VIII

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—Madrina, ya tengo cómo resolver la situación del escándalo de ayer.

Elena estaba sonriente, renovada y con el pensamiento más fresco que una brisa del mar.

—¿Cómo?

Replicó la magnate sin dudar de la capacidad de su mano derecha.

—Encontré documentación que confirma que Adrián Ayamonte colaboró con grupos delictivos de bienes raíces para la compra-venta de terrenos. Prácticamente, lo que hacía era amedrentar a los vecindarios completos para devaluar el precio. Hacia que pasaran autos a altas horas de la noche, que los motores hicieran imposible dormir. Además por supuesto, de que contrataba pandillas de delincuentes para asaltar y hacer inhabitable la zona.

Eso sonaba fantástico para Elena así que conforme a esa recién investigación, complementó su plan inicial.

—Que lo publiquen en una revista muy ajena a nosotros, dónde investiguen a fondo tanto mi caso como el de Ayamonte. Les darás la información de mi familia, ojo, únicamente de mis padres y de Hayworth. Que queden esos antecedentes cuando liberen la noticia de Adrián. ¿Estamos?

Alejo asintió y se fue directamente a diseñarlo todo. Elena se sentía con más claridad que nunca, una oleada de brillantez y astucia habían llegado a su mente gracias a la noche anterior. No cabía duda alguna que Juliana era su mayor inspiración. Habían pasado semanas de la graduación de su hijo y reflexionó acerca de toda su evolución como pareja, lo que era antes impensado ahora era una realidad. Sonriente, Elena llamó a una florería y pidió un arreglo de dos docenas de flores para su mujer, mismas que serían enviadas a la fundación.

—Buenos días señora Moguer. Todos los pendientes están en su agenda, si gusta cuando lea todo, me llama y nos ponemos manos a la obra.

Mencionó Gabrielle, una nueva empleada que Juliana había contratado por su perfil pedagogo y atento a las necesidades infantiles.

—Muchas gracias, Gaby. En un momento te llamo.

Dijo Juliana antes de abrir la puerta de esa oficina encontrándose un bouquet de hermosas flores arregladas en un elegante diseño. No podía creer el detalle, sonriendo y emocionada fue a buscar la tarjeta, cuyo mensaje era en efecto, de Elena.

—“Para que adornen tu oficina y para que me recuerdes. Mucho éxito señora Moguer de Priego.”

Sin pensarlo, Juliana se encontraba oliendo aquellas flores con deleite, anoche había encontrado el punto perfecto de balance entre la locura y la cordura, la pasión desmedida marcada con besos y caricias a lo largo y ancho de dos amantes que volvieron a  descubrir las virtudes de la otra. Sintiéndose enganchada, Juliana tomó su celular y llamó a Elena, y efectivamente siendo conectada de manera instantánea a las líneas directas de la morena.

—¿Te gustaron las flores?

Fue lo primero que dijo y Juliana sonriendo niega, sabiendo que su mujer era consciente de lo encantadora que era.

—¡Qué presumida! Me encantaron.

Elena por el otro lado del teléfono sentía un revoloteo en su interior, era satisfacción total.

—Espero que no haya sido lo único que te encantó...

Ese tono seductor, invasivo y sugerente provocó en Juliana una sacudida desde el punto más sensible de su cuerpo a su cerebro.

—No pienso inflarte más el ego, Elena...

Una voz ronca, tentadora y seductora salió sin pensarlo de la boca de Juliana, de pronto sentía que quería más, que necesitaba más de su esposa.

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