|CAPÍTULO 28|

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No tenía otra alternativa más que hablar con Hanna sobre lo que estaba sucediendo. Me refería a lo de mis padres. No podría ir simplemente con la abuela y contarle, ella se volvería absolutamente chiflada—si es que eso era posible—, y probablemente contrataría un detective privado para localizar al desaparecido de mi padre. Que por cierto, me preguntaba donde se encontraría en estos momentos; porque, a pesar del daño que le ocasiono a mi madre, quería verlo. Él siempre ha sido el soporte para todo, y perderlo de un día para otro me resultaba totalmente extraño.

Decidí empacar un par de ropa y algunas otras cosas, que me servirían mientras permanecería fuera de casa. Me dolía y me preocupaba ver a mi madre en ese estado, necesitada de compañía y ayuda; pero era preferible a soportar sus imprudencias y locuras. Además, yo sabía que, cuando mi madre recuperara la razón, podría entender que todo lo que yo haría era por su bien, y en parte, también por el mío.
Después de unos treinta minutos, mi pequeña maleta estaba ya lista. Añadí dinero a mi monedero, proveniente de la alcancía para Princeton—aún no habría una cuenta en el banco—, y salí arrastrando mi trasero, escaleras abajo. No vi a mamá por ningún lado, así que supuse que estaría acostada en su recamara. Tome la mitad de una hoja blanca, un pequeño bolígrafo de tinta negra que encontré sobre una silla de madera y le deje un pequeño mensaje a mamá:

Mamá, si estás leyendo esto, espero que no te preguntes donde me encuentro, y si lo llegas hacer, estoy perfectamente a salvo. Me tomaré unas pequeñas vacaciones de todo este relajo en el que nos encontramos. Cuando estés buena y sana, intenta enviarme un correo, ya que he perdido el móvil. También promete no llamar a la abuela, recuerda que no queremos involucrarla.

Te quiero mucho mamá.

Amelia.

Suspiré al leer el mensaje por cuarta vez, tome un imán de la nevera y pegue la hoja sobre esta. Agarre de nuevo mi maleta, mi bolso y salí por la puerta trasera de la casa. Me dirigí hacía la cochera, abrí el portón, me adentre en el coche, lo encendí y después me dirigí hacía casa de mi mejor amiga.

Llegue en cinco minutos a su casa. Las luces permanecían apagadas, ya que no era necesario encenderlas por la luz del sol, y las puertas delanteras estaban abiertas. Estacione el coche a dos casas más adelante, tome mis cosas y llame a la puerta.

Hanna apareció enseguida en la entrada principal. Llevaba puesto un vestido floreado en tonos oscuros y el cabello en un moño flojo a la altura de la nuca. No calzaba zapatos y llevaba un trapeador en mano.

- ¿Haciendo la limpieza?-Pregunte desde afuera, asomando mi cabeza dentro para ver si sus padres no se encontraban con ella. Por suerte no. Ella me ofreció una cálida sonrisa, dejo a un lado el trapeador, tallando sus manos sobre su vestido y acercándose hacía mí. Cuando vio las maletas en la entrada, su sonrisa se borró de su rostro, y fue sustituida por una mueca de confusión y pena. Le devolví la misma mirada.

- ¿Qué ocurrió? -Pregunto ella, preocupada. Me mordí un labio y cruce las manos por encima de mi pecho.

-Estaba pensando en que si podría quedarme un par de días contigo. Resulta que tengo un par de, uh, ya sabes, problemas, y no puedo quedarme en casa. ¿No te importaría?

-En lo absoluto. Pero dime, ¿qué ha ocurrido?

-Es algo muy difícil de explicar. ¿Tienes tiempo?- Le pregunte mientras ella me invitaba a pasar a su casa. Hanna asintió.

-Tengo todo el tiempo del mundo.

Hanna camino hacía su cuarto, conmigo haciéndole guardia por detrás. Abrió la puerta, tomo mis pertenencias y las acomodo en un rincón. Tomo asiento en la cama y palmeo a su lado, invitándome a sentarme con ella. Me acomode, cruce mis piernas y clave el mentón en la palma izquierda, mientras, a su vez, clavaba el codo sobre mi pierna derecha y miraba fijamente hacía la nada. Pasaron unos dos minutos, y finalmente ella sonrió, incomoda.

-Y bien, ¿no piensas decirme que sucede?

-Lo siento. Estoy pensando cómo podría contártelo sin que parezca sacado de un realty de televisión. 

- Cuando estés lista - Dijo ella, apoyando su espalda contra la cabecera y prestándome toda la atención de mundo.

CORAZÓN CIEGO/MILO MANHEIMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora