XVII

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—¡¿Qué le hiciste a mi hija, Priego?!

Dante se miraba un poco dealineado, su rostro desencajado y los párpados hinchados de haber llorado. Ariadna, furiosa sacudió a Dante con tanta fuerza que terminó por desarreglarlo. Al instante, Juliana estaba allí porque su hijo le había hablado y al atestiguar ese trato no supo qué decir, estaba anonadada y de cierta manera comprendía la reacción. Sin embargo, cuando el ascensor abrió sus puertas de acero, una informal Elena salió disparada al ver a su hijo siendo maltratado por su rival.

—Tienes dos segundos para soltar a mi hijo, Ariadna.

Contundente, firme y más que enojada habló Elena, poniéndose justo delante de su enemiga. Olía a un perfume costoso, con su cabello rebelde que la hacía similar a una quimera.

—¿Te vengas con mi hija por tus idioteces? No es su culpa que hayas caído tan bajo, Elena. Me las vas a pagar.

Elena asintió y miró a Nina.

—Yo no le hice nada a tu hija. Pero si quieres cobrarte, cobra... En eso eres experta.

La miró de arriba hacia abajo con desprecio. Mostrando ese temperamento que nadie de la familia Ayamonte había visto.

—Señora, espero que su hija se encuentre bien. Lamento mucho la circunstancia.

Continúo Elena ante la mirada atónita de una Juliana que se esforzaba por ni siquiera dirigirle un vistazo.

—Si a mi hija le pasa algo, tú y tu hijo lo van a pagar demasiado caro.

Elena tuvo suficiente y tomó la mano que la señalaba de Ariadna y la apretó con tal fuerza que se podía ver la concentración de sangre en los dedos pálidos de Ayamonte.

—Vuelve a amenazar a mi hijo y vas a conocerme de verdad, Ariadna. Te lo juro por tus muertos y los míos. Tu pelea es conmigo, no con él.

Fiera, molesta y respirando agitado, Elena cambió el ambiente del lugar.

—Controla tu idiotez, Ariadna. Un poquito, por respeto a tu familia, mínimo. Dante...

Prosiguió Priego dando por concluida la conversación, dejando detrás a una Ariadna enfadada y rabiosa.

—¿Qué pasó?

Preguntó la morena a su hijo sin apartarle los ojos de encima. Evasivo, Dante no quería contestar. Verla era una decepción. Ofuscada y cansada de ello, Elena le levantó del mentón el rostro con fuerza que incluso Nina se sintió intimidada.

—A mi no me haces eso, por segunda vez, ¿qué pasó?

Dante asintió, como si hubiera salido del trance.

—Le dije a Regina todo lo que mi mamá y la señora Ariadna hicieron.

Hablo firme, tal como su madre lo haría Y Juliana se sintió a desfallecer, la mirada de su hijo era de una total decepción y angustia.

—Mi amor, por favor no es así como crees... Yo no quise...

Inevitablemente, esa conversación llegó a los oídos de las Ayamonte.

—¿Perdón, a qué te refieres Dante con lo de tu mamá y Ariadna?

Intervino Nina completamente pálida.

—No te corresponde hablar, Dante. Vamos a conciliar esto como familia. Te controlas, no es tu lugar.

Tomó la situación bajo su mando Elena. Vio a Ariadna y apretó la mandíbula.

—¿Te haces cargo o lo hago yo, Ariadna?

Confrontando como siempre y Ariadna llegó a centímetros de Elena.

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