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Habían pasado varios días de aquella iluminada reunión de madres e hijo en la oficina Priego-Falcó. Ahora se encontraban las familias más importantes y de renombre de la ciudad llegando a la fundación de Elena. Por extraño que pareciera, el hogar de Juliana con su mujer, era un poco más tranquilo. Podían cenar juntas y charlar de trivialidades, parecía que Elena podía escucharla por horas aunque hubiera trabajado todo el día, sin embargo no podía evadir los recuerdos, Juliana. En ocasiones llegaban sin avisar, mostrando como ejemplo de los mejores adjetivos a Ariadna. Con impotencia, buscaba formas para redirigir sus pensamientos sin ahondar en sus razones, solo desecharlo para poder ver de verdad a su esposa. Esa que ahora mismo estaba arreglándose tan elegante y sofisticada que parecía salida de una revista de moda. Juliana estaba por finalizar toda su apariencia, el equipo de belleza que había conseguido Elena para ella, la hacían lucir más espectacular que nunca. Las dos parecían un par de princesas de película listas para estar bajo los reflectores.

-Te ves magnífica.

Dijo Elena sin apartarle la mirada. Juliana no pudo evitar sonrojarse y sin meditarlo antes, se acercó a su esposa peligrosamente.

-Tú también luces maravillosa. ¿Te gusta mi perfume?

Preguntó Juliana con una voz que no sabía de dónde había salido, dulce y seductora, con tintes melosos que hicieron descolocar a Elena, quién no dudó en acercarse a su mujer y aproximó su nariz fría al cuello tibio de Juliana. Olfateó profundo y depositó una mano en su cadera, un movimiento que hizo temblar por dentro a la mujer de ojos claros. ¿Por qué sentía esa atracción tan fuerte? No lo entendía.

-¿Es jazmín?

Juliana asintió a la pregunta de Elena y se apartó lentamente, de pronto el aire no transitaba por sistema respiratorio y le costaba un poco de trabajo poder calmar sus adentros. ¿Qué había sido todo eso? Se cuestionaba, no obstante, tenía un miedo desconocido a recorrer los confines de esa interrogante.

...

-Sigo estando en desacuerdo, no me gustaría verle la cara a la imbécil de Elena Priego.

Se quejaba Ariadna mientras esperaba a Nina. Esta última se había arreglado de forma despampanante, como si fuese a un concurso de belleza y supiera de antemano que sería la triunfadora. Tanto Regina como Adriana estaban listas, luciendo vestidos de diseñador y con apariencia juvenil.

-De nada te sirve quejarte. Vamos a ir, además... Mi amor, sería mejor que viéramos esta ocasión como una oportunidad de salir en familia. No hay que meter a las Priego-Falcó en algo que será totalmente nuestro.

La sabiduría de Nina podía resultar tan atractiva como el cuerpo de sirena que posee. Su silueta de reloj de arena se dibujaba a la perfección gracias a ese vestido color carmín que traía puesto. Ariadna sonrió orgullosa, Nina se espectacular. Tanto, que sabía que sería la envidia de toda la ciudad.

-Te ves bellísima, amor. Claro, mis princesas también lucen hermosas.

Ese lado tan familiar y cándido de Ariadna era algo que a Nina le fascinaba, podía ser tan fría en los negocios, pero en su hogar, la familia estaba primero. No dudaba ni siquiera un leve y breve instante que Ariadna era la mujer de su vida, aunque poco ella sabía que no era recíproco ese sentimiento.

Transcurrieron las horas, un par para ser exactos. Tanto de un lado como del otro de la ciudad, se encontraron justo en el punto medio, precisamente dónde se encontraba la fundación de Elena. Era un verdadero misterio esa fundación, únicamente se sabía que protegía a los más necesitados y la morena jamás daba detalles de ello. No obstante, solamente Alejo conocía los planes de su madrina y él mismo había preparado todo para que resultara en perfección absoluta, era cuestión de que la familia Ayamonte se mostrase en escena para que Elena pudiese dar una estocada profunda en el gran orgullo de Ariadna.

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