|CAPÍTULO 16|

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Dos días después, me presente temprano en casa de la señora Manheim con un terrible dolor de cabeza. Me había pasado el fin de semana como zombi, sin despegarme de la cama, salvo para ir al baño y comer. Toda yo era un caos de confusión.

Aún me sentía mal por Paul. Después de aquel apasionado beso en el que mi mente y cuerpo creyeron besar Milo, lo deje al pie de la alberca, solo. Ni siquiera le dije adiós. Y es que realmente ni siquiera podía pensar coherentemente.

Bien, yo sabía que sentía una ligera atracción por Milo. Ya sabes, del tipo en el que ves a un chico guapo y te llama la atención. Solo eso. Aunque después de lo ocurrido, ya no estaba tan segura.

La casa estaba sumergida en un silencio total. Como lo había predicho, Camryn-De ahora en adelante le diría así-, se encontraba fuera de casa. Tal vez de camino al trabajo o algo por el estilo. Lo que me dejaba completamente sola con Milo.

Abrí con sumo cuidado la puerta principal, evitando a toda costa hacer el más pequeño ruido. No quería que el supiera que yo estaba aquí tan temprano. Corrí y subí rápidamente las escaleras, con dirección a su cuarto. Sabía que lo que estaba a punto de hacer me llevaría al próximo nivel de acoso y me daría el título de depravada, y también sabía que si él llegaba a enterarse de lo que estaba a punto de hacer, sería echada a patadas de la casa. Pero no me importaba. Quería saber si mis sentimientos por Milo eran reales.

Con el corazón en la boca y las piernas flojas, abrí lentamente la puerta del cuarto. Como lo predije, él se encontraba dormido. Aún parada debajo del marco de la puerta, me quede contemplándolo y de pronto sentí una especie de hormigueo recorriendo mi cuerpo. Ahí mirándolo, tendido sobre la cama, mi cabeza se llenó de deseos indecorosos. Él era tan perfecto. Llevaba el torso desnudo, solo vistiendo unos pantaloncillos negros. Su cabello despeinado lo hacía parecer más pequeño y revoltoso de lo que realmente era. Y su cara, demonios, esa cara, con sus ojos cerrados y la boca ligeramente abierta le daban ese aspecto de ser angelical y tierno que nunca llegaría a ser. Aun así, lo quería para mí.

Camine hacía un rincón de su cama, y me arrodille para tener una mejor visión de él. Me acerque, al grado de tener nuestras caras frente a frente, respiración con respiración, boca con boca. No podía soportar un segundo más y con muchísima delicadeza, tome su rostro con mis manos, y lo atraje hacía mí.

Y aquello fue la mejor experiencia de toda mi vida.

El beso empezó suavemente, y como parte de mi plan, realmente no esperaba que Milo me siguiera el juego. Pero él lo hizo. Me beso de verdad. Sus labios eran tan cálidos y dulces, como un algodón de azúcar en un día soleado, solo que mil veces mejor. Y nunca me empalagaría. Sentí como si mi mente se derritiera y todo pensamiento se disolviera en el acto. Ahora solo actuaba por instinto. Lo que mi cuerpo quería.

Me importo un demonio si él se encontraba durmiendo. Me subí encima de él, sin despegarme de sus labios. Lo comencé a besar más desesperadamente, como si mi vida dependiera de ello. Con mis manos recorrí su pecho y sus brazos. Su cabello y todo su cuello.

Aquello era el paraíso.

Pero no duraría para siempre, ¿verdad?

Me despegue rápidamente de Milo, con la respiración entrecortada. Aquel beso había sido el más, uh, bueno, realmente no tengo palabras para describirlo. Aquello fue más que genial. Aunque técnicamente, fue como una especie de violación. Bueno, de hecho no. Él también me había besado, ¿eh?

Arregle mi cabello, pasando mis manos sobre este y me mordí el labio inferior, recordando el momento de hace algunos segundos. Me aleje, con cuidado y salí del cuarto, cerrando la puerta tras de mí. Hice mi camino hacia la cocina, bajando alegremente las grandes escaleras de dos en dos mientras tarareaba como estúpida una canción inventada por mí.

Ya en la cocina, comencé a hacerle desayuno a Milo. Al menos se merecía algo, digo, después de aquello podría incluso pagarle todo mi dinero del banco. Una y otra vez. Incluso podría vender la casa...

- ¿Amelia?-

Me asuste tanto que avente el sartén hacía un lado, y el par de huevos que estaba cocinando quedaron estrellados sobre el piso de mármol. Milo se encontraba a un par de metros de distancia, con una expresión de confusión en su rostro. O espera, tal vez... ¿miedo?

Le mire nerviosa.

-Buenos días Timothée. Te he cocinado algo pero... -Mire hacía el piso, donde se encontraba su desayuno

- Creo que se ha echado a perder. Lo siento

El asintió y paso una mano por su cabello. Aún andaba sin camiseta y tenía los labios hinchados. Y, oh... Espera, eso que tiene en el cuello, ¿es una marca? Oh. Si lo es. Rayos.

-Umn... ¿Amelia? -Pregunto Milo mientras giraba su cuerpo en mi dirección, aún sin acercarse. Su voz tenía una especie de curiosidad grabada en ella. Ojalá no haya estado despierto.

-¿Desde hace cuánto que llegaste?

-Yo... Uh. -mierda.

-Yo... Acabo de llegar. Solo unos minutos antes de que entraras a la cocina... -Mentí.

-¿Por qué?

-No lo creerás pero, tuve el sueño más extraño de toda mi vida -Dijo él mientras se sentaba en una silla de madera y colocaba sus codos sobre la barra.

- ¿Enserio? -Pregunte inocentemente. El asintió.

-Y uh... mmm. ¿Te gusto? -Pregunte.

-Absolutamente.

CORAZÓN CIEGO/MILO MANHEIMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora