OCTUBRE
LIAM
Casi tres malditos meses son suficientes para que yo consiga aprenderme millones de canciones solo por ella. No hay una explicación lógica, ha pasado y ya está, sin más. Supongo que en algún momento acabamos aprendiéndonos las canciones que escuchamos a diario, pero jamás pensé que acabaría en un coche camino a un partido cantando a todo pulmón canciones que no son mi estilo.—¿Desde cuándo te gustan estas canciones? —Pregunta mi acompañante. La canción ha parado y comienza otra. Ella me mira con esos potentes ojos y yo me pierdo en ellos unos segundos.
—No me gustan. —Respondo.
—Reformularé la pregunta: ¿desde cuándo te sabes estas canciones? —Aquí sí que tengo que responder con la verdad. Si digo alguna mentira es probable que Ángela se dé cuenta.
—Desde que te conozco.
—¿Por qué?
—Dios mío, florecilla, deja de hacer tantas preguntas. —Me mira con esa mirada que lo dice todo. Me mira como diciendo que me deje de tonterías y hable, así que lo hago, ¿qué puedo perder ya? —. Quiero poder cantar tus canciones favoritas contigo.
Ella se queda mirándome sin creer lo que he dicho, ni siquiera yo me lo creo. Pero esa mirada... mierda, esa mirada me encanta.
—Vaya, no sé qué decir, Liam.
—¿Por qué? —Mierda, ahora soy yo el que pregunta por todo.
—No sé, esto es lo más bonito que alguien ha hecho por mí.
—Joder, eso es genial porque no pienso parar.
Ella se ríe de esa manera tan suya que consigue acelerarme el corazón. Deja de mirarme, cosa que agradezco porque no estaba tan seguro de poder controlarme más tiempo, y pasa a mirar la carretera.
El partido es en el pueblo vecino por lo que conduzco durante diez minutos hasta que llegamos al lugar. Nuestros amigos ya están aquí, parece que están peleándose por algo y estoy seguro de que tiene algo que ver con Alex y su manera de ser tan insoportable. Buscamos aparcamiento y vamos al encuentro de los demás. Y sí, se están peleando porque Alex quiere hacer un baile extraño antes de que empiece el partido y los demás no quieren.
—Avisadme si al final lo hacéis. —Dice Alba.
—¿Para qué? De hacerlo, que no lo vamos a hacer, estarás presente, no sé para qué quieres que te avisemos.
—¿Cómo que para qué? Oliver, yo tengo unos followers que alimentar mediante el cotilleo. —Oh, vaya. Se me olvidaba mencionar que Alba se creó una cuenta de Instagram por las risas y ha acabado siendo influencer. No por mérito suyo, por supuesto, ella sube videos graciosos de gente del instituto y como se hacen famosos pues les da igual hacer el ridículo, pero en algún momento alguien le va a explicar cómo son las cosas, estoy casi seguro de eso.
Nos despedimos de las chicas y nos vamos al vestuario para poder cambiarnos. Al principio nos colamos en el vestuario del equipo contario, menos mal que nos damos cuenta antes de que alguien nos vea. En nuestro vestuario ponemos la música y cantamos a todo pulmón cualquier canción que aparezca mientras nos ponemos la equipación.
La siguiente canción en sonar es Little Things de One Direction, me la sé de memoria porque es la canción favorita de Ángela y fue la primera que me aprendí. Pero me extraña que Alex tenga este tipo de música en Spotify.
—Mi hermana ha debido de meter esta canción, pero la voy a dejar porque alguien parece sabérsela enterita. —Dice Alex entre risas.
—Alguien muy enamorado. —Añade Lucas.
—De cierta chica que vive en su casa. —Continúa Oliver.
—No seáis idiotas, si esto es un temazo. —Miento, y parece no funcionar.
—¿Ah sí? ¿Desde cuándo escuchas tú a una banda que se separó hace años? —Cuestiona mi mejor amigo.
—¿Y tú cómo sabes de quién se trata? —Contraataco.
—Tengo una novia fan de Taylor Swift, es una norma básica saber quiénes son.
Una vez que todos tenemos la equipación comienzan a salir del vestuario. Yo me quedo porque tengo que ponerme los tenis, y Lucas se queda acompañándome. Me mira con una mirada paternal, como si supiera todo lo que pasa en mi vida mucho antes de que yo lo sepa, o como si supiera que estoy mal mucho antes de enterarme yo y eso lo valoro mucho como amistad, porque a veces necesitamos a alguien de confianza, a alguien que nos conozca al cien por cien para que nos ayude a abrirnos los ojos y hacernos entender las cosas.
Lucas y yo siempre hemos estado muy unidos, supongo que lo hemos estado desde el primer día en que nos conocimos. Justo el día en que nuestras madres nos juntaron para jugar siento tan solo unos niños de cuatro años.
—Creo que me gusta. —Digo de repente. Miro a mi mejor amigo que me mira orgulloso, como si hubiese estado esperando a que dijera estas palabras desde el día en que llego Ángela.
—Yo también lo creo, pero también creo que es algo más, creo que estás enamorado de ella.
Suspiro porque, aunque me cueste admitirlo, sé que es totalmente cierto. Por Dios, pues claro que tiene razón.
—Joder, Lucas, es que me he enamorado de su extraña manera de demostrar confianza. De lo bonito que quiere a la gente y de lo difícil que es mantenerse alejado de sus dichosos ojos. ¿La has escuchado reír? Eso es música para mis oídos. Y, por sorprendente que parezca, me he enamorado de su manera de hablar siempre con sarcasmo.
—Tío, ¿cuándo fue la última vez que sentiste algo tan fuerte por alguien?
—Ojalá lo supiera, Lucas.
—Estás fatal. —Dice entre risas. Me da un suave golpe en el hombro—. Anda, vamos, que el entrenador tiene que estar tirándose de los pelos al ver que no estamos allí.
Salimos de los vestuarios y nos situamos en el banquillo donde nuestro entrenador nos mira con cara de disgusto y nos señala el suelo para que nos sentemos ya que va a hablarnos sobre la jugada y, seguramente, para decirnos que tenemos que jugar igual de bien que su hijo para que algún ojeador se fije en alguno de nosotros.
Me ha tocado sentarme delante de Pablo "el pestoso" y estoy deseando que el entrenador acabe con su dichosa charlita de cada partido. Por cierto, Pablo no recibe ese nombre porque nunca se duche, al contrario, es capaz de ducharse dos y tres veces al día. Apodamos al pobre Pablo así porque lleva desde los diez años una muñequera blanca más negra que el color negro, literalmente, nunca la ha lavado porque dice que si lo hace le quita la buena suerte que tiene. Ahora que lo pienso, le queda mejor el nombre de Pablo "el supersticioso".
El entrenador García termina y nos pone a calentar en nuestro lado de la pista mientras que el otro equipo calienta en el otro lado.
Busco con la mirada a Ángela y los demás, ya hay mucha gente y me cuesta encontrarlos, más si encima le sumamos que Isaac, el entrenador, no deja de echarme la bronca para que me concentre en el maldito calentamiento. A la tercera llamada de atención logro encontrarlos. No me lo puedo creer, los tenía prácticamente delante y no los había visto, los muy idiotas están riéndose de mí por eso.
Ángela solo sonríe y no me quita la mirada de encima.
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La magia de nuestros latidos ||YA EN AMAZON||
RomanceLa vida de Ángela da un vuelco cuando se ve obligada a mudarse con el nuevo marido de su madre y su hijo, quien parece odiarla. Ella, que odia los cambios no está de acuerdo, pero todo cambia cuando pisa White Moon, un pueblo perdido entre las monta...