Capítulo 28

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Ya había avanzado una semana, y como siempre, el tiempo daba muestras de que no se detenía por nadie. Solarte había acertado en darse un viaje a la playa con Jazmín para extirpar la amargura de los sucesos inesperados, y estaban de regreso en la ciudad. Su amor se había fortalecido en extremo, ya que estaban sanándose constantemente, en especial Solarte, que era el más afectado, pues amaba a su mejor amigo y sabía que este mundo era muy insuficiente para la grandeza del alma que tenía.

Apenas al llegar, Solarte pronto salió de casa para ir a comprar utensilios de limpieza y bebidas para la cena, mientras Jazmín se quedó desempolvando paredes y barriendo los suelos. Cuando terminó de comprar, quiso darse una vuelta por el hospital para saludar a su padre, y otra también para echarle un ojo al bufete.

No tardó mucho para hacerlo, pues estaba a tan solo cuadras del hospital, en un momento se tomó el tiempo de agradecer que el bufete también le quedara cerca, pues era una bendición que apenas comenzaba a reconocer.

Al preguntar por su padre don Salvador, las enfermeras y el personal médico le aseguraron que estaba muy delicado en cuidados intensivos, y de pronóstico reservado por una arritmia cardiaca. No le dejaron siquiera acercarse para verlo desde afuera del cubículo.

«Qué mierda, ahora papá también está mal». Solarte deliberó que tenía mala suerte, pues ninguna noticia positiva asistía a su vida presentada de gala y sonrisa. Porque estaba en un desaire prolongado.

Mientras desengranaba aquellos malestares del ambiente que eran incontrolables para su voluntad, siguió caminando en línea recta para darse llegada al bufete. «Solo falta que esté cerrado», se dijo estando sumergido a la posibilidad de verse sorprendido. Y cuando llegó, descubrió el futuro con un talento de espanto: el bufete no solo cerraba, también estaba sellado.

Solarte se acercó con denuedo y pánico hacia la portilla de entrada, encontró una hoja del tamaño de una cabeza pegada de forma tosca e invertida en la tapia:

«Cerrado por noticia urgente. Lamentamos los inconvenientes, volveremos mañana».

—Ahora también soy adivino, sorprendente.

Solarte sacó el teléfono para llamar a Mauricio o Alexis, pero al instante se le perdieron las ganas de hacerlo y lo guardó.

Y cuando volvía a casa pensando que lo único bueno que le quedaba era Jazmín, Solarte decidió hacer un desvío de su ruta para tardar más tiempo. Descubrió así de nueva cuenta la localidad, transitó por las calles adyacentes que establecían negocios rebuscados; uno que otro de vanguardia, y con el arrojo de energía que le depositaban los nuevos caminos, se afianzó en pensamientos más centrados y singulares.

Cimentaba lo que debía de hacer ahora, en los propósitos que le correspondía desempeñar por el ajeno entramado de su vida, y pensó en el significado de valorar todo a su paso ante la inesperada despedida de las personas más importantes. Tenía que valorar las cosas pequeñas y hacerlas magnas; inmensas, abundantes en la memoria e incalculables en el corazón.

Sin embargo, cuando iba de regreso, se topó con el viejo conocido de los peores días de su existencia: al frente; en el otro lado de la calle, estaba el sitio de las damas de cortesía. El lugar que soñaba desde siempre para darle batalla al degenerado golpe de la traición de su ex esposa.

Solarte sintió un cosquilleo muy profundo en el pecho, enterrado e irrevocable, bajo el inobjetable deseo de hacerse sentir en aquel lugar tan rechazado por su sexualidad deprimida. También logró autopercibirse como un hombre débil, funesto, que estaba a metros de entrar a un sitio del que sabía no tenía nada bueno qué hacer. «Jazmín no se lo merece, ha sido muy buena conmigo», analizó con categoría.

El caótico arte de amar demasiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora