Era de madrugada, el frío era de muerte y Solarte se zarandeaba por todas las praderas intentando encontrar un refugio para atinar un descanso. Pero entendía, con brillante razón de pensares, que, si se quedaba a dormir esa noche en el hielo de la ciudad, moriría de hipotermia o «suicidio». Revisó el teléfono, tenía para una llamada y no dudó en hacerla.
(...)
Una hora después, Solarte estaba en un hermoso lugar, recogido entre sábanas y toallas que le calentaban el ánima y lo aparcaban al deseo de querer vivir. Un chocolate caliente (mucho mejor que la porquería servida en casa de James), y unos "croissants" recién elaborados de manos loables y fraternas.
Detalló palmo a palmo aquel hogar: las paredes blancas como las nubes, el alfombrado de un verde que daba gusto mirar y acariciar, y las cortinas impecables, pulcras, como si se hubieran comprado hace un par de horas. Luego, fijó la vista rápidamente hacia su bebida achocolatada que apenas humeaba después de sentir pasos recogerse hacia su cercanía.
—Puedes tener la confianza de estar seguro aquí. No tengo mucho porque apenas me mudé, y como no soy tan pretenciosa o vanidosa en lo que debería, se observa que hay poco, me disculpo por eso...
Era Jazmín, caritativa y en pijama de gruesos algodones, con la energía serena y enteramente agradecida con el Señor por tener una compañía para la noche. No dudó en aceptar el llamado de auxilio de Solarte.
—Han pasado muchas cosas hoy. Creo que nunca había tenido un día así.
—Ya se terminó, es medianoche, estamos en uno nuevo. Puedes estar tranquilo, la oscuridad no dura para siempre.
—Eso espero... Porque estoy muy cansado. Quiero que todo vaya mejor.
Jazmín le escuchó, y nació de su corazón un anhelo inmenso por abrazarlo, atesorarlo como un bien preciado que merecía cuidados de amor, pero se detuvo al saber que era un hombre mujeriego y aficionado al placer de la mujer entregada.
—¿No tiene esposo? —le preguntó Solarte con atrevimiento.
—Vaya... parece que debe estar muy mal.
—¿Por qué?
—Eso mismo me lo preguntó hace algún tiempo, y muy bien sabe que yo no tengo nada con nadie...
—¿Lo hice? —se preguntó a sí mismo, desvariando en una enajenación momentánea, porque reciclaba momentos con Jazmín que no recordaba. Se creyó el peor de los hombres, pues ni siquiera se escribían en él, las conversaciones que había tenido con una mujer tan bienhechora y dispuesta al servicio de los demás.
—Sí, claro. Lo recuerdo... —señaló desanimada, reconociendo con pesar, que Solarte no le prestaba atención en lo más mínimo, no obstante, nunca lo culpó de ello.
Solarte bebió y guardó silencio. No procesaba con resolución la capacidad de articular una respuesta, así fuera de cortesía o para salir de la marcha.
» ¿Desea que conversemos sobre algo?
Solarte giró a verla ágilmente y Jazmín desvió su mirada hacia cualquier parte. En el fondo, ella deseaba resolver las preguntas del corazón de él, pero asimismo reconocía que no tenía el espacio necesario para entrar y poder ser atendida.
—Puedo escucharla.
—¿Le gustaría conocer mi historia? No es la peor que hay, pueden existir muchas iguales, pero es la mía y tiene un pequeño valor para mí que tiene alguna importancia...
—Adelante —señaló con leve interés, mientras retornaba a la bebida caliente y se llevaba un trozo del croissant a la boca.
Jazmín sonrió por reflejo y comenzó a decodificar las partes más importantes para que no se hiciera muy extensa la madrugada y apareciera el sueño como un aluvión de sereno.
ESTÁS LEYENDO
El caótico arte de amar demasiado
General FictionJuan Solarte se divorció hace semanas de su queridísima esposa en una noche para el olvido. Hoy, luego de divagaciones mentales y llorar por tres horas seguidas, concluye encumbrar su vida hacia una decisión inexorable: amar y seguir amando para no...