|CAPÍTULO 03|

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Me desperté más temprano de lo habitual al siguiente día. Había dejado mi ventana abierta durante toda la noche, por lo que un sillón y una pequeña parte del suelo quedaron amparados con gotas de lluvia y un par de hojas verdes se habían colado hasta llegar a mi cabello.

Me estire perezosamente, bostecé varias veces y rasque mi cabeza otras más hasta que decidí saltar de la cama y preparar mi desayuno. A pesar de ser vacaciones, mis padres seguían trabajando con un único descanso los domingos; Y como estábamos a jueves, tenía la casa solamente para mi hasta muy tarde. Podría hacer lo que quisiera— menos una fiesta salvaje, claro—, y no tenia que preocuparme por los regaños ni insultos provenientes de mi padre.

Saqué una pequeña rama de mi cabeza y me reí un poco, pie tras juntaba mi ropa sucia e intentaba acomodar un poco mi cuarto— Si, se podrán dar cuenta que soy muy salvaje cuando estoy sola—. Mire al reloj azul encima de mi mesilla de noche y de golpe volví a la realidad. Al igual que mis padres, yo también tenia un trabajo, y si no me daba prisa, llegaría más que tarde.

Sin pensarlo dos veces, me saqué la ropa interior— no suelo dormir con mucha ropa—, y tome una toalla gris que encontré en el pasillo camino al baño. La eché sobre mi hombro. Una de las mil ventajas de estar solo en su hogar, era que podría andar de un lado a otro desnuda sin padres desmayándose ni abuelos con paros cardíacos. Por supuesto, evitaba las ventanas abiertas y las miradas morbosas de los vecinos. Cerré la puesta del baño por detrás de mi y dejé la toalla encima del toilette. Gire las perillas de la bañera de mármol y cascadas de agua brotaron de ella. Heladas, por supuesto.

Deje reposando un poco el agua y mire mi rostro en el espejo. Mi cabello rubio  se levantaba en todas las direcciones posibles, como si hubiera sido electrocutada o algo así. Mi rostro que normalmente era bronceado por el sol de California, se veía pálido en días como estos. Tenía una pequeña nariz respingada y unos enormes ojos entre azules y celeste. Aunque hoy se veían más oscuros de lo común. Cuando el agua estuvo finalmente lista, me metí a la bañera y me hundí por completo en esta. Aún no podía creer la clase de trabajo de niñera que había obtenido. Le había hecho uno que otro comentario a Hanna por el teléfono y ella optó por cambiar de opinión. Que gran apoyo.
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Media hora más tarde me encontraba en casa de la señora Manheim. Esta vez, había cambiado mi estilo informal ropa por algo más "elegante." Llevaba un vestido sin mangas verdee y unos zapatos de charol marrones. Me veía más o menos decente.

La señora Manheim me acompañó hacia el vestíbulo principal de su cas ay sentó a mi lado en un gran sillón negro.

- Sabes Amelia, he hablado con mi hijo sobre esto, y bueno, el realmente no está muy conforme con las idea - De nuevo estaba moviendo sus manos nerviosamente sobre su regazo. 

-Tal vez esta no fue la mejor decisión que he tomado así que...

-¡No!- Dije rápidamente. Camryn me miro con una expresión confundida y continué. 

-Es decir, tal vez yo podría ayudarlo. «Piensa» Usted me ha dicho que es de mi edad, ¿no? - Ella asintió.

-¿Tiene hermanos?

-Dos. Paulette y Christian. Pero son mayores que él, ellos no siquiera viven aquí.

- ¿Lo ve? No tiene a nadie más de su edad. No quiero ofenderla, pero tal vez el se sentiría mejor con alguien que pudiera entenderlo mejor. Podría ser su amiga- Camryn asintió,  convencida «Bien Roxanne, tienes Princenton asegurado» Pensé.

- Tienes razón. Solo una cosa.- Ella vaciló. 

-Milo es... bueno, él puede ser demasiado terco para alguien de su edad- Dijo mientras pasabas una de sus pequeñas manos por su cabello.

- No se preocupe. Su hijo, esta en buenas manos- intente darle mi mejor sonrisa, aunque probablemente me parecía más al gato Cheshire de Alicia en el Pais de las Maravillas que otra cosa. Solo me faltaba teñirme el pelo magenta y tendría el disfraz perfecto para Halloween.

-Confié en mi.

- Así lo hago. Ahora, si me disculpas, tengo que ir al trabajo- Me dijo levantándose del sillón.

-Deje un par de números telefónicos a un lado del teléfono de la cocina. Si necesitas dinero, pídele a mi hijo. Volveré a las tres.

-¡Está bien!- le dije mientras ella salía por la puerta principal y la cerraba detrás de ella. Mire hacia la nada por unos segundos.

Estaba sola en esta inmensa casa.

CORAZÓN CIEGO/MILO MANHEIMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora