Capítulo 30

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Stormy

Peiné mi cabello pelirrojo con las manos, observando mi reflejo en el espejo que estaba delante de mí antes de dirigir mi mirada al pequeño reloj que estaba sobre el tocador.

Ya eran más de las tres de la tarde.

En ese momento pensé en ir a ver los caballos, ya que se encontraban dentro del establo descansando, así que me levanté de la silla frente al espejo del tocador y me cambié el vestido por jeans, sudadera y calzado adecuado.

Luego, salí de mi habitación y después de caminar por un corto pasillo, bajé las escaleras que daban al piso inferior, abrí la puerta principal y me encontré con el exterior.

Lo primero con lo que me encontré fue con los cálidos rayos del sol sobre mi rostro, y luego vi a los guardaespaldas que cuidaban la entrada de la casa y alrededores. 

Aunque estuvieran cerca en todo momento, no sentía que estuvieran tan presentes y observadores como en la ciudad. 

Allí estaban menos alerta, podían estar más tranquilos.

Me dirigí sola hacia los establos. 

Cuando entré vi a uno de los guardaespaldas adentro, también me encontré con una potrilla blanca, realizó un pequeño salto cuando me vio, me acerqué y le acaricié su hocico, luego le di una ración de comida.

Con la ayuda del guardaespaldas, les di una ración al resto de los caballos, y en el momento en que estaba ensillando uno para dar un paseo, el último paseo antes de volver a la ciudad, varias motos aparecieron a toda velocidad por el camino, dando brincos, llamando mi atención.

Varios guardaespaldas sacaron sus armas mientras corrían hacia mí y gritaban desde lejos, advirtiendo sobre quienes se estaban acercando.

—¡Srta. Sparrow! ¡Los Hiena! ¡Héctor, váyanse! —gritaron mientras se acercaban sin dejar de correr. Era la segunda vez que venían por mí. Miré hacia las motos y vi cuando los motociclistas sacaron sus armas, el guardaespaldas que estaba conmigo en los establos, Héctor, se dirigió a mí. —¡Vámonos, ahora! 

Cuando dijo esas palabras, inmediatamente los motociclistas abrieron fuego, me acuclillé y cubrí la cabeza con los brazos mientras él me cubrió con su cuerpo, luego subí al lomo de la yegua cuando salí de mi estupor.

Ella galopó al ritmo de mi corazón.

El guardaespaldas montó uno sin ensillar y salimos del establo entre el ruido de balas, los gritos de los guardaespaldas diciéndonos que debíamos huir y los relinchos de los caballos.

Los demás se quedaron a contraatacar a los motociclistas que se estaban acercando cada vez más.

Lograron darle a uno de ellos en el acto aunque también fueron heridos.

La yegua que montaba era veloz, más que el caballo que montaba Héctor. Ambos animales galoparon por el campo que se expandía hacia un bosque, allí esperaba perderlos.

Luego buscaría refugio, volver no era una opción.

Miré por encima de mi hombro cuando dejé de escuchar los contínuos disparos, y descubrí que Los Hiena habían asesinado a todos los guardaespaldas y nos seguían a nosotros.

Al llegar a la entrada del bosque, hice que la yegua corriera entre los árboles, mientras miraba hacia atrás, verificando que los motociclistas tuvieran dificultades para seguirnos.

Miré al frente, la yegua estaba comenzando a respirar cada vez más fuerte, y los motociclistas continuaban siguiéndonos, no se rendían.

No sabía lo que sería de mí si llegaban a alcanzarme.

No esperaba que el último día en el campo terminara así.

Quería librarme del matrimonio arreglado, pero no de aquella manera.

Héctor giró su cuerpo hacia atrás y disparó hacia los motociclistas que se estaban acercando poco a poco.

Los Hiena sacaron sus armas nuevamente y todas y cada una de sus balas fueron directo al guardaespaldas que quedaba vivo.

Cayó muy mal herido y el caballo siguió su camino de nuevo al establo.

El sonido de los disparos cerca, asustó a la yegua que montaba, frenó abruptamente, pataleó y relinchó hasta que logró tirarme.

Caí al suelo rodando y ella corrió al establo detrás del caballo.

Me levanté con dificultad lo más rápido que pude, y comencé a correr por mi cuenta en el interior del bosque, escuchando los motores a mi espalda, los cuales se estaban acercando.

Corrí y corrí, con el corazón más que acelerado, sintiendo como el aire se iba de mis pulmones, y el cansancio me invadía con mucha rapidez. 

Estaba llena de miedo, pero no me permití rendirme. Sabía que algo así podría sucederme por ser la hermana de Edward, por nacer en una familia mafiosa.

No lloraría, ni me acobardaría, no dejaría de correr hasta que me ardiera todo el cuerpo.

No importaba lo que sucediera, sabía que estaría bien. Tenía que estarlo.

Caer en las manos de Los Hiena no acabaría conmigo.

Ni con mi espíritu.

Mire incesantemente hacia atrás, verificando la distancia a la que se encontraban.

Una de las motos me alcanzó y frenó delante de mí, dejándome sin la posibilidad de seguir corriendo hacia adelante.

Di un paso hacia atrás antes de intentar correr hacia mi derecha, donde otra moto detuvo mi huida, y las demás llegaron para terminar de rodearme.

Comenzaron a girar alrededor de mí, levantando polvo y dejándome sin salida.

Fue un espectáculo aterrador.

Y lo fue aún más cuando llegaron las motos que faltaban, todas se detuvieron y sus conductores con pañuelos que ocultaban sus rostros, bajaron y comenzaron a caminar hacia mí.

No tenía escapatoria.

Capture to Sparrow ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora