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Amar es la ley universal. Un suceso, una emoción que nunca debería tomarse como complicado, sin embargo, en mi caso lo es. Heme aquí, siendo la villana indiscutible de una realidad que ciertamente me busqué. Me dispuse a amar a una mujer que nunca me iba a corresponder. Me convertí en una persona que no soy por la impotencia de no ser correspondida. Heme aquí, con el orgullo hecho trizas y la dignidad congelada, con el corazón desecho. Estoy haciendo la vida imposible a todos los que me rodean. No obstante, nadie se toma la molestia de preguntar la razón de mi actuar. Soy la obstinación, la terquedad, el incansable deseo de amar.

-¿Señora? Ya está listo el chófer para llevarla a la oficina.

Interrumpe el ama de llaves. Asiento, hace tanto que desayuno en mi propio despacho. Reflexioné.

-¿La señora Juliana ya está en el comedor?

Ella niega. No hay novedad. Juliana nunca está disponible para mí.

-No permita que salga de casa, Simona. Se lo advierto. Cualquier evento sospechoso, usted será la culpable.

No me dejan más opciones.

-No se preocupe, señora.

Salí de casa, me molesta incluso el aire. Giro hacia la ventana y ahí está ella, con su cabello color caramelo sintiendo alivio cuando me ve partir. Es mi culpa, es su culpa, es nuestra culpa.

Elena Priego-Falcó era una mujer que había construido su inmensa fortuna de la nada. Una mujer de origen humilde cuyo trabajo y esfuerzo reforzó y respaldó cada una de sus acciones. Una vida dura con enseñanzas igualmente sólidas, una mujer que poco a poco construyó ladrillo a ladrillo un imperio empresarial. Una mujer que fue testigo de las mieles del éxito de otros, de un recordatorio constante que no pertenecía a ese estrato. Una mujer fuerte e implacable, dueña de una belleza envidiable, pero con un carácter que opacaba por completo cualquier virtud que pudieran reconocerle. Elena Priego-Falcó, había hecho con cenizas, una estatua indestructible.

En los enormes edificios donde ahora se encuentra su centro operativo, Elena se hallaba inexpresiva y pensativa. Se preguntaba una y otra vez, ¿de qué servía tanto poder y tanto dinero si la mujer que ama jamás le va a corresponder? Molesta, la mujer castaña lanza su bolígrafo contra el ventanal. Las acciones de la bolsa se mueven detrás de ella, haciendo un sonido de notificación el computador. Atentamente, la magnate observa que sus acciones volvieron a subir. La construcción de sus hoteles había sido un rotundo éxito. Había arrancado ese negocio de las manos de su acérrimo rival, Ariadna Ayamonte.

-Madrina, conseguí adelantarme a los planes de Ayamonte, busca construir en la riviera un complejo turístico. El negocio está prácticamente hecho, lo único que hay de por medio es la compra de esos terrenos y el permiso de los residentes. ¿Qué hacemos?

Elena escuchó a su mano derecha, Alejo, un muchacho que prácticamente ella adoptó al saber que su padre, un antiguo trabajador suyo, había muerto en una construcción, o al menos, esa era la historia oficial que había mostrado al público. Esa historia le recordó a la suya, o mejor dicho, sonaba mucho mejor de lo que era y sin dudarlo, lo tomó bajo su cobijo y le brindó todas las oportunidades para hacerlo un hombre exitoso. Al oír toda su investigación asintió, ellos se entendían como nadie.

-Procede con la compra de los terrenos. Alejo, no permitas que Ayamonte se salga con la suya. Haremos lo que sea necesario. ¿Escuchaste?

Alejo asintió, rápidamente se puso en marcha. Elena tomó su celular y llamó a la universidad donde su hijo, su hijo con Juliana estudiaba.

-Buenas tardes, habla Elena Priego-Falcó, no he recibido noticias del desempeño de mi hijo, Dante Priego-Falcó Moguer.

Aunque el contacto con su hijo era casi inexistente, Elena no podía desprenderse de ese lado sobreprotector.

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