Capítulo 5

18 5 1
                                    

Solarte, diferente al resto, era un hombre de linaje bíblico con apariencia de vino añejado por el paso del tiempo, siendo preparado para una ocasión especial. No le gustaba lo complicado, menos quería conocer sobre aspectos banales en los demás; era rudo, cerrado pero un tanto amigable con los desconocidos. Tampoco era un maleducado, porque se guardaba una educación de primer nivel, sin contar sus numerosos éxitos a lo largo de su carrera como hábil contador.

No obstante, después del evento capital que sucumbió su vida a nuevos porvenires, estaba demasiado abrumado, tanto, que parecía un niño en la búsqueda de un juguete que había perdido para siempre. James, le observaba desencantado, porque se había convertido en una especie de muerto viviente.

Lejano a recomponerse, Solarte prefería dormir en el suelo, al lado del umbral que daba a la primera puerta dentro del domicilio. Lo bueno del suelo es que era enmaderado, con un peculiar olor a carboncillo desinfectado, y aunque el resto de habitaciones estaban despejadas, incluso la que James le había ofrecido desde un principio, Solarte las rechazaba porque no quería regresar a otra prisión de tres semanas.

Y los días pasaron, tal como atraviesa el verano a la primavera. El principal síntoma que empezó a afectarle, fue la poca presencia de felicidad que brotaba en él y le implicaba volverse un desgraciado. Se estaba condenando a la hoguera de los depresivos, pues se allanó a sí mismo en el poco ímpetu que le restaba.

James, absorto a hacerse ajeno a los problemas de su gran amigo, en honor y respeto de caballeros, decidió que era el momento de terminar con una promesa de porquería.

—¡Juancho maldita sea! ¿¡Cuando demonios vas a volver? ¡Llevas una semana! ¡Es hora de que hagas algo! ¡Haz algo!

Solarte estando acostado como un vagabundo casero, le volteó a ver en silencio, con cabeza arriba y ojos asentados, algo distraído y soso. Creyó que estaba alucinando, y a pesar de que consumía las tres comidas del día, estaba muriéndose de hambre por pensar en un supuesto amor que no existía ni en sus sueños.

» Dime... —James se reincorporó como pudo, se sentó de piernas cruzadas a la órbita de su amigo y le preguntó—: ¿Todavía la sigues amando?

—Sí, cada segundo que pasa es así. Lo mismo de siempre —le respondió cuerdo, su tono de voz había sido excelente. Volvió más rápido que nunca.

—¿Por qué? ¿Por qué te empecinas en confiar en algo que ya terminó?

—Ni yo lo sé... estoy tan extrañado. Siento que espero y no sé qué precisamente, es desesperante.

—¿No crees... que lo mejor sería pedir ayuda profesional? Hay terapias que te pueden ayudar, existen muy buenos psicólogos.

Solarte apenas escuchó la última palabra que le pronunció, distante a conservar su aparente lucidez, empezó a gritar a risotadas:

—¡Eres un maldito infeliz! ¡Ja, ja, ja! ¿Crees que seré tan imbécil de irme con uno de esos cretinos que no saben una mierda? ¡Prefiero acabar con mi vida antes que entregársela a alguno de esos desgraciados y maricas! ¡Jamás! ¡Escucha bien, imbécil! ¡Jamás!

—¡Tranquilízate! ¡Solo intento ayudar! —reclamó con enojo, pensando que su amigo había perdido los cabales. Lo toqueteó desde las manos, pero Solarte evadió con los codos en absoluto rechazo.

—Querías quemarte, ¿no? Pues ya lo hiciste, querías que te hablara, ¿no? ¡Pues ya lo hiciste! ¡Gracias James! ¡Tú ayuda me salvará! ¡Eres el mejor hombre que existe! ¡Gracias a ti viviré y seré feliz para siempre! ¡Gracias James! ¡Ja,ja,ja! ¡Gracias de corazón!

—¡Ahora sí enloqueciste, bastardo! —gritó entretanto se alzaba y distanciaba con lógica y firmeza—. ¡Púdrete si quieres! Esa madera que te soporta es perfecta para crear un ataúd, y será el tuyo que vendrá pronto, pero te aseguro una sola cosa... ¡Quiero a mi amigo de vuelta! ¡No a este cobarde que no sabe cómo vivir! ¡Maldición!

Se hizo una paz momentánea, ambos respiraban con agitación, en especial James que estaba a la defensiva. Solarte, pronto ideó un plan para contestarle, pero se quedó sin energía para expresarlo. Reconocía que estaba demacrado en una zanja que no podía observar, era la energía de su alma hibernando como un oso polar, y se violentaba a guardarse en el silencio para negociar tranquilidad.

» ¿Ahora te volverás a callar?

—No... —dijo sumergido en la cordura, se halló unos segundos—. Necesito terapia.

—Bien, bien, me agrada —reiteró, apaciguado—. ¿Qué tienes en mente?

—Iré a un grupo de apoyo... tal vez ahí pueda estar la mujer que necesito —retomó sin complicaciones, era una sorpresa con letras mayúsculas.

—Eso está muy bien, te apoyo en todo, ya lo sabes. Juancho, solo quiero que estés bien, me fastidia que estés perdiendo todo el tiempo así, vamos a calmarnos e intentemos mejorar la situación —James se alegró, y prefirió olvidar el pasado cercano con un truco infalible: la amabilidad de una sonrisa—: ¿Quieres algo de tomar? ¿Te traigo otra cobija?

—No... —admitió sosegado—. Es tiempo de pensar en soledad. Gracias por tu ayuda.

James sonrió de nuevo, y se retiró obediente. Luego la noche de una normalidad abrumadora, cambió a ser pesada en el corazón de Solarte, pues ya se había habituado a la pérdida de sueño como un paciente frecuente en el balance final de su estado de ánimo.

(...)

Se bañó después de tres días, pero mantuvo una barba de cuatro que le hacía parecer un apostador compulsivo. Se puso otro gabán, uno marrón que era más elegante que el anterior, pero que se revestía de hilos sobrantes que le hacían disminuir su aspecto impecable. Las mismas gabardinas y un sentimiento angustioso pero soportable le acompañaban, estaba listo para volver a reencontrarse con el mundo. James seguía dormido.

Cuando salió, el viento que parecía frondoso, empezó a golpearlo como témpanos de hielo, pues había perdido la noción del tiempo en referencia al clima, y verlo caminar, era como registrar los primeros pasos de alguien perteneciente a otro sitio de una constelación apartada. Cuando visualizó el lugar que deseaba conocer luego de divorciarse, el pecho le arrinconó una encrucijada.

«Estoy aquí, no sé porqué siempre imaginaba que terminaría parando aquí, en un lugar de infelices que no saben amarse, pero que están dispuestos a cambiar su situación. Ojalá hubiera alguien que, cuando alcance a conocer mi historia, se interesara y me consolara. Pero soy hombre, y a nosotros no nos pasa eso porque siempre debemos ser fuertes. Si tan solo ellas supieran que a veces somos más frágiles, tal vez entenderían que...»

El picaporte de la entrada estaba cubierto con todos sus dedos, distendió sus actitudes mentales, y sin más, entró en la habitación del grupo de apoyo.

El caótico arte de amar demasiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora