XIII

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-¿Mamá, y esta visita?

Pregunta Dante con una sonrisa insegura en el rostro. Juliana miraba a su hijo, midiendo las palabras para acercarse a él.

-Vengo a verte, mi cielo. ¿Cómo estás?

-Bien, mamá... ¿Cómo está mi mamá Elena?

Juliana sujeta la mano de su hijo y ambos van a una pequeña cafetería en el mismo hotel.

-Está bien, está muy orgullosa de tí. Dante... ¿Hay algo que me quieras compartir?

El hijo sacudió su mano levemente, intuyendo que nada se le escapaba a su madre.

-¿Ya sabes, cierto? ¿Cómo lo supiste?

Juliana encogió los hombros.

-Claramente no lo sabía por tí. Un periodista llamó a tu madre diciendo que iba a publicar las fotografías dónde besabas a Regina Ayamonte.

Dante asintió y tomó su celular para comunicarse con su novia. "Mi mamá está aquí, me dijo que hay gente que nos fotografió besándonos". Esperó la respuesta, pero no recibió ninguna.

-¿Mamá Elena está furiosa, no es así?

Juliana negó y le acarició el rostro a su único hijo.

-Solamente se siente inconforme por tu desconfianza y por haberse enterado por terceros.

Dante analizó esa contestación y en silencio la asimiló. Tenía toda la razón.

-Lo sé, mamá. Planeaba decírselo, pero necesitaba que Regina estuviera cómoda con ello. Estamos en esto juntos.

Ahora fue Juliana la que procesó la respuesta brindada por su hijo.

-Bueno, me alegro que ambos estén en sintonía.

-¿Tú qué es lo que piensas al respecto?

Preguntó Dante a su madre con los ojos dilatados. Juliana meditó su respuesta, el amor a su hijo era incondicional sin importar nada ni nadie.

-Estoy feliz de que tú lo estés. Yo te apoyo y siempre lo haré. No debes dudar eso nunca.

Ambos, madre e hijo, se fundieron en un abrazo estrecho que a los dos les venía muy bien. Juliana y Dante se pusieron en marcha rumbo a las habitaciones del hotel, llegando al piso donde este último se hospedaba. Al llegar al pasillo, gritos en plena discusión los recibieron, sacando por completo del cómodo silencio a la familia Priego-Falcó. ¿Esa era Ariadna? Se preguntó Juliana con cierta desconfianza. Dante, al escuchar la voz de Regina, corrió a la habitación y no dejarla sola. Acto que fue seguido por Juliana. Al llegar a la habitación, Ariadna estaba con las manos en la cintura. Sin comprender nada, Dante sujetó en sus brazos a una Regina con los ojos cristalinos, clara muestra de querer soltar el llanto.

-¿Qué pasa, mi amor?

Preguntó el joven Priego.

-¿Mi amor, cómo te atreves a llamar a mi hija así?

Refutó Ariadna con un tono de voz ofensivo que la hizo sentir furiosa.

-¿Perdón? ¿Cómo te atreves tú a hablarle así a mi hijo?

Ahora fue Juliana la que intervino, atrayendo la atención de una Ariadna al borde del precipicio. Viéndola, como quien mira una obra de arte, Ayamonte estaba estupefacta ante esa fiereza que pocas veces le llegó a ver al gran amor de su vida.

-Disculpa, no debieron entrar así a una conversación entre mi hija y yo.

Dijo con cierto grado de razón, a lo cual Juliana negó.

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