XXII

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El rubor en ambas mujeres estaba intenso. El sudor caía por la piel morena de Elena deleitando a una Juliana anonadada por la entrega que las dos. Las sábanas estaban marcadas por el vestigio de la pasión desbordante. El silencio no era incómodo, sino un refugio de calma y asentamiento de emociones. Juliana buscaba un sentido, algo de lógica que la ayudara a comprender lo que recién habían hecho. Nerviosa, trató de evitar la mirada de su esposa.

—Yo creo que...

Susurró Elena con muestras de ansiedad, atrayendo la curiosidad de Juliana.

—Es que no sé que decirle...

Respondió Moguer mientras se veía los dedos.

—Te entiendo... Creo que, bueno...

Estaban sin palabras, ¿y cómo no estarlo si se habían comido hasta la sombra? Juliana se acomodó el cabello y a la vez, se llenaba de valentía para verla a los ojos.

—Lo diré de forma directa. Aún no puedo perdonarte, me siento muy traicionada y no confío en tí. Decirte que podemos reintentarlo contradice por completo a mis sentimientos. Sí, te amo y sí me duele muchísimo todo lo que pasa. Y con todo eso, quiero perdonarte... Solamente que ahora no puedo.

Al menos era sincera, pensó Elena. Asintió y sonrió.

—No ambicionaba nada más. Haré lo que pidas. ¿Quieres que me vaya y no nos veamos hasta que aclaremos nuestros sentimientos o quieres el divorcio? Quiero que tengas tu espacio para pensar y yo tener el mío. Cuando estemos listas...

¿Espacio? Juliana movió afirmativamente la cabeza. Viendo cómo su celular se comenzaba a sonar, brillaba por notificaciones y vibraba por mensajes. Era tan repentino que preocupó instantáneamente a la filántropa. Sujetó firmemente el dispositivo y las noticias amarillistas no se hacían esperar. “¿Intercambio de parejas? Priego-Falcó vs Ayamonte" y debajo de ello, una foto de la cita que tuvo Juliana con Ariadna y otra más de Elena con Nina. La confianza que se miraba en la última foto llenó de ira a una Juliana que no esperaba aquello, y mucho menos esperaba que su reacción fuese así de impulsiva. Velozmente le mostró a Elena la noticia, señalando su foto con la mujer de Ariadna.

—¿Qué... Qué significa eso?

Elena hizo una mueca de desaprobación.

—Fue una casualidad. Me la encontré en un parque.

Contestó sin mucho interés, llenando así el espacio en la mente de Juliana con sospecha.

—Se ve que ella es tu tipo.

Fue entonces cuando Elena sonrió.

—Nina es muy linda sí... También es muy buena persona y una gran madre. Me agrada...

No era mentira lo que decía. Al mencionarlo se encogió de hombros, provocando en Juliana un arranque de celos inesperado por ambas.

—¿Y lo dices así cómo así? No lo puedo creer...

Elena seguía sin moverse, observando atentamente algo que nunca había notado tan directo. ¿Estaba sintiendo celos? Inevitablemente sonrió, satisfecha de presenciar aquello como una obra de arte. El cabello revuelto y ondulado de Juliana se movía rebelde con con su expectancia. Los ojos ámbar viéndola intensamente como una especie de acertijo imposible de descifrar. Encima de su piel blanca y tersa, había una tela de seda color albaricoque cubriendo su torso, resguardando las marcas del desvarío en su pecho franco. Juliana no comprendía lo que había hecho si su esposa estaba tan concentrada en otra mujer, aparentemente.

—Yo creo que... Creo que lo mejor es que te marches.

Habló con coraje, Elena sonrió y evitó que Juliana se pusiera de pie, colocándose encima de ella. Inclinó la cabeza hacia un lado, llevándose con ella un movimiento sutil y sensual de su cabello oscuro. Mordiéndose el labio, la empresaria aprisionó a su esposa sobre el colchón. No iba a pasar por alto semejante actuación.

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