Capítulo 19

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Una gama de sentimientos encontrados flotaba constantemente en la corriente apariencia de Solarte. Su cumpleaños había sido un fiasco, el peor de su vida, exceptuando la franca celebración de Jazmín, que, aunque había sido de gran ayuda, no era suficiente para elevar los ánimos que tenía extraviados desde que estuvo casado.

Todo eso lo pensaba aun estando a metros de distancia de Jazmín, pues no se había ido del hospital porque estaba terminando varios trámites personales. Don Salvador todavía dormía como oso en temporada de invierno, y Solarte lo había decidido esa misma noche: no se quedaría a vivir una celebración tan infame en un frío hospital que solo trataba a enfermos terminales. Pero Solarte no sabía que permanecer en el hospital, era lo que podía haberlo salvado esa noche del encuentro con el amor.

Separado de posibilidades afuera de su alcance, y remoto a cosas que pudiera hacer si tuviera un poco de dinero, valoró a último momento que era un disparate irse hacia donde no tenía cabida.

Y mientras pensaba en vicisitudes, Jazmín entro al tiempo en la habitación de su padre. Solarte, enseñó un brillo unánime, porque no tenía ninguna relación que pudiera ser compartida con ella para lograr observarla por esos lares.

Jazmín, solo se dedicó en silencio a observar el estado del viejo Solarte, y musitó para que le escuchara el otro Solarte: «Soy conocida en el hospital, por eso me dejaron entrar».

—¿Por qué? —dijo Solarte, impactado, lo que menos quería era tener visitas, porque se darían cuenta de que estaba durmiendo en un canapé inhumano, enfatizando cada noche en unas sábanas con los parches corroídos y apagados.

—Mis padres murieron en este hospital... es una larga historia —dijo Jazmín con sonrisa de gentileza, Solarte volvió a sentirse un grandísimo imbécil, y prefirió volver a la andada silenciosa.

Jazmín lo observó a detalle en un rastreo minucioso de segundos, y se dio cuenta de que Solarte se estaba deteriorando junto a su padre, no dejó de imaginarse que lo mejor era que se quedara en su casa al menos esa noche. Al pensar aquello, su corazón empezó a bombear con estrépito.

» Temo por usted y su vida, pienso que dormir aquí no es tan beneficioso si sucede todos los días como imagino ahora, y disculpe mi atrevimiento, pero debe estar pasándola muy mal. Si desea... ya sabe, podría venir esta noche a mi casa, le haría muy bien...

Jazmín se tocaba el hombro con un brazo de la incomodidad mientras Solarte no respondía, pero él mismo entendió que no podía declinar la maravillosa petición de aquel ofrecimiento. Aceptó con la seriedad de una mirada de aprobación.

(...)

Había llevado un bolso para traer sus pertenencias más cruciales, y así desistir de pedir favores a Jazmín, que ya se había convertido en una benefactora que escribía páginas llenas de esperanza en la oscuridad de Solarte.

Volvió al mismo mueble de esa noche, sentado como estuvo, pero con la pretensión de volver a gestionar una buena atención a Jazmín, pues no quería defraudarla en una mudez de habla y pensamiento. Fue un calco exacto de aquella noche pusilánime: la repetición de las bebidas y el pan, los algodones de Jazmín que no se diferenciaban, y el frío de afuera que contrastaba con firmeza ante el joven calor que entraba en el apartamento.

Solarte, volvió a reconocer aquel sentimiento que no se podía pasar por alto con denuedo: la tranquilidad. Una increíble que le rodeaba con embeleso. Luego, una inquietud le recorrió en las discusiones que llevaba consigo mismo.

«¿Por qué me siento tan bien aquí? ¿Qué tiene este lugar?», discurría en una curiosidad rutilante, Jazmín pasaba de lado a lado como un lazarillo que buscaba un nido. Al final, se sentó para platicar, porque Solarte estaba dispuesto a hablar.

El caótico arte de amar demasiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora