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LIAM

—¿Sabes que nuestros padres van a separarse? —Pregunta Ángela.

Estamos los dos sentados en el columpio del porche, con una taza de chocolate caliente. Nos hemos salido cuando nuestros padres han empezado a discutir por algo que no sé, sinceramente dejé de prestarles atención hace unas semanas.

Asiento.

—Supe que esto no traería nada bueno cuando se casaron en secreto.

—Pero se ven tan felices, Liam. —Parece disgustada con lo que está escuchando. Tiene razón, nuestros padres se ven felices y no parece que vayan a separarse.

—Hay personas que, aunque se quieran, no saben estar juntas. Ángela, nuestros padres son demasiado diferentes, tanto que no son capaces de estar en el entorno del otro. Mi padre es ordenado y tu madre es la persona más desordenada que he conocido en toda mi vida, y a mí me encanta, pero mi padre no puede vivir rodeado del desorden.

—Pero es que no lo entiendo, si se quieren, ¿por qué no lo intentan?

—Florecilla, no hay nada que entender, no se puede forzar algo cuando no fluye.

Deja la taza en la mesita y deja caer su cabeza en mi hombro, suspira.

—He decidido que no quiero tener novio. Miento, me da miedo querer a alguien.

Sonrío.

—¿Por qué?

—Porque, ¿y sí no es correspondido? Duele muchísimo ver cómo la persona que te gusta está con otra. Querer a alguien significa perderte.

—Y encontrarte, Ángela. Hay personas que van a hacer que te pierdas, pero hay otras que te ayudaran a encontrarte.

—Pero eso no se sabe hasta que te arriesgas.

—Te equivocas, eso no lo sabes hasta que lo conoces. No puedes arriesgarte si no sabes a lo que te enfrentas.

—¿Y si no me gusta a lo que me enfrento?

Tiene entre sus manos la letra «A» del collar que tengo colgado al cuello, lo acaricia como si fuese algo a lo que agarrarse para sentirse segura.

—Pues no te arriesgas, es así de sencillo.

—El amor está sobrevalorado.

—No, eso es el amor mal entendido, el amor de verdad está infravalorado.

—¿Qué significa la letra? —Pregunta refiriéndose al collar.

—Es la inicial del nombre de mi abuela.

No dice nada más. Se queda con la mente en blanco, hacía semanas que no la veía quedarse así. Sé que a veces es importante sacar a las personas del trance, pero Ángela necesita pensar y no ser molestada. Acaba durmiéndose, esta es la segunda vez que se queda durmiendo en mi hombro y es la cosa más especial y tonta que me ha pasado. Me encanta cuando Ángela lo hace, porque significa que confía en mí.

Camino por el aparcamiento del instituto con un disfraz, que según Julia es de arlequín, pero yo creo que se lo ha inventado un poco, bastante. Sí, me ha obligado a vestirme como ella quería, es lo que tiene tener primas pequeñas, aunque sea un año menor que yo, siempre hay que hacer lo que ella quiera. Me ha hecho ponerme una camisa blanca con unos tirantes negros. Unos pantalones del mismo color que los tirantes y Ava me ha maquillado. He de decir que voy guapísimo. Y todas las chicas me miran al pasar por su lado.

Guillen, Oliver, Lucas y yo llegamos hasta la entrada del gimnasio donde nos esperan las chicas.

Nada más vernos, Ángela y yo nos empezamos a reír como dos posesos, porque Julia ha vuelto a hacer de las suyas.

—Creo que tenemos a la misma estilista. —Dice entre risas.

—Sí, eso creo. —Se supone que va igual que yo, de arlequín, pero ella de chica. Va guapísima—. Ángela. —La llamo.

—Dime. —Para de reír y me analiza. Acaba parándose en mis labios, pero quita la mirada en cuanto se acuerda que todos estamos mirando.

—Ya que todos tienen acompañante, pero nosotros no y aprovechando que vamos iguales, ¿quieres venir al baile conmigo?

—Pensé que nunca me lo pedirías, joven arlequín. —Es que no puedo quererla más. Es la persona más increíble que he conocido en toda mi vida y estoy agradecido de que mi abuela me la mandara, porque estoy seguro de que ella me la mandó. Hay gente que tiene la suerte de tener a esa persona especial, pero yo tengo aún más suerte, porque tengo a Ángela.

Todos nuestros amigos gritan y dan saltos a nuestro alrededor. Os juro que esta gente está más emocionada por algo que no existe que nosotros mismos.

Entro en el lugar detrás de mis amigos, con Ángela de la mano. El gimnasio realmente da mucho miedo. En la entrada, en forma de arco, hay unos globos naranjas y negros y una larguísima alfombra en color naranja que llega hasta el escenario que han montado. Hay más globos naranjas y negros por todas partes, telarañas por las paredes. Las escaleras que llevan a los vestuarios están decoradas con velas artificiales, calabazas y murciélagos colgando del techo. Los manteles de las mesas son de dos colores, o naranjas con servilletas negras o negros con servilletas naranjas.

La música es tétrica y digamos que el lugar carece de luz, lo que me va a complicar un poco la noche, por el tema del miedo a la oscuridad.

—Me han dicho que los baños tienen mucha luz, te lo digo por si te ves agobiado. —Susurra mi prima a mi lado.

Asiento y le aseguro que estaré bien. Ella, después de decirle algo a mi acompañante, se aleja con su novio.

—¿Qué quieres hacer? —Le pregunto a Ángela.

Se encoje de hombros.

—¿Qué soléis hacer en estas fiestas?

—Pues beber y bailar. —Me río—. Hay un cuarto encantado, estilo scape room. También hacemos grupos y entre ellos contamos historias de miedo, la persona que cuenta la historia más terrorífica de cada grupo tendrá que subir al escenario para contar otra y los demás votarán cuál es la ganadora.

—Esto es Halloween así que seguramente haya consecuencias para el perdedor. —Dice.

Asiento.

—El perdedor tendrá que estar durante diez minutos encerrado en un cuarto, totalmente a oscuras y cualquier alumno puede asustarlo.

—Tiene pinta de asustar.

—No asusta, acojona, por eso antes de subir al escenario preguntan si quieres seguir, porque una vez hayas perdido no hay vuelta atrás, tienes que entrar por cojones. Todavía no he visto a nadie que dure los diez minutos ahí dentro.

—Buah, creo que no pienso participar en eso. ¿Se hace algo menos terrorífico?

—Hay un concurso de decoración de calabazas.

—Déjame adivinar, el que tenga menos puntos tiene que entrar en esa sala.

—Es lo divertido.

Ángela y yo estamos en la pista intentando bailar las canciones tétricas que están poniendo. La siguiente canción en sonar es Thriller de Michael Jackson. La mayoría de los alumnos bailan y otros se quedan parados sin saber qué hacer ya que no se saben la canción. Y mi pregunta es: ¿quién no se sabe esta canción? Es cultura sabérsela.

Después de dos horas bailando y comiendo toda la comida que he pillado, mi prima me ha obligado a participar en el concurso de decoración de calabazas, por lo que ahora estamos el grupo entero en la zona respectiva, manos a la obra y esculpiendo calabazas. A mí se me da fatal eso de dibujar, imagínate tallar en algo como calabazas, que nunca lo he hecho porque jamás he participado. Miro a mi derecha y a mi izquierda y solo veo calabazas perfectamente talladas. ¡Dios! Es que voy a perder y no me agrada la idea de entrar en ese terrorífico cuarto totalmente oscuro.

Ángela me mira y sonríe. Menos mal que me ha mirado a mí y no a mi calabaza, porque se asustaría, está horrible, literal.

—¿Necesitas ayuda? —Pregunta. Ha cambiado el sitio con mi prima y ahora está a mi lado.

Muy a mi pesar sí que necesito la ayuda de alguien, no quiero acabar yo solo en esa sala.

—Desgraciadamente, sí, necesito ayuda.

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