XXI

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La puerta de la habitación del hospital se abrió. Y un delicado ramo de flores se vio, Nina estaba sentada justo a un lado de su hija que iba poco a poco recuperándose. Elena con el ramo en mano y un atuendo totalmente pulcro y formal se adentró en el sitio. Observó a la joven, estaba pálida y con los labios secos. Su rostro jovial estaba cansado, mostrando ojeras como si no hubiera podido dormir desde hace tanto. Dio un par de pasos hasta llegar frente a la cama, viendo tanto a madre como hija estar en sincronía. La empresaria sonrió y extendió las flores, con algo de nerviosismo. No entendía la razón detrás de sentir simpatía por la familia de Ayamonte, solo comprendía que ellas no eran las culpables de todo lo que su rivalidad construyó.

—Señora... Señora Elena.

Susurró Adriana sorprendida. La hija menor de las Ayamonte sabía la historia donde la enemiga número uno de su mamá, la había rescatado y que sin asco permaneció junto a ella aunque hubiese vomitado sobre su ropa más de dos veces. Adriana se sonrojó pensando en aquello, tenía una enorme vergüenza en el semblante.

—Hola, ¿cómo te encuentras, Adriana? Quería venir antes, pero varias situaciones se me cruzaron el camino. Me disculpo por ello.

Rápidamente Nina se puso de pie, sujetó las flores que Elena había traído y se las acercó a su hija para después ponerlas en el florero de la habitación.

—No tienes por qué disculparte, Elena. Toma asiento, por favor.

La morena no respondió y agradeció con un gesto sonriente la amabilidad de Nina.

—No quiero incomodar a nadie, así que me temo que mi visita será breve.

Dijo la castaña sin apartar la vista de Adriana, entendiendo por algún motivo el dolor que estaba sintiendo la joven.

—Lo importante es que cumpliste tu palabra. Y sobretodo, que me trajiste a mi hija con bien. Te lo agradezco tanto, Elena.

Nina estaba destrozada, la mujer que amaba se había convertido en una completa desconocida. Si bien, venía a visitar a su hija, a ella no le dirigía la palabra. No obstante, seguía siendo una buena madre aunque no una buena esposa. Su ego había salido herido cuando recurrieron a Elena en su lugar, y no entendía las razones para llegar a esa medida. Sin embargo, Nina estaba decidida a quitarle lo que más quería a Ariadna, esa materia que respaldaba su desdén y su orgullo. Y asimismo, buscaba llamar su atención y hacerla entrar en consciencia, en poner en balanza el peso de su familia o el peso de un amor nostálgico.

—No hay nada qué agradecer. Me alegra verte bien y despierta. En serio, me da mucho gusto.

La sonrisa cálida de Elena se dibujó, y a la joven Adriana eso le generaba confusión. ¿Cómo podía ser que la villana de toda su vida, según su mamá Ariadna, fuera su salvadora ahora?

—Señora, verdaderamente le agradezco haber ido por mí. Me avergüenza mucho el comportamiento que tuve y solo quería decirle gracias.

Elena asintió para ponerse de pie y acercarse a ella. Caminó con determinación y elegancia, una que confundía más a Adriana, misma que pensaba que la familia Priego-Falcó era de segunda clase. Cuando la empresaria llegó a su lado, le acarició el cabello con una dulzura que nunca imaginó que tendría.

—Lamento mucho que te sientas así. El dolor a veces toma el control de nuestras acciones, es de humanos equivocarse al escucharlo, pero es de valientes enfrentarlo con resistencia y amor. Puede que no todo sea igual que antes, sin embargo mira a todas las personas que te quieren y que quieres, ese es el combustible perfecto para vencer cualquier obstáculo en la vida.

Nina sonrió, esos detalles en Elena la hacían ver como una mujer increíble. Aunque curiosamente, para la misma Priego era imposible aplicar sus consejos en su propia vida. Adriana no pudo contenerse más y comenzó a llorar como una niña pequeña, una que se sentía desprotegida, decepcionada y abandonada por la persona mas importante en su vida. Y cómo si nada, la joven Ayamonte sujetó el brazo de Elena para abrazarla con ternura, sollozando en su pecho. La morena sorprendida, respondió al abrazo sin importar que la madre de la chica estuviese allí.

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