Capítulo 22

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Las cosas fluían con una normalidad de espanto para Solarte, pese a haber perdido casi todos los bienes y personas capitales de su vida: Don Salvador se estaba recuperando, pero seguía en observación, James había desaparecido del mapa con Estefanía como si fueran perseguidos por la ley, y las demás mujeres que conocía, vivían atolondradas en el universo de sus caprichos. A Solarte solo le restaba visitar el bufete para hacer el último reconteo de sus posesiones.

Pero había algo que le daba vergüenza reconocer y no lo expresaba con claridad por la precipitada intromisión de su orgullo masculino, porque una buena parte del reposo de sus emociones, se debía a la entrada fundamental de Jazmín.

Con relevancia ya habían pactado varias citas, algunas con beso incluido, palabras de afecto y mutuo entendimiento, sin todavía llegar al amor pasional. Solarte y Jazmín eran una pareja sin serlo de verdad, y aquella forma de noviazgo, adornada de libertad, existía bajo las condiciones del respeto y la cooperación entre ambos.

Solarte se había vuelto menos silencioso y más amable; algo indiferente, pero con la contradicción de preocuparse por los que amaba, aunque no lo profesara con actos de servicio. Solarte en el fondo estaba feliz, pero no lo suficiente, pues seguía con el corazón roto desde la tarde de los tribunales, y desconocía si podía lograr el intento de hacer que el amor lo salvara. Asimismo, intuyó que el amor era una cosa rara y sin mandamientos, que entre más se presionaba menos lograba atornillarse. Ambos estaban al corriente de un crecimiento paulatino, acompañados de la fuerza del tiempo y el buen uso de sus espacios personales.

Solarte había entrado al bufete por sorpresa mientras discurría, y cuando echó un vistazo por alrededor de las instalaciones, enseñó una sonrisa de satisfacción. El bufete se había transfigurado hacia una inesperada utopía de capacidad plena, dispareja en comparación a la revoltura de la última vez.

Las paredes estaban pintadas de verde manzana, había escritorios nuevos; una sala de espera con más asientos (muy cómodos de hecho), ampliación de pasillos de ingreso y un aviso publicitario de luces parpadeantes. Era moderno, esperanzador y hacía invitación a una revolución. Mauricio pronto se acercó, le entregó el pago correspondiente al mes con un abono extra por la confianza dada y, luego, le dio las hojas del balance general de la empresa.

Las ganancias eran exponenciales: había incremento de acreedores y la salud financiera del inmueble era una realidad tangible, constante y directa.

—Gran trabajo —dijo Solarte visiblemente formal pero agradable.

—Gracias jefe, es un placer trabajar para usted —le dijo Mauricio sonriente, entregado al regocijo del buen hacer.

La fusión del compromiso de los gemelos Reyes había generado un ajuste positivo en el crecimiento de los dividendos, ya que mientras Alexis dirigía el área financiera y la tesorería, Mauricio procesaba nuevos clientes y salvaguardaba la imagen de la empresa con una insignia de cordialidad. Solarte tenía el consuelo de saber que contaba con ellos para lo que fuera, y deliberó en aumentarles el sueldo por su buena voluntad, pero desistió con indiferencia de aquella predisposición, decidiendo irse para continuar con sus planes. Ni siquiera se despidió de Mauricio ni le agradeció más por la admirable gestión.

(...)

Solarte estaba en la calle esperando un nuevo encuentro con el amor. Sin embargo, antes de tornarse sentimental, se redujo a un hecho inverosímil:

«¿Será que estaré por el camino correcto? ¿O volveré a la realidad de mi antigua esposa?».

El conflicto interno de Solarte todavía estaba rodeado en un haz de desavenencias y pausas extrañas. Quería amar, imploraba entregarse al mejor de los sentimientos, pero tenía un freno, una palanca obstructora de sus deseos más íntimos. Pero su mejor carta de presentación ante el dolor, era luchar con toda la sumatoria de sus fuerzas.

El caótico arte de amar demasiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora