|CAPÍTULO 19|

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Tres horas más tarde, me encontraba sentada sobre la mullida cama fosforescente de Hanna. Había decidido que, como la mitad de mi guardarropa provenía de todas las tiendas de segunda mano de la ciudad y la otra mitad provenía de mi madre, no tendría absolutamente nada apropiado para vestir en la fiesta a la cual iría con Milo. Como mi ego era tan grandísimo, no quería verme fuera de lugar. Quería sentirme parte de los demás y no provocar las burlas de todos, como era de costumbre. Pero más que nada quería verme bonita para Milo. Aunque él no pudiera verme.

Y gracias a que mi mejor amiga era una gurú de la moda—aunque ella fuera parte del lado oscuro—, ir a su casa sería el lugar perfecto para ser asesorada por alguien con experiencia en estos casos.

-¿Estás segura de que no lo decía bromeando? -Pregunto ella en tono serio mientras tendía los millones de cosméticos sobre su alfombra roja. Comenzó a tomar unos pocos y después volvió a tirarlos con el montón, indecisa.

-Estoy más que segura. El día de hoy amaneció de un humor exageradamente bueno.

«Gracias a mí, claro».

-Y de perdido, ¿él se ofreció a llevarte?

-Sabes bien que él no puede conducir -Respondí en defensa. Aunque realmente no estaba segura, él podía hacer tantas cosas por sí solo, que no me sorprendería si lo viera por la calle manejando. 

-Yo iré a su casa y de ahí nos iremos juntos.

- ¡No es justo! Te invita a una cita y ¿tú eres quién tiene que pasar por él? Eso es tan extraño, ¿sabes? -Dijo mientras volvía a tomar unos pocos cosméticos, separándolos de los demás y colocándolos sobre la cama. Los demás, que se encontraban regados por la alfombra, los tomo y los empezó a echar de nuevo a un cajón de su cómoda.

- Mejor ayúdame a arreglarme, ¿vale?

-Vale, vale. Pero oye, recuerda por qué estas siendo tan amable con él, ¿sí? Entre más rápido termines con el trabajo, mejor.

Recordé lo que ella había dicho hace un par de días atrás, de ser amable con Milo para ayudarlo con su enfermedad y después alejarse cuanto antes con la paga. Antes había parecido una buena idea pero ahora... No estaba tan segura.

-No lo sé -Confesé. Extendí mis piernas a lo largo de la cama y comencé a frotarlas lentamente. Él ha cambiado mucho.

-Significa que estás haciendo bien tu trabajo- Contesto Hanna alegre y sarcástica, incorporándose del suelo y sentándose a mi lado.

La mire con una expresión de culpa y amor grabada en los ojos. Ella capto.

-Oh...! Oh, santo cielo! ¡¿Te gusta Milo?! - Chilló mientras saltaba de la cama y se colocaba frente a mí. 

-Pero no un simplemente me gusta. ¡De verdad te gusta, y mucho!

Sentí mi cara calentarse con cada palabra que ella decía. Ahora no podría sacármela de encima nunca.

-No Hanna, yo...

- ¡No intentes mentirme, Amelia Carpenter! Te conozco perfectamente bien. ¡No puedes mentirme! -Grito emocionada. Hundí mi cara en una almohada.

-Enserio, todo esto es una confusión. Yo solo estaba...

-Cállate. ¡Esto es grandioso! -Ella me interrumpió mientras se lanzaba hacía mi con un abrazo de oso y me felicitaba. Después se calmó y se alejó un poco, mirándome petrificada. 

-Aguarda un momento -Ella no dijo nada por un par de segundos y finalmente, hablo. 

-¿Qué paso con Paul? Yo pensé que aún te gustaba.

¿Por qué me tenía que conocer tan bien? Duh, amigas.

-Amm. Yo... Bueno, digamos que Paul y yo, eh... ¿Nos besamos?

Hanna volvió a chillar, más emocionada aún.

- ¡No puedo creerlo! ¿Besaste a Paul? ¡El esta tan bueno! ¡Cómo te envidio!

-Ahora cállate tú -Le solté. Ella se carcajeo. 

-No fue tan grandioso como crees ¿vale? Mejor no hablemos sobre eso.

-No te creo. Los tipos tan buenos como él, siempre son grandiosos en esas cosas. Además, estas muy mal de la cabeza si crees que no me dirás nada sobre ese beso. Suelta la sopa.

-Ugh -Bufé levemente y comencé a rascarme por detrás de la oreja, como un pequeño perro. Olvídenlo, ignoren ese comentario. 

-Bien, tu ganas -Le dije resignada. Ella sonrió maliciosamente. 

-Fue el sábado pasado. Cuando fui a casa de la abuela. Digamos que nos quedamos solos en el patio trasero, y él empezó a hablar sobre cual diferente era yo de todas las demás y que me quería, bla bla. Después me beso. ¿Contenta?

Ella me fulmino con la mirada. 

-No, no estoy contenta. Y tú tampoco. ¡Vamos! ¡Ese beso lo has estado esperando desde siempre! Y ahora que ocurre, solo lo cuentas como si me estuvieras platicando sobre tu última consulta con el dentista. ¿Podrías ser más específica? Gracias.

-Perdón. Es solo que no quiero hablar de eso en estos momentos, ¿vale? Estoy nerviosa. -Me miro por unos segundos, pero después asintió levemente. 

-Ahora, ¿Podrías ayudarme? Tengo una cita y no quiero llegar tarde.

CORAZÓN CIEGO/MILO MANHEIMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora