XVIII

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—No he podido parar de llorar. Han pasado semanas desde que supe lo de la infidelidad de Elena.

Confesaba Juliana con su terapeuta. Él siendo silencioso, trataba de guiar a su paciente para que fuera capaz de llegar a sus propias conclusiones.

—Siendo honesta, nunca creí que iba a llorar como lo hice y como lo hago ahora por mi esposa. Me duele en lo más profundo del corazón, del cuerpo y del alma. Esa conversación que tuvimos en casa cuando Regina estuvo en el hospital, fue la última vez que ella habló de eso. Es que si la hubiera visto, doctor... Parecía tener una crisis y yo... Bueno, yo quise ayudarla y no me lo permitió. Me sentí fatal, aunque tenía la idea de que no debía sentirme así. Al final del día, ella fue la que falló peor.

—¿Falló peor?

Intervino y Juliana negó.

—Me engañó con una mujer. Mi equivocación fue un beso con alguien que sí quise mucho antes, pero que ahora no significa nada. Y además, jamás llegó más allá. Creo que me duele tanto su traición porque la amo como nunca he amado a alguien, siento rabia y ardor en lo profundo de mi ser porque siempre pensé que Elena era mía, incluso cuando no la amaba como la amo. Pensaba que aunque la despreciara ella era mía, porque siempre estaba allí... Siempre al pendiente de mí, siempre controlandome y muriéndose por mí. Siempre pensé que estaría allí...

Un balde de agua fría le cayó encima a la filántropa.

—Creo que di por sentado su amor mucho tiempo y ahora que me doy cuenta que se equivocó, siento que ya no es mía. Y ahora que no me busca ni nada, siento que no le importo. ¿Por qué estoy tan jodidamente confundida?

...

—¿No te ha llamado, mamá?

Nina negó viendo a sus dos hijas con la misma cara de semanas atrás, la tristeza total abarcaba su día a día. Regina cerró los puños sin poder soltar su ira. Recordaba los ojos cristalinos de Dante sucumbir a la derrota de su separación, a sabiendas que lo amaba desde el rincón más oculto de su corazón. Sacó fuerzas de flaqueza, de esas que se sacan en la tempestad y te transforman en un guardian de las ruinas que quedan después de un ciclón. Regina ahora sentía que debía permanecer fuerte, aunque estuviera sintiendo la hiel y el dolor con el nombre de su amado. Por su parte, Adriana únicamente pensaba en el registro de memorias con el corazón totalmente roto. ¿En quién podía confiar si su ejemplo le había mostrado como era el mundo del desconsuelo? No paraba de imaginar el lugar donde comenzaba la tragedia, viendo en su madre Nina la fotografía de un amor ingrato. Con pesar, se levantó de su sitio y se acurrucó junto a su mamá para sentir el calor que había dejado de emanar su alma cálida.

—Sé que no estamos en una situación fácil de asimilar y que es muy complicado ver a Ariadna, y solamente les pido que recuerden que ella también es su madre y que las adora igual que yo.

¿Así debería ser el amor, no? Reflexionaba Nina, viendo los últimos recuerdos sonriendo con Ariadna yéndose a un abismo. Una memoria desmoronándose en sus manos frías, defectos y manías desplomados en la espera de una luna llena. Pocos restos de lo que fue amar a la mujer de sus sueños. Nina pasó saliva, cuestionando la incondicional lealtad que le tenía. ¿Así se siente el vacío? Nina pensó y decidió salir de allí con prontitud antes de comenzar a sentir desesperación y angustia, necesitaba aire.

—Lo que nos hizo no tiene perdón, mamá. Yo no estoy con el amor de mi vida por su culpa.

Soltó Regina con total justificación. Nina le dijo que se acercase con un movimiento de manos, abrazando a las dos hijas y tratando de protegerlas de la crueldad que nace de la desilusión, la decepción y de la soledad.

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