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MAYO

ÁNGELA

Cómo pasan de rápido los meses cuando no quieres que llegue un día específico. Siempre me ha parecido curioso eso. Cuando deseas con todo tu corazón que llegue un día, los días pasan lentos, pero cuando no quieres que llegue, es como si al pestañear ya estás donde no querías.

Ahora estoy aquí. En el aeropuerto, diciéndole adiós como si no me importara, como si fuésemos dos desconocidos obligados a despedirnos. No lloro, y por sorprendente que parezca, mis ojos ni si quiera están aguantando las lágrimas, en mí ya no queda nada por lo que llorar. Después de decirle que lo odiaba por irse y que lo quería, aquí estoy yo diciéndole que no me importa que se vaya porque al fin y al cabo tan solo somos dos desconocidos que fuimos obligados a vivir juntos. No me importa que se vaya o eso es lo que les hago creer a mi madre y a él.

Mierda, claro que no quiero que se vaya. Ahora mismo tengo el corazón hecho pedazos, pero no quiero demostrárselo. Todo el mundo sabía que lo nuestro era un laberinto, muchos caminos por donde ir, y ninguno el correcto. La única manera de salir es por la puerta grande. Lo sabíamos, sabíamos que lo nuestro no tenía sentido, porque estaba prohibido, pero nos arriesgamos, quizás demasiado. Y por esa misma razón sé que cuando llegue a casa y entre en mi habitación, no podré evitar llorar porque su olor permanecerá en ella.

—Buena suerte en esta nueva etapa, cariño. —Le dice mi madre a Liam.

—Gracias, te echaré mucho de menos. —Dice él con lágrimas en los ojos.

Sé que en parte es porque el idiota de su padre le ha dedicado un triste «adiós, nos vemos pronto» y eso le ha sentado como una jarra de agua fría, y también sé que es su padre, pero no puede disgustarse por alguien que ha dejado bien claro que no le quiere.

Unos brazos alrededor de mi cintura hacen que salga de esas cavilaciones. Liam me está dando un abrazo, tan fuerte que siento que no me va a soltar nunca. Me pongo de puntillas y cruzo mis brazos por su cuello para fundirnos en un abrazo reconfortante. Un abrazo que dice «te echaré de menos». Un abrazo que lo dice todo.

—No dejes de hacer lo que te hace feliz. —Me susurra en el oído. Me estremezco al oírlo y ahora sí que estoy aguantando las lágrimas.

—No lo haré. —Le digo.

—No vengas a buscarme a la universidad. —Me dice, y antes de que pueda decir algo más se aleja de mí tan rápido que apenas puedo verlo. Cuando consigo centrarme en lo que acaba de pasar, Liam ya está alejándose por las puertas.

—Llorar por amor nunca es una opción. —Dice mi madre. No me había dado cuenta de que había dejado salir mis lágrimas. Me las limpio como puedo y los tres salimos del aeropuerto para subirnos en la camioneta verde pistacho de Bruce para volver a casa, pero ya no será lo mismo, porque ahora ya no estará el chico de los preciosos ojos grises. El del helado de menta y chocolate. Ya no estará mi maldita ancla de la que mi madre me avisó.

Cierro los ojos y me permito descansar un poco. Gracias a que estoy dormida puedo escuchar la conversación entre Bruce y mi madre.

—¿Qué le pasa a tu hija? —Le pregunta Bruce.

Mi madre suspira, cansada de tener que lidiar con él solo porque a mí me gusta vivir en White Moon, pero no quiero hacerlo sin ella.

—¿Así que ya no es tu hija? —Dice en un tono rencoroso—. No me sorprende que no te hayas dado cuenta. Nuestros hijos se quieren, pero no de la manera que tu piensas. Ellos han logrado ser la luz en la oscuridad del otro.

—Pero ellos no pueden estar juntos. —Bufa y eso me cabrea de una manera increíble. En todo lo que llevo viviendo con él en casa lo habré visto una vez al mes, así que, que no venga ahora a contar milongas.

—No, ellos eran hermanastros y no de la misma sangre. Ahora no estamos juntos, al menos deja que ellos sean felices, Bruce. Hazlo por Ángela ya que por tu hijo parece que no quieres hacerlo.

Eso me duele como nunca sabía que algo me iba a doler. Me parece increíble que mi madre tenga que pedirle algo así.

Él no dice nada más. Durante el resto del trayecto a casa solo mantenemos silencio y al llegar, me subo a mi habitación sin despedirme. No tengo ánimos para nada. Deshago la cama, me pongo mis auriculares con la música a tope y me meto en la cama, tapada entera. Durante varios días no seré persona.

No sé cuánto tiempo pasa cuando me despierto, pero sé que la voy a liar y me da igual. Veo la hora en mi móvil así que corro a la habitación de mi madre y le digo que por favor me lleve al aeropuerto, con suerte, Liam no se habrá ido todavía. Ella acepta, aunque no muy convencida.

Llegamos media hora antes de que su vuelo salga, mi madre me espera en el coche mientras yo corro por el aeropuerto como si el viento me llevase.

Me paro en seco cuando lo veo, está sentado en una de las sillas, mirando su móvil. Siento un nudo en el estómago porque se ha despedido hace un par de horas diciéndome que no vaya a buscarlo a la universidad y no he ido, pero estoy en el aeropuerto y necesito hablar con él. ¿Tengo un plan? No, no tengo ni idea de lo que le voy a decir.

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