XIV

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—¡No!

Gritó Juliana separándose de Ariadna con claras señales de haberse molestado.

—¿Me vas a negar que eso fue amor?

Juliana cerró los ojos fuertemente y suspiró.

—Yo amo a Elena. Fue un error que nunca volverá a suceder. Mi esposa merece recibir de mí, lealtad, fidelidad e incondicionalidad. Igual que la tuya. No vuelvas a hacer eso, respeta. Adiós.

Se disponía a marcharse y Ariadna solo miraba que le respondió el beso sin apartarse.

—Lo sentiste tan correcto como yo, Juli.

Irritada, Juliana se giró y con el semblante más serio negó.

—No fue correcto. Pero viendo que no quieres reconocerlo, te lo diré... No quería ser cruel, no sentí amor como dices. Creí que nos debíamos eso al menos, sin embargo, no nos debemos nada. Yo amo a mi esposa y es a la única que deseo besar. Lamento mucho la confusión. Adiós.

Había sido sincera Juliana, recordando el beso, únicamente sentía una deuda. No se separó al instante porque creyó que sentiría un poco más, no obstante, con el beso corroboró lo que tanto sospechaba, su amor profundo por Elena. Deseando su presencia en cada rincón de su cuerpo.

—Tu beso me dijo lo contrario.

Juliana negó.

—Si de algo sirvió el beso, fue para darme cuenta que en efecto, ya no te amo.

Susurró yéndose, sintiendo el amargo dolor de haber traicionado a su amor, a su Elena. Juliana se marchó a su habitación, el remordimiento pisando sus talones con fuerza le repetía cientos de veces que había cometido un gran error, un firme sonido de cobardía se zambulle en el mar de dureza a su miedo al futuro y sus reacciones caóticas al percibir la constancia de sus pensamientos, la consciencia le pide cuentas indiscretas y llega a la nítida respuesta de un dolor fraseado y tatuado en el corazón herido, en el suyo y el de Elena. La cobardía de unos cuantos destruye la vida de la gran mayoría.

Ariadna permaneció allí frente al mar. Añoraba que alguien pudiese estar en sus zapatos, por más que quisiera a la madre de sus hijos, Nina no era la mujer con la que había soñado estar. Sus errores y el oportunismo de Elena la terminaron por arrancar de sus brazos, la ambición de los señores Moguer y la indecisión de Juliana, sellaron para siempre una historia que pudo ser la más bella del mundo. ¿De eso trataba la vida? Se cuestionaba Ayamonte con firmeza. ¿Ser perfectas la una para la otra y por ironías y paradojas del destino terminaban siendo la estaca en el corazón de la otra? Helaba la sangre pensar en todo lo que tuvo que vivir para llegar a eso, en todo lo que hizo bien Elena para conquistar su alma y su corazón. Ariadna odiaba al mundo, iniciando por ella misma y terminando en Elena. ¿Por qué la vida la premiaba con Juliana si no se la merecía? No hayaba una fórmula que le revelase la verdad, simplemente era una hipótesis incontestable que estaría allí, habitando entre su sien y atormentando sus sueños para siempre. Al regresar, encontró a su hija esperándole. ¿Qué le diría? No hallaba frases predestinadas a sonar bien, no cambiaba de parecer y ahora menos que nunca. No quería volver a ver a una Priego-Falcó en su vida. Ahora caía en cuenta que había perdido de nuevo a Juliana, la primera vez en cuerpo y en esta ocasión en todas las demás.

—¿Cómo estás?

Preguntó Regina con esa clara madurez emocional que ahora mismo Ariadna no poseía.

—Bien, espero de verdad que pienses bien lo que haces con ese muchacho.

Tragó saliva la hija y asintió.

—Lo último que quiero es decepcionarte, sin embargo tú sabes que en el amor no ordena la razón. Simplemente ocurre.

Tenía la boca llena de verdad. Ariadna necesitaba escuchar aquello aunque le doliese en lo más profundo del anima. Por más razones que tuviera para odiar a Juliana, su corazón había decidido desde hace dos décadas, que la amaría hasta el final de los tiempos y para desgracia suya, esa profecía parecía cumplirse al pie de la letra.

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