con el coche de mis padres haciendo que mi madre muriera en el acto. El conductor había dado positivo en la prueba de alcoholemia. Desde entonces he odiado los cumpleaños y mi padre, aunque no lo admitiese, empezó a odiarme un poco porque, de alguna manera, le había quitado a la persona que más quería. Yo sé que no tengo la culpa de eso porque apenas tenía ocho años y no sabía que mis padres chocarían con un coche, de haberlo sabido jamás habrían salido de casa.

—¿Por qué no preguntas dónde está tu padre? —Pregunta Ángela sacándome de mis pensamientos.

Me he puesto a pensar de tal manera que ni siquiera me he dado cuenta de que Aldara ya no está en la cocina.

—Porque sé dónde está. —Admito.

—¿Me lo contarías? Mi madre lo sabe, pero no ha querido contármelo, dice que tienes que ser tú quien me lo cuente.

—¿Sabes por qué siempre sales herida?

Ella se encoje de hombros.

—Porque quieres saberlo todo y no puedes, porque hay cosas que duelen tanto que es mejor no saberlas.

—¿Eso significa que me vas a decir dónde está tu padre?

Sonrío.

—Eres increíble, florecilla. El uno de noviembre mi padre siempre va al cementerio y pasa el día con mi madre.

—¿Por? Mejor no me lo digas, prefiero no saberlo.

Ángela se gira para salir de la cocina, pero sujeto su muñeca.

—Sé que te habrás esforzado muchísimo en esa fiesta de cumpleaños, pero no quiero ninguna, no estoy con ánimos para celebrar nada, con celebrarlo con tu madre y contigo me basta.

Ella sonríe, lo que hace que me sorprenda porque esperaba que se enfadase o algo por el estilo.

—Estábamos de broma, no te he preparado ninguna fiesta de cumpleaños, sé que no te gustan y he respetado eso, pero...

—¿Pero? Me das miedo.

—Pero hemos organizado un maratón de la serie favorita de mi madre y mía, para que disfrutes de una buena serie.

—¿Al fin entenderé la frase de la camiseta que llevabas aquel día?

Ángela niega con la cabeza mientras sonríe.

—Eso pasa en las últimas temporadas y aunque a mí las primeras no me gustan mucho, vamos a empezar el maratón por ellas para que entiendas todo desde el principio.

—Está bien.

Suelto su muñeca y la dejo marchar, pero antes de salir de la cocina me llama y se acerca a mí. Me da un beso en la mejilla y cuando su rostro aparece en mi zona de visión puedo ver su preciosa sonrisa.

—Feliz cumpleaños, imbécil.

Es increíble que con solo esas tres palabras Ángela haya conseguido que mi día mejore por completo.

Y lo tengo claro, quiero que entre a mi habitación, vea las estrellas y entonces me pregunte por ellas y yo encantado le responda porque ya estoy preparado para contarle sobre mi miedo y sobre la persona que las colocó allí.

Entro en mi cuarto y me pongo como un loco a ordenarlo porque está hecho un asco y quiero que se lleve una buena impresión, aparte de que no me gusta que mi cuarto esté tan desordenado, apenas tengo sitio para ponerme en el escritorio y me molesta mucho porque siempre lo tengo impecable. Al cabo de una hora ya tengo todo el cuarto recogido así que cruzo el corto pasillo que lleva a la habitación de Ángela y llamo a su puerta. Me abre y le digo que me siga hasta mi cuarto.

Yo entro, pero ella se queda en la puerta, no parece tener intención de entrar por lo que vuelvo a cogerle de la muñeca y la arrastro hasta el interior del cuarto.

Observa el cuarto como si no lo hubiera visto nunca desde fuera, es como si estuviera buscando algún desperfecto en él, algo que pueda criticar.

—No quiero que pienses que estoy buscando algo para criticarte, solamente estoy observando cada parte tuya que hay en este lugar.

—¿Algo que te guste? —Pregunto. Quiero saber qué es lo que le ha llamado la atención o qué es lo que le ha gustado.

La conozco tan bien que no me sorprendo al ver a dónde señala. Eso también es mi cosa favorita de mi cuarto. Son las estrellas que me han ayudado en las noches en vela—. A mí también me gustan. Esas estrellas las colocó mi abuela porque tenía miedo a la oscuridad. La luz que desprenden en la oscuridad me ha ayudado en incontables ocasiones.

—¿Sigues teniendo miedo?

Asiento.

—Te ayudaré a vencer ese miedo.

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