El mes todavía no terminaba y Solarte ya había pasado por todas las transformaciones que un ser humano podía concebir: desde la inmundicia y el llanto por la risa, hasta socavar en el dolor más duradero y nostálgico, para así finalizar con el principio del comienzo.
Salió del hospital como una inaudita creación de la existencia, como un hombre que recuperaba la facultad de pensar al tiempo que respiraba y daba pasos de independencia. Los doctores le habían dicho que gozaba de buena salud, y que; de seguir así, se mantendría con muchos años de vida. Así que muy lejos estaba la posibilidad de acompañar a sus padres. Sin embargo, tenía grabado en su cabeza de terquedad, la resolución terminante a un escenario de pesadilla, y aunque no creyera mucho en ello, entendía que debía intentarlo; porque si no lo hacía, esas voces, demonios y fantasmas harían mella en él, hasta desencadenar una vejez en ruinas.
Solarte vivía en una solitaria compañía, en una triste felicidad, porque era la unión de las contradicciones bajo la viva muerte de la extraña normalidad. De lo adverso, dificultoso y complejo que siempre se mezclaba en él, para hacer un siniestro a sus grandes amigos y conocidos.
Poseía una soledad de proporciones universales, y luego descubrió que nada sabía existir después de ella. Sus días se habían vuelto un comienzo en falso, unas llamas que nadie encendía, y un intento desesperado por conseguir la felicidad y quedarse a mitad de camino.
Solarte persiguió de nuevo el lugar que siempre iba a visitar, pero lo hizo por una ruta de fácil acceso, de las que caminaba en un pasado de alegría. Pensó en un montón de inquietudes, y le nació la duda en cada confín de la piel. Después se puso a rememorar todo lo que fue gran importancia.
Recordó a su buen amigo James, que honraba en su memoria de maldecido, como el principal promotor de que continuara con vida. Una cosa que nunca había entendido de él, pero a la vez valoraba con el alma, era que James quería más su amistad que la relación que sostenía con su mujer. En especial, porque Solarte sabía que James conocía sobre su estilo de vida, y del cómo utilizaba la hechicería para estirar un sentimiento que solo podía perdurar desde lo natural. Por eso, su principal condena, fue confiar a ciegas en una persona que podía destruirlo cuando quisiera.
Luego se le vino al pensamiento la dolorosa vida de su padre don Salvador, que le había ocultado de forma increíble la verdad de una historia que casi terminaba llevándose a la tumba. Gracias a eso, Solarte descubrió que su madre no era tan perfecta como creía. También reconoció que su padre no era un mal hombre, solo se había desventurado en sufrir con silencio el castigo de no hacer florecer la verdad, y del nacimiento de aquel producto mutante, gran parte de las consecuencias de su decisión, terminaron ahogando su corazón hasta el día de su muerte.
Después le recorrió un vástago que le centelleó en el cráneo: su grandioso bufete con décadas de trabajo y dedicación, que había empezado a agonizar desde la inimaginable partida de Mauricio, mediante la inexperiencia de Alexis, a manejar los recursos de un área que no concernía a su habilidad. Asimismo, recordó a Julieta cuando desestabilizó al grupo de trabajo con su sensualidad, provocando el despido masivo de varios trabajadores, como los antiguos bedeles y miembros de seguridad. Y por supuesto, la sensible marcha del viejo Ruperto, el contador más infravalorado y amable que tenía la empresa. Porque desde que estuvo fuera, el bufete nunca volvió a ser lo que era.
En la última reflexión, le pidió a Dios, desde su corazón y mente, que bendijera a Jazmín con un hombre que estuviera a su altura, y no con alguien que la hiriera de forma consecuente, permanente y descarada.
Solarte había llegado al lugar reservado. La tarde era diáfana y amigable, el viento arreciaba un mecanismo para el recuerdo y las calles estaban transitadas, pero no lo suficiente como para estorbar en masas de gente. Pensó en verse con el vecino de siempre para agradecerle el buen gesto de cuidarle, pero no lo encontró disponible. Solarte vaciló, pero finalmente fue con desparpajo a abrir la reja oxidada. Después, utilizó las llaves que obtuvo en el día del encuentro y abrió la puerta. No se le hizo complicado en ningún momento, pues aquellas llaves abrían lo que fue parte de su vida entera.
El polvo contaminaba el inmueble, lo había desgastado con rigor y sin previo aviso. Pese a eso, las paredes aún brillaban en sus mosaicos espectaculares, las baldosas estaban firmes, imperturbables, y los techos parecían perfectos, como si el mismísimo cielo los hubiera conservado. Las posesiones estaban en su sitio de siempre, los envases continuaban relucientes, y las maquinarias presentaban la falta de uso, pero seguían funcionando con trapo y la maravilla de la electricidad.
Solarte subió al segundo piso y avanzó hasta llegar al salón principal, en donde encontró el comedor refinado con una estela de aserrín que le cubría de polo a polo, por la constancia del descuido. Al instante, presionó con su dedo índice por el vidrio cubierto, se colmó de briznas, y luego se esparció la suciedad en el gabán. Vio los cuadros de lujo, los estantes con libros clásicos, y de último, detalló la mesita de noche que tenía la fotografía de un matrimonio roto. Pronto ubicó el gran ventanal, que daba vista al hermoso paisaje de la ciudad, que dividía el urbanismo a dos tercios iguales. Se aproximó con solicitud, y abrió de par en par cada extremo de la abertura.
El aire entraba con avivamiento, la luz resurgía como fuego imprudente y el hogar se abarrotaba de una esencia prístina, diferente e interesante.
Mientras todo eso pasaba, Solarte hizo de nuevo las cuentas y sintió una inquietud fisiológica, una insólita cuota de misterio. Un raro golpe en las entrañas lo arrinconó a la suma de una única verdad: hubo una sola persona que no numeraba en su vida, ya que permanecía atrapada en un trono oculto del que nadie conseguía llamar, porque solo él podía hacerlo desde su corazón y bolsillo. Discrepó en que era una estupidez, creyó ser burlado, admitió que era incluso una locura, pero la decisión estaba tomada desde antes de salir del hospital, e inclusive muchísimo antes de la primera noche que vivió con Jazmín.
Casi tres semanas y dos días habían pasado desde aquella noche. Solarte sacó el teléfono, esperó tres segundos e intentó respirar, pero se ahogó con el polvo, los blancos del viento y su soledad. Ágilmente se repuso con fuerza, transitó más allá del ventanal, y se acodó en un alfeizar que también polvoreaba. Todo había transcurrido como si fuera un año sabático.
Una voz familiar le contestó con impacto, y Solarte, sonrió como un desgraciado al recordar que menospreciaba el último consejo de su difunto padre. Pronto respondió con atención, sin parecer tan afectivo o romántico, pero al final terminó siendo un querendón:
—Hola, Vero. ¿Dónde estás ahora? Te espero en casa.
Y como el gran contador que algún día fue, Juan Solarte supo contar fácilmente con su tono de voz, la ansiedad de sus manos y el ritmo de su corazón, que era un hombre predestinado al caótico arte de amar demasiado, tal como le dijo la bruja.
FIN
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El caótico arte de amar demasiado
General FictionJuan Solarte se divorció hace semanas de su queridísima esposa en una noche para el olvido. Hoy, luego de divagaciones mentales y llorar por tres horas seguidas, concluye encumbrar su vida hacia una decisión inexorable: amar y seguir amando para no...