Capítulo 30

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Aquella noche del llanto fue la última vez que Solarte se llegó a Jazmín, pues había entrado en un bache que le sustraía las fuerzas del deseo y de la ambición de soñarla apoyada en su hombría. Pero se imaginó que era absurdo, ya que, pese a haber palidecido tantas tristezas en vida, observó que un asunto no tenía nada que ver con el otro. Y aunque no lo supiera, sí conservaba una relación tan estrecha que cualquiera no lo habría pasado por alto. El amor estaba más cerca del dolor de lo que se podía creer, y más cuando había un corazón indeciso, preso ante la indiferencia de hallar solución.

Sin embargo, Jazmín y Solarte habían decidido intentarlo con todas sus fuerzas para volver a estar preparados para la gloria. El primer día del mes impactaba con una aureola de esplendor, en un brillo incesante que contagiaba a la noche de sensaciones térmicas, alegres y mágicas.

Solarte estaba tranquilo, impregnado de esperanza. Jazmín, por su parte, se hallaba timorata mientras pedía entre anhelos con sus oraciones al Señor por su pronta restauración.

Había cambiado, ahora era un hombre más maduro, pero mucho más silencioso. Más enfocado, pero contradictoriamente distraído y confuso a grandes escalas. Solarte presentaba una bipolaridad personal, un trastorno paralelo a sus esfuerzos, porque en definitiva era una persona distinta a como fue con Jazmín desde un principio.

Pero Solarte estaba concentrado, dispuesto a hacerla mujer cuando ella quisiera y lo pidiera. Su orgullo estaba en juego en conjunto con el ego. Jazmín le había tendido la mano, endulzándolo con palabras de amor, de picardía, de soñarse siendo del uno y del otro, de ambos y del ahora.

Solarte no se contuvo y fue a por ella, la guerra ya estaba dispuesta, todas las armas estaban en su sitio. Comenzaron lento, no quisieron apresurarse y arruinarlo, luego subieron el tono, cambiaron de la tela a la piel, y después los besos hablaron por sí solos.

Eran patrocinadores de lo inolvidable, existían en un campo llano que ya no tenía asperezas, porque se suspendieron al ámbito del suspiro esporádico, prendido con ahínco desde el raudal de sus corazones.

Luego a Solarte le vino la hora de la verdad, porque brotó en Jazmín, un maná de insostenible definición, un estreno de infinito deleite y una mina más brillante que el oro.

Solarte recostó su órgano sobre aquella flor de pétalos húmedos, que lo reinsertaba al poderoso deseo de la unión del ser, y apuntó al llamamiento divino con el gozoso esfuerzo del que deseaba encarnarse. Sin embargo, algo avanzó como un rayo de nostalgia y Solarte no sintió deseo ni placer al verla, porque no concibió esa llama tan heroica que parecía nuevamente extinguirse y desaparecer al paso de lo inexplicable. Fue en un parpadeo que todo cambió, y así entendió que estaba en problemas.

Jazmín lo sufrió al instante, y con vergüenza se resguardó como pudo en la apremiante fractura de su ilusión estéril. Jazmín comenzó a lagrimear producto de la insatisfacción de un nuevo intento fallido. Solarte le acarició con paciencia, su semblante era de aturdimiento porque no entendía qué le sucedía, no magnificaba ni aseveraba qué pudiera ser, estaba sin discurso.

—Discúlpame... —admitió adolorido, Solarte entendía que cada fallo le sumaba un dolor insostenible a Jazmín. Pero a él no parecía hacerle ni cosquillas, y ese llamado tan extraño de atención, le asombraba de sobremanera, porque se preguntaba si de verdad la amaba.

Jazmín, mientras tanto, se unió al silencio como su único apoyo en una noche de perros, recibió las caricias de Solarte más por inmediación que por apoyo en la calamidad, y estaba desolada, perdida en un desierto del tamaño de una cama.

» Ya lo decidí.

—¿Qué cosa? —preguntó Jazmín en un susurro, con el tono de voz desalentado.

El caótico arte de amar demasiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora