Capítulo 18

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Después del divorcio con su antigua mujer, la vida le pasaba en cámara lenta. Aunque los meses le seguían siendo crueles, porque se perdían ágilmente sin enfocar el verdadero amor como el más grande de los sentimientos, sin lograr distinguir ese precioso comportamiento que se va entibiando como un café caliente que es servido en mitad del iceberg.

Solarte había vivido todas las etapas infelices que un individuo podía experimentar, y aunque estaba lejos de la muerte hasta ese punto, comprendía que el tiempo le hacía la interesante oferta de apropiar las cosas con serenidad, para así, entregarse a un fin breve.

Sin embargo, la inmadurez de su corazón estaba en un paraje álgido. No aplicaba lo que profesaba en su libertad, era usurero para conversar, de poca sonrisa, y tampoco quería recibir ayuda profesional. Evitaba las citas con el terapeuta como un travieso que esquivaba enanos, y aunque su vida era surreal y disparatada; por lo menos, investía la tranquilidad suficiente para dormir unas cinco horas seguidas (sin interrupciones).

Pero dentro del gran misterio en que se hallaba Solarte, la felicidad era su carácter más indescifrable, y eso le condenaba a una frustración ineludible, que tenía una connotación absurda por el día que estaba siendo: era su cumpleaños.

Al medio día, Solarte aún seguía en el hospital como acompañante. Llevaba días en el mismo lugar, y estaba esperanzado que su fortuna cambiaría para aquel día, pero ya descubierto, no recibió ninguna llamada, aviso sorpresa o invitación para salir a comer. Estaba como siempre solo, abandonado ante la cruda realidad de no contar para alguien.

Incluso su padre, como típico paciente de cuidados excepcionales, no sabía ni qué fecha estaba viviendo porque era un fantasma que daba latidos. Y de igual forma, Solarte lo conocía, sabía que tampoco lo hubiera recordado si estuviera en condiciones normales.

Así que, medio renegado y dentro de un letargo de luces intermitentes, salió del hospital a tomar una bocanada de aire. Una vez fuera, pisando fuertemente la calzada que le gritaba que estaba de vuelta al ruedo, sondeó no devolverse por un buen rato.

Sin embargo, no avanzó mucho realmente, pues terminó estacionado en los sentaderos de las afueras del hospital. El día estaba siendo insignificante como su vida, y el estómago le resonaba inquietudes sin respuesta. Pese a ello, Solarte no tenía la menor intención de terminar socavando una realidad que le suscitara otra calamidad, y por eso, optó por la quietud. Pero ahí estaba de nuevo, reflexionando en soledad, mientras vivía preso de la tóxica idealización a sus relaciones personales, atrapado en la fervorosa creencia de merecer afectos, de ser amado con insistencia, y quizás valorado mediante sinónimos que le cotejaran la egolatría.

Pero después, una tenebrosa profundidad caló en su alma, sus oídos le tocaron una nociva sinfonía parecida a la melancolía. Y la noche, se presentaba con la certificación aprobada para desencadenar un mar de lágrimas en el corazón.

Se sintió vulnerable, concentrado en una historia nefasta de prolongada infelicidad, y simplemente rompió en llanto, uno horrible que no advertía a nadie, y mientras los individuos transitaban de arriba abajo, especulando sobre él con la premura de decir que se le había muerto un familiar muy importante. La única verdad cierta era que lo mataba el dolor de ese recuerdo de su querida ex esposa, cantándole feliz cumpleaños en cada año, el mismo día de ese mes, por todas las celebraciones que recordaba de antes.

Él era el muerto que tenía una vida y la desconocía, incluso parecía estorbar sobre ella misma, porque solo existía para darle sentido a la tristeza y así poder abarrotar al universo de un lamento imperecedero.

En medio de la rotura de aquel punto de quiebre absoluto e irremediable, alguien le sobó el hombro con delicadeza. Solarte alzó la cabeza con la rapidez del ciego que volvía a ver y se encontró a Jazmín, vestida de querubín y brazos impecables para descontar penas, y tal vez, hasta para sobrellevar aflicciones.

El caótico arte de amar demasiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora