XXVII

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Juliana nuevamente estaba dormida a un lado de Elena. El monitor estaba estable y la neblina de afuera demostraba que estaban en una estación del año muy cercana al invierno. El frío se empezaba a notar, pues las enfermeras empezaban a encender las calefacciones de las habitaciones. Elena sintió en su piel el cambio repentino de temperatura, más sus ojos seguían cerrados. A lo lejos, estaba Luciana. No tenía las agallas para entrar. Miraba a su hija resistir y sufrir lo que con su rechazo inició. ¿Cómo podía vivir al saber todo lo que le había hecho a su hija? Se preguntaba con dolor. No podía hacer mucho, solamente pedir perdón a Dios por sus atroces actos. Estar aquí, viéndola desde la distancia era lo único que le daba paz cuando no soportaba las tormentas de culpa que la azotaban con fuerza. Como esas mareas que generan olas inmensas, que azotan con los rompeolas y salpican con su espuma las rocas, para desaparecer por segundos antes de volver a azotar. Así sentía Luciana su vida, segundos de paz para luego perderla entre su pasado y el arrepentimiento.

En la habitación, la alarma se escuchó. Juliana despertó porque iba a ser la hora del baño de Elena. Se puso de pie con rapidez, arregló su cabello y fue a la ducha por todos los utensilios. El médico pasó visita, entrando en la habitación con cautela y con su equipo médico, su enfermera y unos cuantos residentes que venían a colaborar con las rehabilitaciones.

—Buenos días, señora Elena. Vamos a hacer la rutina. Le he comentado desde antes que es fundamental para su recuperación.

El doctor siempre entablaba una conversación con Elena porque había actividad cerebral, quería estimularla en ese aspecto también. Los residentes empezaron el calentamiento y Juliana seguía en el baño, quería refrescarse un poco antes de salir. De pronto, un movimiento de flexionar la rodilla izquierda hizo hacer una mueca en Elena, una mueca visible para el médico. Totalmente sorprendido, el doctor indicó que aquello se repitiera y Elena volvió a hacer la mueca.

—¿Doctor vio eso?

Preguntó el residente encargado de la rehabilitación.

—Siga con eso. Haré una evaluación... Vamos a darle un poco más de velocidad, doctores.

Indicó mientras se acercaba al rostro de Elena con una pequeña linterna para hacer sus revisiones necesarias. En eso, abrió su párpado para ver qué sus pupilas no estaban dilatadas como antes, estaban en un tamaño regular y natural. La respiración de Elena estaba agitándose por los movimientos que estaba sintiendo en su cuerpo. ¿Estaba reaccionando? Juliana salió del baño y notó toda la actividad que se estaba realizando sobre Elena, como si hubiera señales de su esposa.

—¿Doctor qué está pasando?

Preguntó Juliana un poco intranquila y desesperada. Los residentes seguían en la rehabilitación y justo antes de que el médico de cabecera respondiera, un movimiento levemente más brusco en la pierna derecha de Elena la hizo reaccionar abruptamente.

—Mmghr...

Se escuchó como un gruñido adolorido, por fin había emitido un sonido. El doctor comenzó a evaluar de cerca, haciendo su trabajo ante los ojos atónitos de Juliana que no cabía en sí misma de la felicidad. La rehabilitación seguía y volvieron a aumentar la firmeza del movimiento de las piernas.

—Mmmhg...

Volvió a gruñir y Juliana no podía soportarlo más, se aproximó a la cama para verla de cerca. Y ahí estaba ella, su Elena abriendo los ojos de a poco. Sus ojos estaban abriéndose lentamente ante la sorpresa y felicidad de todos en la habitación.

—Vamos mi amor, tu puedes. Venga, vamos... Vamos mi cielo, tienes que despertarte. Por favor.

Le hablaba Juliana con un derroche de dulzura que a todo el mundo conmovió. La rehabilitación seguía y Elena terminó por abrir los ojos con algo de debilidad, como si estuviera intentando enfocar la vista.

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