VII

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El mensaje aturdió a Juliana, ¿cómo podía atreverse a tanto Ariadna? Rápidamente borró todo vestigio de aquel mensaje y con confusión en el alma se sentó sobre la cama. ¿Por qué ahora el fantasma de su primer amor se sacudía con fuerza, por qué ahora que veía en Elena tanta ilusión? Aún aturdida, Juliana se puso de pie para meterse en la ducha, incapacitada de escuchar se adentró en el cuarto de baño ignorando el hecho de que Elena se encontraba en la regadera. Con las divisiones transparentes por el cristal, Juliana pudo ver el cuerpo despampanante de su esposa siendo mojada por una lluvia caliente y vaporosa. Su garganta se secó, sus ojos se abrieron totalmente y no podía despejar su vista de semejante monumento a Venus. Sonrió, se había casado con una diosa griega llena de lujuria y de pasión. De pronto, antes de que se girase Elena, Juliana salió de la habitación sintiendo el bochorno flotando entre su razón y deseo.

-¿Qué te está pasando Juliana?

Se preguntó en susurro, no podía recriminarse desear a la mujer con quién se casó. ¿Podía recriminarse haber recibido aquel mensaje si ella no dió el primer paso? Nerviosa, Juliana sujetó su celular y envío su primer mensaje de texto. "No quiero volver a recibir nada tuyo. Olvida el número, no vuelvas a escribir y evitáme la vergüenza de decirle a mi esposa lo que estás haciendo. Adiós." Si quería ser feliz con Elena, debía poner de su parte y eso significaba, sepultar por completo el recuerdo de Ariadna Ayamonte. Al salir de la ducha, Elena la observó detenidamente, el cabello mojado caía por sus hombros y una sonrisa tímida y linda apareció en su boca.

-Buenos días, eh... Juliana, hoy iré a terapia. ¿Quieres que vayamos a alguna terapia de pareja? Lo puedo arreglar en este momento.

Juliana abrió los ojos abruptamente y lo meditó un poco.

-Creo que estamos tomando cartas en el asunto con respecto a nuestro matrimonio. Sí, Elena... Vayamos hoy.

En verdad le nacía acudir a terapia, quizá porque notaba que era más llevadero estar con Elena y con ella misma. Juliana se detuvo un momento a analizar su vida entera, día con día iba quitando y añadiendo más virtudes a su presente, aumentando su anhelo a un mañana que ya no la sometía a tanto nerviosismo como antes. Era quizá las ansias de creer en los cambios de su esposa, en esos gestos de amor mostrados que la hacían poner todo en balance. Sin decir nada más, Elena se arregló como siempre, impecable y hermosa para ir a la oficina. Al estar lista, Juliana no pudo esconder su sonrisa de admiración al observar a su esposa tan galante y regia.

—Bueno, entonces paso por tí a la tarde. ¿Te parece?

Añadió y Juliana asintió olvidándose por completo de la imagen de Ariadna.

—Está concretado. Que te vaya muy bien hoy.

Elena al escucharla sonrió y en un arrebato de ternura se acercó a su mujer, y le plantó un suave y casto beso en los labios, un beso de delicadeza que prometía tanto sobre lo que podía ocurrir después si Juliana se lo permitía. La morena se marchó, sientiendose ese día particularmente triunfante, habiendo abierto parte de su corazón, en verdad sentía su avance. Al llegar a la oficina, su escritorio ya tenía innumerables carpetas por revisar.

—Madrina, yo sé que me dijiste que no podía molestarte con cosas sin importancia, pero allá afuera está Beatriz Amaya, dice que si no la atiendes va a ir a dar entrevistas sobre su retiro.

Elena apretó la mandíbula, asintió a su ahijado y se posicionó en aquella postura que imponía respeto y miedo.

—Hazla pasar, recuerda que si alguien viene o si hay alguien al acecho, rápidamente me lo digas y no permitas que nadie se atreva a acercarse a la oficina mientras está esa por aquí.

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