VI

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Las respiraciones se iban agitando al ritmo de un aire caliente y absolutamente irracional. Juliana no se explicaba cómo no podía moverse, como únicamente pensaba en revivir en sus labios la dulce tortura de los besos de su gran amor, sin embargo también tenía en la mente a Elena y cómo ella estaba tratando de mejorar en verdad, no era la esposa ideal ni la que había soñado, pero no dejaba de ser su esposa. Un revoltijo de señales mixtas atravesaba su mente, el espacio se reducía y no ponía resistencia alguna. Y por su parte Ariadna sentía que la galaxia por fin encontraría un sentido de existencia, recordar los besos de Juliana se habían convertido en una anestesia que combatía su frustración e impotencia, necesitaba al menos uno para sentirse viva de nuevo, uno y moriría feliz.

—No, Ariadna... No debemos

Susurró sin mucha convicción Juliana y Ariadna tomó eso como una señal inequívoca para poder concretar lo que tanto anhelaba. Un suspiro salió largado de Juliana y el mundo se detuvo. Estaban tan cerca de conectarse nuevamente que parecía el vaticinio de una anomalía cósmica. Pronto, aquella perilla de la puerta del sanitario empezó a girar, ambas mujeres se separaron de inmediato al sentir la presencia de alguien más. Ariadna se metió a un cubículo y Juliana se quedó frente al espejo, acicalando un poco su aspecto. ¿Quién había entrado e interrumpido el momento? Se preguntó furiosa Ariadna y sin percatarse de quién había sido, Juliana se había marchado de allí con el corazón en la mano y su pulso cardíaco por las nubes. ¿Qué era lo que estaba pensando? ¿Si la iba a besar? Se interrogaba Juliana sin cesar, temía la respuesta de la segunda pregunta puesto que la certeza la invadía.

Quien había entrado al baño era nada más y nada menos que Regina. La heredera Ayamonte estaba aturdida, algo le pasaba con Dante y su encanto indiscutible, su manera de hablar tan calmada, sus ojos penetrantes y esas manos firmes que no dudaban en demostrar personalidad. Era un hombre atractivo, tanto que podía llegar a doler toda la incertidumbre que generaba. Se lavó las manos buscando respuestas y encontrando más interrogantes, suspiró sin sentir alivio, exhaló con angustia a decir verdad. Sin analizar mucho su alrededor, salpicó un poco su rostro para refrescarse y despertar sus sentidos.

—¿Estás bien, mi niña?

Preguntó Ariadna al notar que era su propia hija la que había impedido que cometiera un verdadero error garrafal. Regina se sobresaltó y ladeó la cabeza.

—Sí, sí mamá. Siento que hay mucha gente en el lugar, nada más.

Evadió la mirada de su madre y fue una prueba de que algo estaba pasando. Ariadna se aproximó a su lado e imitó los movimientos de su hija.

—Te entiendo, si te sucede algo... Yo estoy aquí, ¿de acuerdo?

Regina asintió y aclaró su garganta, algo le pasaba y era notorio, pensó.

—De hecho sí, mamá... ¿Te ha pasado que te gusta alguien pero no puedes estar con ese alguien?

Cuestionó Regina deteniéndose antes de nombrar a Dante Priego-Falcó. Ariadna la miraba curiosa, se puso a memorizar y recordó la mirada iluminada de su hija durante el proceso de selección y ató cabos.

—Bueno, ¿de quién se trata?

Arqueó la ceja la madre, divertida por la complejidad en el pensamiento de su hija.

—No es importante, de verdad creo que no va a pasar de simple atracción. Solamente, me desespera no tener un método para salir de esto. ¿Sabes? No sé la razón, es solo que me molesta.

Ideas sin terminar, una extraña ambigüedad y miradas evasivas, eran los síntomas indiscutibles de un flechazo cruel y despiadado de la ironía del amor.

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