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LIAM

—Tengo un poco de hambre. —Dice Ángela en cuanto entramos en casa. Hay que admitir que para ser la primera vez que bebe va bastante mejor de lo que yo estuve mi primera vez, pero es probable que mañana tenga dolor de cabeza.

—¿Qué quieres comer? Tu madre me parece que ha intentado hacer la tarta de manzana de mi abuelo.

—Pues quiero probar eso.

Entramos en la cocina y mientras ella se sienta en uno de los taburetes de la isla de la cocina, yo voy al frigorífico para coger la tarta de manzana que Aldara ha hecho esta mañana y parto dos porciones, la vuelvo a guardar en su lugar y me siento junto a Ángela para probarla.

Ella le da un bocado y lo saborea, pero no parece muy convencida.

—¿Y bien? —Pregunto, a mí me parece que está buena.

—Está buena, pero...

—Pero no es la de mi abuelo. —Respondo por ella.

Asiente y sigue pegándole bocados.

—Tu madre está intentándolo.

—Lo sé, no es fácil cuidar de una adolescente como para tener que cuidar a otro del día a la mañana.

Sé a lo que se refiere Ángela, sé que no está de acuerdo en que ahora que mi padre se ha casado con su madre tenga que estar cuidando de mí porque a él le dé por desaparecer durante días, según él es por su trabajo. Y es que sé que, al principio, Ángela quería a mi padre, pero es que a veces las personas fingen ser alguien que no son para caer bien a la gente y eso es lo que suele hacer mi padre.

—No necesito que me cuidéis, ya soy mayorcito para eso.

—Ya, pero las Vega somos así, por favor, Liam, déjate cuidar por gente que te quiere, no nos vamos a ir.

—Borracha eres más insoportable que de normal. —Me río, lo que hace que ella estalle en carcajadas.

—Hablo en serio. —Dice y me clava sus ojos azules—. ¡Y ya he dicho que no estoy borracha!

—¿Te apetece salir al porche? —Fuera hace un frío de mil demonios, pero se ha vuelto rutina eso de salir al porche y sentarnos en el columpio con una manta y hablar de cualquier cosa que se nos pase por la cabeza. Aunque parezca que no, hacer eso con una persona con la que tienes mucha confianza es, de alguna manera, terapia.

Ángela no responde, tan solo va al salón para coger la manta grande que siempre usamos, yo la sigo hasta el porche y nos sentamos.

Ella, como siempre, se queda en babia, como si este lugar fuese su zona de pensamientos.

—¿En qué piensas?

—En mi madre y en tu padre.

—¿Aún con ese tema? —Ya le he explicado muchas veces el tema de ellos y no me gusta hablar de ello, pero así es Ángela, siempre quiere saber de más.

—Es que sigo sin entenderlo, Liam, ¿por qué se casaron si no sentían nada por el otro?

Me encojo de hombros, nunca llegué a entenderlo, supongo que es porque la historia de mi padre está incompleta y no tengo la otra perspectiva de la historia porque Aldara no ha querido contarlo.

—No sé, florecilla, los adultos a veces hacen locuras que no salen bien.

—¿Crees que llegaron a sentir algo?

—Sí y no, creo que tu madre llegó a sentir algo por mi padre, pero él no.

—Pienso que mi madre aún siente algo por tu padre.

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