|CAPÍTULO 22|

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Mi casa se encontraba sumergida en total paz, armonía y vidrios rotos... espera, ¿qué? ¿Qué rayos? ...

-¡Amelia! ¡Has vuelto a casa! -Grito mi madre, eufórica desde la cocina, sosteniendo entre sus manos una botella de vino tinto, mientras caminaba lenta y curiosa hacía mí, tropezándose a cada paso. La sostuve antes de que cayera. 

-¿Dónde has estado, hija?

- ¿Estas borracha? -Le pregunte, incrédula mientras olfateaba un poco. Sin duda que lo estaba.

-No. ¿Por qué crees eso...? - Volvió a tropezar, esta vez cayendo milagrosamente sobre el desgastado sillón al fondo de la sala. Estampe una mano contra mi frente. ¿Acaso necesito responder?.

-La pregunta es ¿por qué? - Le dije aventando mi bolsa al suelo e ignorando el cuerpo inerte de mi madre en el colchón. Mi vida no podría ser más patética. 

-¿Y papá?

- ¿Quién? ¿El cretino? -Me detuve en seco y me gire para enfrentarla. Mamá nunca hablaría así de él. A menos que...

- ¿Qué ha hecho mi padre, como para que te hayas emborrachado así?

-No lo sé. Pregúntale a su secretaria - Dijo y después lanzo una carcajada al aire, sin algún atisbo de alegría. Apreté mis dos manos en puños y mi cara se sintió caliente.

- ¿De qué rayos estás hablando?

-Oh. Perdón, ¿no lo sabías? - Me dijo mientras se incorporaba y tomaba un gran sorbo de la botella. Sorbió la nariz. 

-Ese infeliz me ha estado engañando desde hace prácticamente años. ¡Y yo sin enterarme! ¡Qué ingenua! ¿No crees?

Esto no era cierto. Esto no puede ser verdad.

-Tu... tu estas mintiendo -Le dije entre susurros mientras me alejaba lentamente, dando pasos cortados hacía atrás. Ella sonrió sarcásticamente. 

-¡No digas eso!

-Querida hija, yo no tengo por qué mentir... Yo no soy una perra asquerosa como con la que se acostó tu padre -Lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, ya rojos e hinchados, como si hubiera estado llorando desde hace algún tiempo. Aun así no podía creerlo. No mi papá.

- ¡No mientas! - Le grite, corriendo hacia ella, asqueada y enojada. La sostuve por los hombros y la sacudí. 

-¡Estas borracha, no sabes lo que dices!

- ¡Suéltame! - Grito ella, empujándome lejos. Caí en el suelo con brusquedad, lastimándome el tobillo derecho. Gemí fuertemente al impactar. Mis ojos se llenaron de lágrimas y la miré desde el suelo.

-Ahora comprendo porque te engaño. ¡Quién querría vivir con una loca como tú! -Le solté, llorando aún más fuerte. Ella me miro enojada y se abalanzo sobre mí. Me abofeteo fuertemente. Lleve una mano hacía mi mejilla dañada y la mire sorprendida. Mamá, nunca en su vida me había puesto una mano encima. Hasta hoy. Después de que comprendió lo que había hecho, me lanzo una mirada de soslayo y después comenzó a hiperventilar.

-Yo... Lo siento, lo siento mucho. No fue mi intención -Se arrodillo frente a mí. Yo mire hacia otro lado, aún conmocionada. 

-Perdón hija, por favor...

-Ya. Ya lo tengo - Le dije, secamente. Me incorpore rápidamente, sin tocarla mientras me levantaba del suelo. 

-Aléjate de mí. - Le grite mientras las lágrimas profundizaban más y corrían sin freno por mis mejillas hinchadas y sonrojadas. Ella me lanzo una mirada de culpa mientras me dirigía a la puerta, tomaba mi bolso y salía corriendo por la entrada, hasta sabe dónde.

Corrí sin rumbo fijo durante un par de minutos, que se hicieron una eternidad, o incluso más. Cuando perdí la cuenta de cuánto había recorrido, y mis pies se encontraban finalmente destrozados, me detuve, sentándome al pie de un gran árbol verde. No me di cuenta de que me había quedado dormida, menos supe el momento en el que empezó a llover, hasta que las frías gotas me despertaron. Estaba empapada de los pies a la cabeza, había perdido el móvil y ahora me encontraba sin hogar por tiempo indefinido. Y pensar que hace un par de horas era la mujer más feliz del mundo.

-Mi suerte es horrible - Me dije a mi misma mientras lanzaba pequeñas piedras hacía el pavimento. Flexione mis rodillas y después las envolví con mis brazos húmedos.

Bien, sabía que estaba sufriendo de más, también sabía que podía pasar la noche en casa de Hanna o la abuela—por más horrible que esto sonara—, pero, ¿y qué? Necesitaba sufrir y ver el lado gris de la vida. Después pensé en que tal vez exageraba y me levante, sacudiendo el lodo de mi trasero.

No podía ir con Hanna o con la abuela. Si llegaba a alguna de sus casas en este estado, se preguntarían el por qué de mi apariencia, y yo no tenía humor para interrogaciones. Solo había una opción.

Sí, es esa, que ustedes ya saben.

Soy débil, y odio serlo.

CORAZÓN CIEGO/MILO MANHEIMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora