|CAPÍTULO 11|

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Durante el día ocurrieron muchísimas cosas. Después de haber encontrado a Sarah y Milo—que se encontraban comiendo manzanas de caramelo—, nos dividimos en dos grupos. Jared tomo a Sarah de la mano y acordamos vernos debajo de la rueda de la fortuna a las ocho y media de la noche. Ellos dos se alejaron y yo me quede sola con Milo.

-Y bien -Le dije a él mientras rascaba mi brazo izquierdo y movía mi pie derecho contra el suelo

- ¿A dónde vamos primero?

- ¿Y yo que sé? -Dijo Milo. 

-De hecho, ni siquiera sé qué rayos hago aquí. Todos ustedes tuvieron esa pésima idea de traerme a este lugar y ¿para qué? No me trae ningún chiste subirme a todos esos juegos si no los puedo ver -Mientras decía esto, ocultaba sus ojos con unas gafas negras y metía las palmas de las manos en los vaqueros.

-No empieces, Milo- Le conteste mientras lo jalaba del brazo, con dirección hacía los juegos mecánicos. 

-El día de hoy te divertirás, quieras o no.

Caminamos sin rumbo durante un par de minutos. Debatía contra mí misma sobre a cuál juego o qué podríamos ir a hacer él y yo. No es que hubiera muchas opciones, pero tenía miedo de provocar el enojo de Milo. Otra vez.

- ¿Qué te parece si probamos con la casa de los espantos primero? -El bufó y después sacudió la cabeza

- ¡Vamos! ¿O acaso tienes miedo? -Le di un ligero codazo en las costillas y él sonrió sarcástico.

-Claro, me va a dar muchísimo miedo -Dijo él con sarcasmo mientras caminábamos por el pasto.

- ¿Para qué querría meterme en ese juego, si no podré ver absolutamente nada? - Bien él tenía un punto. Pero yo también.

-Porque, -Le decía mientras estaba a punto de tropezar con un niño pequeño,

-yo tampoco podré ver nada. De hecho, nadie lo hará. ¿Casa de los espantos? Duh. Todos saben bien que esa atracción fue hecha para que las parejas entraran, que estas últimas se asustaran, cerraran sus ojos y se dejaran guiar por sus novios, que también avanzaban con los ojos cerrados. ¿Entiendes mi punto? Solo habrá gente besándose ahí adentro.

Milo sonrió y levanto las dos cejas. Después, yo caí en la cuenta de todo lo que había dicho y me sonroje.

-No me refería a que tú y yo entraríamos a manosearnos. Es decir, tampoco somos pareja, ¿sabes? No tenemos por qué hacerlo -Me sonroje aún más. Palabras sin coherencia salían de mi boca y Milo se reía por lo bajo. Deseé no haber dicho nada.

-Olvídalo. Iremos, ¿sí o no?

-Llévame rápido -Dijo él mientras sostenía mi mano y lo guiaba hasta allá.

En efecto, yo no me equivocaba. Nos formamos detrás de pequeña fila de parejas que también entrarían en la casa de los espantos. Hombres y mujeres manoseándose o dándose besos de muerte en mis narices. Supuse que Milo y yo, probablemente estábamos dando la misma imagen de pareja pervertida que solo entraría a la casa para hacer otras cosas que no sean prestar atención. Me comenzó a dar calor por la vaga idea y me solté de su mano.

La fila comenzó a avanzar poco a poco, hasta que por fin los dos estuvimos dentro. No era más que una especie de casa antigua por dentro—obviamente montada por los trabajadores de la feria—. El salón principal era pequeño, pero estaba bien amueblado, aunque los muebles parecían deteriorados. Había una serie de puertas alrededor del salón y unas escaleras cortas que daban al segundo piso de la casa, donde ya no se veía más luz. Las parejas—Solo entraban diez personas por turno—, se dispersaron por todo el lugar. La mayoría se dirigió hacia la parte de arriba, con un par de risitas. Me imagine a que iban.

Pronto, Milo y yo fuimos los únicos en quedar en el salón.

- ¿Y bien? ¿Dónde está el alboroto? -Pregunto él, impaciente. Yo sonreí y me acerque a él.

-Este lugar realmente no da miedo. Son solo puertas y escaleras, y apenas y se puede ver algo -Me sobresalte por un grito en la parte superior de la casa y me aferré al brazo de Milo.

-Qué bueno que no te de miedo -Sonrió divertido por mi reacción, pero aun así no me aparte de él

- Bien, ¿Qué esperas? Vamos, continua recorriendo la casa.

Entramos a uno de los cuartos donde otra pareja también se encontraba. En este no podía ver absolutamente nada, y según decía la otra pareja, este cuarto solo era para distinguir cosas con el tacto. Tome de la mano a Milo y nos acercamos a un rincón. Me sentí mareada por su cercanía, pero no lo aparte. En vez de eso, comenzamos a tocar los objetos en la habitación.

Un brazo me envolvieron por detrás y lance un grito, horrorizada.

-¡Cálmate! Solo soy yo -Dijo Milo mientras lanzaba una carcajada. Solté varias palabrotas y después caminamos hacia otro cuarto.

En este si había luz, para mi desgracia. Era como una especie de cuarto de recién nacido. Había dos cunas de madera clara y empapelado azul con decoraciones de caballitos de madera, pegado sobre la pared. También, entre las dos cunas había una gran mecedora, y sentada en ella había un gran payaso recostado. Sabía lo que pasaría, así que mejor decidí salir antes de que fuera demasiado tarde.

Devuelta en el salón, Milo hablo.

-Que gallina eres. ¿Podrías mantenerte en un lugar aunque sea unos cinco segundos? Te pagaré diez dólares si lo logras hacer.

-Cállate -Le dije respondí.

-No tengo miedo, es solo que ya me aburrí. Deberíamos de salir.

-Estamos saliendo - Dijo con esa mueca torcida sobre sus labios, a la cual ya me había acostumbrado.

Me sonroje.

-No seas tonto. Tú sabes bien a que me refiero. Deberíamos salir de aquí.

-No - Dijo el firmemente.

-Un cuarto más, ¿sí?

Gruñí. -Bueno. Como quieras.

Hicimos el recorrido hasta el cuarto más alejado en el salón, a un lado de las pequeñas escaleras. La puerta no tenía ningún símbolo por fuera, así que no tenía ni la menor idea de que encontraríamos allí dentro. Camine por detrás de Milo, mientras el entraba y me colocaba a un lado de él.

CORAZÓN CIEGO/MILO MANHEIMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora