Al día siguiente, como si fuera un habitante del país de los deseos, Solarte fue decidido a encontrarse con el paraíso financiero que le reservaba de siempre: su maravilloso bufete de empleados contables, dedicados a la exclusiva labor de trabajar para él cuando los tiempos se fermentaban de rudeza y mezquindad.
No obstante, al entrar, su fraguada imagen de buena energía se había evaporado en el sitio. Se dio cuenta de que el viejo Ruperto lo había abandonado. Solo quedaban los gemelos, ya que Julieta no había regresado.
—¡Jefe! —corrió Alexis a su encuentro, Mauricio no estaba. Solarte, sin saludarlo, furioso e impactado por tales imágenes de enflaquecimiento hacia el lugar que veló con esmero durante años, supo que ahora se veía reducido a una vela de poco esperma.
Alexis contó, paso a paso y sin expiación de culpas, la cronología del eventual naufragio que los había establecido al margen de la desgracia. Las empresas del sector y gerentes de relevancia, que pasaban solicitando asesorías financieras y consejos básicos para el sostenimiento de sus recursos, habían rescindido los contratos producto de la desconfianza que les generaba el bufete, pues sin el valioso elemento del señor Ruperto, muchos clientes se daban de baja al encontrar a dos jóvenes dirigiendo una asociación de renombre. Se fastidiaban especialmente al observar la desaseada imagen de Alexis y su corbata fosforescente, que se había transformado en un fango oscuro de incontable suciedad.
—Cámbiatela —le dijo Solarte, muy seriamente, mientras la sostenía con furor a una mano y reprochaba la historia con gestos de indignación.
—Sí, señor —aceptó Alexis, decaído por haber sido uno de los grandes causantes de la apertura en ruinas.
Después, el mismo Alexis, con vergüenza por descargo y hasta para regalar, le comenzó a enseñar los dividendos, gastos, inversiones, pasivos y distintos aspectos económicos. Solarte observó que tenían una proyección absolutamente idónea para entrar en el universo de la quiebra.
—Tendré que volver a trabajar —enunció con incomodidad, entendiendo que era lo único que le quedaba de valor para salvaguardar. Porque no quería sucumbir y ser el patrono de un nuevo concepto de decadencia y mediocridad.
(...)
En el siguiente turno, se cercioró de los baluartes que eran irrisorios del negocio, gestionó con jerarquía varios vacíos de poder y mejoró aspectos económicos para sus trabajadores. También diligenció una supresión de gastos, que sobraban e influían con importancia en el balance general: eliminó almuerzos mañaneros; vacaciones pagas, prestación de servicios y liquidación de viáticos, que reducían un buen tramo del capital presupuestado a finales de mes.
—Esto es lo que le corresponde jefe... —puntualizó Mauricio, que había llegado, mientras entrelazaba sus manos con nerviosismo e imprudencia, llevando ante Solarte el consignado mensual que le tocaba por correspondencia. Era una suma de dinero paupérrima para lo que había considerado, y le dolió en el alma verse hundido tan abismalmente.
—¿Tienes más? ¿Tal vez el doble o triple que eso? —dijo titubeando y negándose a recibirlo, entretanto bajaba la mirada con indolencia, sabiendo que intentaba desfalcar su propio estatuto y patrimonio sagrado. Solarte parecía a momentos un excelente contador, y en otros, un completo inadaptado de clase superior.
—Pero, si le entrego esa cantidad, estaríamos... —balbuceaba Mauricio, Solarte prosiguió:
—Lo sé, pero lo restableceré. Conozco qué hacer en estos casos. Pero por ahora lo necesito para hacer una inversión muy importante...
Una llamada había entrado desde su teléfono, se distanció del bufete y atendió.
Eran del hospital, le habían pedido que declarara ante la policía los atropellos hacia la doctora y su intención de transgredir a su padre, si no lo hacía, ya no le permitirían más la entrada. Solarte, se encogió de hombros, y sin importarle un carajo, tan solo colgó sin temor a represalias, poco le interesaba su familia en aquel momento. Él solo tenía en el pensamiento a una mujer que estaba decidido a localizar como fuese.
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El caótico arte de amar demasiado
General FictionJuan Solarte se divorció hace semanas de su queridísima esposa en una noche para el olvido. Hoy, luego de divagaciones mentales y llorar por tres horas seguidas, concluye encumbrar su vida hacia una decisión inexorable: amar y seguir amando para no...