IV

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—Señora, ya está la cena...

Simona interrumpió el momento y Elena soltó a Juliana.

—Gracias Simona, se puede retirar.

Nuevamente las esposas se quedaron solas, Juliana acarició su muñeca dónde había estado la mano de Elena antes.

—Me iré a mi habitación.

Dijo Juliana casi huyendo de allí, ¿qué había pasado? Se preguntaba, esa cuestión azotaba su mente como una lluvia eléctrica. ¿Era acaso una debilidad? Juliana sacudió  la cabeza y entró en su habitación buscando algún refugio. Elena la observó subiendo y desapareciendo en el piso de arriba. Sin pensarlo dos veces, la siguió y entró junto a ella a la recámara de ambas.

—Creo que tuvimos una discusión lo suficientemente fuerte como para no pasar más tiempo juntas.

Expresó Juliana quitándose las joyas, los aretes con perlas. Elena la observó y quitó su reloj de la muñeca.

—Creo que debemos hablar bien antes de que alguna de las dos enloquezca.

Habló calmadamente Elena y se acercó a ella.

—¿Hablar? Tú y yo no sabemos hablar Elena, sabemos discutir... Sabemos herir, no sabemos dialogar.

Juliana la observó a través del reflejo del espejo.

—Al menos yo lo estoy intentando. ¿Te cuesta tanto hacer lo mismo?

Elena respondió con una voz tranquila. Juliana al verla así negó.

—¿A esto tú lo llamas intentar?

Replicó molesta la del cabello ondulado, mostrando su muñeca enrojecida.

—¿No te das cuenta, verdad?

Sacudió su cabello Elena buscando alguna claridad en el desastre de su mente.

—¿Darme cuenta de qué?

La castaña sujetó de la cintura a su esposa y  el perfume de ella la estaba embriagando, Juliana olía a gloria según Elena. Ambas respiraban agitadas y no podían negar lo hermoso que resultaba desearse, desearse como lo que eran, esposas. Juliana quería huir de esa posible traición , no se imaginaba que podía llegar a traicionar su amor, a su amor por Ariadna. ¿Era únicamente eso lo que la frenaba o era su orgullo y el irrefrenable rechazo que sentía hacia el carácter de Elena?

—Que te he amado cada día, incluso cuando te he odiado como a nadie en mi vida.

Juliana miró su boca, se había vuelto tan apetitosa, como una fruta a punto de reventar. ¿Era mera atracción? Juliana dudaba de sí misma.

—Odiarme... ¿Solo porque no te he correspondido como quieres?

Se podían ver las tensiones en ambas y Elena, como una reacción natural no pudo evitar sonreír.

—¿Corresponder? ¿Existe esa palabra en tu vocabulario Juliana? No me hagas reír.

Elena la liberó y se marchó de allí, los olores de Juliana la alteraban y no quería cometer una idiotez. Suspiró profundo y se adentró en su oficina. No dejaba de pensar en cómo con una simple fragancia podía llegar a olvidarse de su dignidad. ¿Le era tan repudiable a su esposa? Pensaba y elucubraba Elena como si tuviese una estaca clavada en el pecho.

—¡Vaya día!

Expresó bufando, buscando en esa sencilla frase un alivio que, de sobra sabía que no llegaría. Ni la justicia ni el consuelo podían aterrizar en su vida si Juliana no la quería.
...

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