XXXI

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Días antes a la cena...

—Si quieres hacerlo, yo estoy contigo. Siempre contigo, Elena.

La empresaria suspiró. Su pijama de seda estaba tan pulcra que a Juliana le causó un poco de gracia. Le parecía tan tierna su esposa en esta versión suya, que había una nueva faceta descubierta en su amor. Moguer sonrió, la tregua se estaba volviendo en una paz consensuada, en una puerta a lo que tanto había sonado.

—Sí quiero hacerlo. Lo hablé con el doctor y él también cree que es hora. Mi mayor conflicto era contigo y creo que hemos llegado a un punto bastante diplomático. Creo que estoy ganando sobre lo que quiso hacerme Alejandro. 

Confesó sentándose en la cama y Juliana la imitó.

—Eres tan hermosa, Elena...

La empresaria se sonrojó y sin pensarlo mucho, tomó a Juliana de la cintura para acercarla a su cuerpo. Moguer, sorprendida por el paso, decidió dejar ser a Elena, ver hasta donde quería llegar.

—No digas esas cosas porque...

Hablaba en un tono bajo, Elena respiraba sintiendo el perfume natural de su esposa cerca. Uno que echaba de menos y que cuando sentía cerca, la provocaba a tal grado que le resultaba imposible no sentirse emocionada.

—¿Qué cosas...?

Habló sugerente, viendo sus ojos oscuros profundos. Elena pasó saliva y bajó la mirada hasta los labios de Juliana.

—Yo...

Juliana se acercó más, también tenía una especie de camisón de seda que le llegaba arriba de medio muslo. A Elena le encantaba ese color en ella.

—¿Qué?

Estaban en ese punto de tensión precisa. Ese dónde ambas sabían que estaban a nada de volverse locas.

—Dios...

Suspiró Elena, estaba combatiendo un instinto de pasión y uno de lógica. Una mala combinación en el ahora. Juliana sonrió, sabía que la estaba provocando y era eso justo lo que quería. Ambas se fueron acercando, lenta y dulcemente hasta quedar a escasos milímetros de los labios de la otra. El aire se exhalaba y se volvía uno, un elemento tan fantástico que terminaba de unificar las almas. La electricidad se palpaba, ambas acariciaban despacio la piel de la otra y la tela suave, cuya similitud era tan grande que no sabían cuando terminaba la piel y dónde comenzaba la seda. Suspiros, ojos derrochando anhelo. Punto exacto.

—¿Señora?, la llama la señora Nina.

Simona desde la puerta interrumpió el enlace. Juliana en silencio se apartó de a poco. Se acercó a la ama de llaves y con el semblante más inconforme que podía tener, tomó el teléfono en sus manos. Elena la observaba, el movimiento de la seda dibujándose en todo el cuerpo de su esposa. Cada paso era una melodía de sus caderas, dónde la tela se levantaba un poco y bajaba nuevamente con el siguiente caminar. Elena permaneció en silencio y Juliana sabía que estaba siendo observada por su esposa.

—Hola Nina, buena noche. ¿En qué te podemos ayudar?

Escuchó Elena y su corazón latía fuertemente al notar como su esposa cambiaba la voz. ¿Era su percepción o Juliana tenía cierto grado de celos con Nina? No lo entendía, pero algo en su corazón sentía regocijo de solo pensarlo. La conversación entre ellas lucía ser bastante entretenida, y como si fuera poco, Elena únicamente estaba centrada en la figura de Juliana. En su manía por revolver su cabello, de una forma tan delicadamente sensual que invitaba a Elena de mil maneras. La empresaria cerró los puños, quería acercarse. ¿Cómo lo haría si había sido tan cruel con Juliana antes? Aturdida por ese mar de emociones que iba y venía, se dispuso a marcharse de allí a tomar una pequeña distancia que la ayudase a comprender cómo y de qué forma estaba sintiendo su corazón. Al percatarse de esa nebulosa en la mente de su mujer, Juliana la detuvo del brazo e hizo un movimiento negativo con la cabeza cuando Elena dirigió su mirada hacia ella.

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