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Nina salió de aquella oficina con claridad en la mente. El silencio educado de Elena era una confirmación de todo lo sucedido. Sencillamente ella se rehusaba a hablar mal de la mujer que ama y de la madre de sus hijos. Ese pensamiento inundó de confusión a Nina. ¿Elena era tan deplorable como decía Ariadna? Era claro que hablaba desde los celos, la frustración y el hubiera que no se concretó. Y dentro de la oficina de la compañía Priego-Falcó, Elena reflexionaba acerca del reciente encuentro con la mujer de Ayamonte. Era como si hubiera visto un corazón roto intentando componerse a la vez que se agrietaba. En verdad Nina la sorprendió totalmente, había mucha similitud en ambas y el no haberle hablado con la verdad Ariadna, hirió profundamente a una orgullosa mujer.

Un día ajetreado en la oficina y parecía ser así en todos lados. Tanto Dante como Regina llevaban una relación amigable con tintes de algo más conforme el tiempo avanzaba. El coqueto y atento Dante siempre estaba al pendiente de ella sin invadir su campo, su espacio y a ella. Era ese tipo seguro y lleno de confianza que de a poco iba conquistando el corazón de una tímida pero hermosa Regina.

—Deje de verme así, ingeniero. No me deja concentrar.

Le dijo divertida con los planos delante. Dante encogió los hombros como siempre lo hacía su madre, una manía adquirida y su sonrisa resplandeciente apareció en su rostro.

—Estamos a mano, arquitecta. Yo no me puedo concentrar por tu culpa.

Divertida, Regina negó con la cabeza.

—¿No puedes dejar de ser tan coqueto un segundo?

Ahora fue Dante el que negó con un ademán.

—Vamos a cenar juntos, arquitecta.

—No hay forma para hacerte desistir. Dante, eres un Priego-Falcó y yo una Ayamonte. Decir que está prohibido es poco.

Dante negó y se aproximó al escritorio de Regina.

—No me importa lo que hagan nuestras madres. Tú y yo somos dos individuos aparte, vamos a cenar.

Insistente y con cierta razón, Regina no pudo resistirse más. En verdad quería salir con ese chico tan guapo, tan atractivo y con una nobleza que era visible para todos los que lo conocían. No podía oponerse a sus instintos, le costaba más y mas trabajo.
...

Nina seguía enfurecida pero tomando precauciones para no explotar por pequeñeces. No quería hacer un escándalo por una relación superada, sin embargo, si ese evento era el motivo para seguir en conflicto, debía tener más pruebas para corroborar lo que fuese.

—Mi amor, hoy es la reunión para la candidatura de la asociación de empresarios. ¿Vas a ir en vestido o en tuxedo?

Preguntó Nina intentando seguir coherente con su comportamiento de siempre. Quería ser la esposa que apoyaba y respaldaba a su mujer sin ningún compromiso, salvo el incondicional amor que predicaban.

—Sí. Tuxedo francés, el que trajimos de nuestra visita a Vichy.

Nina lo sacó del inmenso ropero y lo depósito en la cama. En verdad amaba a Ariadna, ella era su esposa perfecta. Conformó con ella una familia, una familia que soñó. Por ello, le dolía enormemente que no le tuviera la confianza como para compartirle su pasado, así como lo había hecho ella. Portando una pieza de lencería exquisita y con bordados hechos a mano, Nina se paseaba por la habitación procurando provocar a su esposa y sentirla suya, en cuerpo, corazón y pensamiento.

Seduciendo a su esposa, Nina consiguió tener la atención de Ariadna. La misma que comía el cuerpo de Diosa de su mujer. No cabían dudas, Nina era fantástica en el arte de amar. Habiendo hecho el amor, Nina eligió creer que Ariadna la amaba más de lo que amó a Juliana, bueno, quería convencerse de ello y hoy, a la noche podía olvidar el tema o buscar la forma en la que Ariadna hablara de una vez por todas con transparencia.

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