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Prt 3.

Llegué a la mansión de Tom tan pronto como mis piernas me lo permitieron. Estar ahí nuevamente después de todo lo que ocurrió hacia que un malestar se hiciera presente en mi pecho. Había extrañado a todos, y no sabía cómo iban a reaccionar al verme después de un tiempo. Abrí la puerta de la gran casa, recibiendome el delicioso aroma a canela y el calido ambiente del lugar a pesar de los hombres armados que se paseaban por el lugar de un lado a otro.

Mire a todos lados, intentando encontrar a alguien conocido ante mis ojos, pero todo lo que veia eran caras desconocidas para mí. No había rastro de Jeremy, Amanda o inclusive Bill.

Tragué saliva, soltando un suspiro. Un chico más o menos de mi edad se acercó a mi, mientras ladeaba la cabeza un poco, escaneandome con la mirada, intentando parecer intimidante. Lo mire de la misma manera, cruzandome de brazos.

-—¿Y tú quien carajos eres?—cuestionó con voz severa, agarrando su arma con fuerza. Tragué saliva, más no me deje intimidar por su postura y el tono que uso, enderezando mi espalda y viendolo con una mueca indiferente.

—¿Donde esta Tom?—conteste con desdén, no gustandome para nada su tonito. Él arrugó las cejas, agarrándome del brazo.

Seguro eres una de sus perras. Vete de aquí, niña. Él no se encuentra.

Me solté de un tirón, sintiendo el amago del enojo comenzar a crecer en mi. ¿Quien se creía este imbécil para tratarme así?

—Yo no soy la perra de nadie. Así que busca en este jodido instante a Thomas.—le ordene, escuchándome claramente enojada.

Él río con amargura ante mi demanda, agarrándome nuevamente del brazo con brusquedad, está vez imponiendo un poco más de fuerza en su agarre, haciendo que hiciera una mueca de incomodidad. Maldito hijo de puta.

—¿Crees que tienes poder de ordenar en esta casa? No seas ridícula. ¿Acaso no vez que Tom está jugando contigo? Eres solamente su perrita con la que se quita las ganas. Así que te sugiero que no pierdas tu tiempo en enamorarte de él y te vayas, maldita sea.

Me solté de su agarre de un tirón, mirándolo enojada. Sintiendo cada parte de mi cuerpo tensarse ante esas palabras. No sabía que le había hecho para que me tratara así, pero lo que si sabía era que no estaba de humor para aguantar sus jodidas groserías, y si él creía que podía tratarme como se le daba la puta gana le iba a demostrar que estaba muy equivocado. Le iba a enseñar a respetarme. Por las buenas o por las malas.

Di un paso hacia él, encarandolo, mirándolo con desprecio. Él no era nadie para venir a decirme lo que se le daba su jodida gana.

—La verdadera pregunta aquí es: ¿Quien te crees tú para hablarme así? ¿Acaso no sabes que con una sola palabra mía puedo hacer que te corten la puta cabeza?—siseo enojada, empujando mi dedo con su pecho. Todos veían el intercambio de palabras a la expectativa, más no intervenian. El chico me miró con enojo.—Soy la mujer de tu jefe, y si yo se lo pido puedo hacer que no llegues hasta mañana. Así que yo que tú me hablaría con más respeto.

Río con desprecio, haciendo una mueca mientras me miraba.

—¿La mujer de mi jefe? Oh, cariño. ¿Que tan engañada estás? Tú solo eres una de sus perras. No te vayas tan alto.

Hasta aquí. A la mierda todo. Su jodida actitud ya había llegado hasta mi límite. Me acerque a él a grandes zancadas con la intención de darle un buen golpe en esa bocota que tiene, pero una delicada mano posarse en mi hombro hizo que me detuviera en seco, volteado hacia la derecha, encontrándome con esa cabellera pelinegra caer contra sus hombros, mientras que sus ojos azules estaban puestos en aquel hombre. Lo mire también.

In Middle Of The Night; Tom Kaulitz ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora