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Ya había pasado tres días desde lo que pasó con Tom aquel día. Él no se fue hasta explicarle a Adara todo y dejarle en claro que él jamás se atrevería a lastimarla. Ella decidió creerle, decidiendo ignorar todo y creyendo ciegamente en él. También Tom le había ordenado decirle quien la golpeó. Adara le contó todo, desde que como había salido de su casa, hasta como Jay la había salvado, claro, recortando algunos pedazos respecto al chico. Después de unas horas en las que se dedicaron a estar acostados abrazándose, disfrutando de la compañía del otro, Tom se marchó. Ella podía ver que seguía furioso por todo lo que le conté, y estaba más que segura de que él no se iba a quedar quieto.

Adara suspiro por milésima vez, sintiéndose estresada por los excesivos cuidados de Amara y Jay. Sentía que en cualquier momento iba a agarrarlos por el pescuezo.

—De verdad me siento muchísimo mejor, chicos. Basta de tantos cuidados—expresó la pelinegra, soltando un suspiro cansado.

Jay enarcó una ceja a su dirección, cruzándose de brazos.

—Me importa un carajo si te sientes mejor. Tómate la maldita pastilla—le ordenó, apuntandole con un dedo de forma amenazante. Adara entrecerró los ojos, viéndolo indignada.

—A todo esto, ¿tú qué haces aquí?—contraatacó, apartando el rostro para que su hermana no le diera aquel medicamento—.Pasas más aquí que en tu propia casa.

Jay se llevó una mano al pecho, fingiendo estar dolido, mientras soltaba una exclamación indignada.

—Ah, maldita. Debí dejar que te murieras ahí.

Adara sonrió con sarcasmo, sacándole el dedo, haciendo que el castaño le lanzará un beso con burla; haciendo reír a Amara.

—Encerio que parecen niños chiquitos—negó con la cabeza, sonriendo a medias—.Y tú, señorita, debes tomarte el medicamento con puntualidad.

Adara hizo un puchero.

—¿Por qué tengo que tomarla?—se lamentó—.Ya me siento mejor.

—Tomatela y te compro un helado—dijo Jay, burlándose de la chica, haciéndola rodar los ojos irritada.

—Es por tu bien, hermana.

La pelinegra suspiro, aceptando su horrible destino. Cómo odiaba las pastillas.

—Esta bien—aceptó al fin, extendiendo la mano para que si hermana le diera la pastilla. Amara sonrió, poniéndole el medicamento en la palma de su mano. Adara hizo una mueca de asco al ver esa horrible píldora de color verde vómito—.Pero tráiganme agua. No pienso tomarme está porqueria a secas.—dijo, llevando su mirada al chico.—Jay, sirve para algo y tráeme agua.

Por segunda vez el chico abrió la boca ofendido.

—¿No podías pedirlo con más delicadeza?—se quejó, cruzado de brazos—.¿Un por favor, tal vez?

Adara le sonrió con inocencia.

—Por favor.

Jay la miró satisfecho, mientras Amara negaba con la cabeza divertida.

—¿Ves? Así está mejor—dijo, para después darse la vuelta y caminar hacia la cocina. Dejando a las dos chicas a solas.

—Es muy...—comenzó a hablar Amara, pero fue interrumpida por el timbre sonando, haciéndola fruncir el ceño confundida.—¿Esperas a alguien?

Adara negó, estando igual de confundida que su hermana. La castaña se levantó del sofá, caminando hacia la puerta. Se tronó los dedos antes de agarrar la manija, solatando un pequeño suspiro. Abrió la puerta al fin, y cuando vio a la persona que tenía a su frente su corazón comenzó a latir fuertemente, y no es porque le tuviera miedo, no, si no que temia por la integridad física del chico en la cocina.

In Middle Of The Night; Tom Kaulitz ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora