XII

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Pasaron semanas, Gregorio Valencia era un investigador privado con resultados que superaban la excelencia. Ariadna lo había contratado desde el día después de la proclamación de Elena como presidenta. No soportaba ver a Juliana tan enamorada, y mucho menos ver a Elena triunfante y sobrada. La morena poco conocía acerca de la artimaña planeada por Ayamonte, así qu
e únicamente se dedicaba a disfrutar de su esposa y de la nueva etapa que habían alcanzado juntas. Por su parte, Juliana había atravesado el umbral de lo increíble, incluso en terapia matrimonial se sentía más cómoda para hablar de sus mejorías y llevando por su parte, una sesión individual.

—¿Piensas todavía en ella?

Pregunta el doctor a una solitaria pero sonriente Juliana.

—No puedo decir que no. Hay veces en las que pienso en ella, sin embargo, no como antes. No la pienso con añoranza, sino con cariño. Aunque no sé que clase de mujer sea ahora, aún estimo a la que fue conmigo.

El doctor asintió.

—¿Ya no hay arrepentimiento de haberte casado con Elena?

Sin analizarlo mucho, Juliana se sorprendió a sí misma sonriendo ampliamente.

—Diré que la Juliana de antes se arrepiente de muchas cosas. Una de ellas es haberse casado sin amor y la otra, no abrirse o darse otra oportunidad para amar.

El doctor asintió y la observó detenidamente.

—¿Cómo te sientes ahora con tu esposa?

Juliana suspiró y acarició su argolla de matrimonio.

—Me siento bien, me siento cómoda. Me siento de ella como nunca he sido de alguien.

—¿Ni siquiera con Ariadna?

Juliana negó.

—Fue un gran amor, un amor imborrable que nunca se irá de mis recuerdos y mi alma, pero fue el primero.

—¿A qué te refieres?

El doctor cuestionó sin comprender la idea de Juliana.

—Trato de decir que no había huella de nadie más, que no había más historia que la mía y mi familia cuando estuve con Ariadna, fue algo lindo y noble, un conocimiento de lo que el amor limpio puede llegar a ser; y con Elena...

Juliana suspiró antes de proseguir.

—Con Elena reconozco todas las emociones. No solo ese lado inocente, también está ese lado que grita pasión y posesión, al mismo tiempo que ternura y mejora constante. Con Elena redescubro todo lo que creí que era algo y que ahora tiene otro significado, más profundo, más hondo... Elena es todo lo que hay, es franqueza y un terrible humor que se tranquiliza con amor. Es una fabulosa madre con miedos y unas cuantas historias que a nadie le cuenta. Tiene en su alma heridas grandes que no le permiten ser libre, pero al mismo tiempo, le aportan esa sensibilidad a todas sus virtudes. Con mi esposa siento que es un amor maduro, un amor de equivocaciones y remiendos, un amor de porcelana quebrada y reunificada con oro. Con ella siento que hay grietas y resanamiento de ellas. Siento que hay puntos de quiebre, puntos de altivez y puntos de éxtasis. Puedo odiarla y puede odiarme, luego amarnos como nadie. Ese amor maduro que al final del día, se mantiene fuerte e imborrable.
Era lo más honesta que podía ser, Juliana cayó en cuenta de todo lo que expresó y sin dudar, ni una sola pizca de culpa la atacó. Había sido sincera con ella misma.

—¿Qué quieres decirte hoy, Juliana? De Juliana a Juliana, ¿qué consejo quieres darte?

La mujer, altiva y elegante cerró los ojos para concentrarse y visualizarse mejor.

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