Capítulo 2

36 7 0
                                    

Tres semanas pasaron, y podían parecer hasta tres años si se engañaba al tiempo con éxito. Juan Solarte era un hombre de estatura promedio, con estilo conservador, cabellos negros y gabán clásico. Era un célebre contador desde finales de los noventa y un personaje correcto; pulcro, leal y romántico. Sin embargo, aquella vez estaba desaseado, olía a perro de refugio y fraguaba un semblante de vagabundo. Su barba superaba el mes y no se había cortado las uñas desde entonces.

En ese lapso, pudo comprender las bases de su nuevo asentamiento. El cuarto de huéspedes (donde seguía perpetuado) era ancho, de techo bajo y con un ventanal gigantesco. Tenía un diván verde pantano corroído por el desuso; una mesita que tenía de centro un reloj de arena primitivo, dos plantas que morían por ausencia de líquidos y un balde azul a una esquina para soportar goteras, lo único agradable era la cama matrimonial que utilizaba a veces para descansar porque prefería dormir en el diván. Había también al otro lado de la pared una puertecita de símbolos extraños, que contenía una longitud de la cual solo podía entrar un enano, inclusive estaba sellada, pero no le prestó mucha atención.

La puerta principal se había abierto, y James entró sin avisar. Solarte le admiró con la fuerza de la indiferencia.

—¿Vas a seguir sin responderme? —le preguntó, levemente airado. James había sido tan paciente con su amigo que se pensó que ya no lo eran—. Ha pasado casi un mes, ¿Crees que esto es vida?

Solarte bajó su mirada, y negó hacia un lado con una molestia inesperada. Abrió la boca para contestar, y expiró en nada, siempre hacía lo mismo. James se sorprendió.

—Bien, parece entonces que estoy tratando con un fantasma —Lentamente, se fue acercando hacia él para tocar su hombro; así hizo, y se agachó para estar al frente. Solarte seguía acostado con desaliento—. Juancho, me han llamado del hospital más de cinco veces, los del bufete también están enloquecidos. Mira la ventana, afuera hay atardeceres y noches estrelladas, tienes salud, aún no eres "cincuentón" y en ti está el talante de buen hombre. ¿No te parece suficiente?

Él seguía inanimado, adverso hacia la obligada implicación de vivir por capricho del universo. James se dio la vuelta, y salió contrito con la disposición de no regresar hasta el día siguiente, pero en contra de todo lo que pensó, la voz del silencio le llamó:

—Mañana comienzo de nuevo —dijo seco, como si hubiera aprendido a hablar de nuevo, pero a la perfección—. Dame hasta hoy, me alistaré y saldré a ver al viejo. Es hora.

A James le nació una sonrisa torcida, a espaldas del umbral, y se retiró. Pensó en su gran amigo y supo que no había más que hacer, porque al fin su intentona fue fructífera. Sin embargo, al regresar después, pensó estando lejos del cuarto que, su compañero y amigo de siempre, estaba en el reino de los miserables y no saldría de ahí hasta el día que se decidiera tomar las riendas de su vida.

(...)

En la aparición de una noche nublada, había una luna llena que abarrotó de luces al cuarto inerte. Venía en parpados oscilantes, pues el astro se ocultaba y descubría en fracción de minutos, y Solarte, observaba aquello con detrimento propio, aunque su escrupulosa y analítica forma de ser, le impregnaba de virtudes interesantes para salvarse de sus dolores.

En aquellas semanas, había olvidado que sabía engañarse con facilidad desde la juventud. De algún modo irónico, cesó de sus manipulaciones personales por un momento, gracias a los recuerdos de oro de la hermosa relación que sostuvo con su ex esposa.

Más de treinta años de conocerse a plenitud y veinte de matrimonio habían sido el pilar fundamental de su vida. Todo se lo dejaba a ella: sueños, deseos profundos, días espinosos y las finanzas. Era una confianza absoluta, sin reveses ni reclamaciones, pues nacían todos los días inundados en una pócima interminable de cariños, respeto mutuo y profunda admiración que crecía al paso de los años.

Solarte era el hombre ideal, dedicado a su familia con fervor. Tuvieron un hijo llamado Martín que falleció a la edad de ocho años por insuficiencia renal y no quisieron más desde entonces, pero sí tenían un perro apodado Tintín que correspondía a una raza mezclada entre labrador y dálmata. Vivían en una casa de dos pisos, céntrica y con fachada de caoba recubierta de barniz.

Era la vida perfecta para Solarte y su mujer, eso pensó hasta hace un mes, cuando de repente, le salió la escena más horripilante, asquerosa y detestable que alguien con un corazón amoroso pudiera ver. Algo que ni siquiera alcanzaba a imaginar en sus peores pesadillas.

No obstante, trataba de hacer movimientos repetitivos con las manos y la cabeza para distraerse de su nueva propensión al llanto. Le estaba costando, pero lo iba a superar. Eso creía con firmeza.

Pero de forma inaudita, en una chispa momentánea, encontró una resolución que le pareció tan perfecta como su vida pasada: abrió los ojos como lobos en jauría, acarició su cuello en soledad mientras reposaba los codos en el diván, y decantó la posibilidad de crearse un palacio de fantasía.

Descubrió otro amor dentro de él, hubo una persona más en su interior. Era alguien vasto, con fiereza para el amor y excelso en la razón. Al final, quedó pensando que desvariaba como loco en terapia intensiva, pues su cordura, había perdido en la balanza contra lo verosímil:

«Tengo 49 años, con algo de fortuna puedo encontrar a alguien más y crear una nueva historia de amor —se tocó la mejilla con toda la palma de la mano y comenzó a suponer—: ¿Hay posibilidad de que alguien se fije en mí? Según mis ex's (antes de conocerla a ella) la inmensa mayoría se había arrepentido de haberme descartado. Todas veían en mí, un hombre loable, recto, de valores esenciales y de una guapeza que había crecido con notoriedad.

» Mi empresa es acaudalada cuando me lo propongo y el grupo de hombres que me acompaña en el bufete están al filo de las ganancias y trabajos encargados; soy alto, bueno, no tanto. Me gusta la comida gourmet, también tengo dotes para la cocina y soy responsable en casa. Amo a los animales, no estoy atrasado en aspectos tecnológicos y tampoco tengo manías extrañas.

» No padezco problemas de salud, de hecho, estoy en un equipo de baloncesto y aunque casi no participe, sigo siendo parte de él. La ropa que uso es tradicional, algo mesurada y mi higiene personal está intacta. En el ámbito sexual siempre supe defenderme y mi porcentaje de coqueteo es dominante (o lo fue en mi etapa de soltería), y mi atracción hacia las mujeres no ha sido multitudinaria, pero sí la suficiente.

» A pesar de todo, tal vez no soy el hombre perfecto, quizás estoy omitiendo un aspecto tan importante en mí, que nadie podría decírmelo todavía sin, al menos, vivir algo de tiempo conmigo. Puedo tener mis fallas como ser humano porque nadie es perfecto, pero las facultades de mi corazón creo que son extraordinarias. Aunque mis temores sean igual de proporcionales a mi estabilidad mental, o guarden una relación estrecha con la paranoia, pienso que soy un castillo de arena bajo la protección de una sombrilla, tal vez esa es mi definición más acertada.

» Estoy cansado de descansar, harto de abandonarme en este cuarto húmedo que me está amplificando una muerte que deseaba antes, y que ahora aborrezco de tanto recrearla. Voy a conseguir mujer, una que sepa brindarme las necesidades que merezco, alguien de buenas atenciones, voluntariosa para la superación de jornadas siniestras, ama de un corazón inefable y caritativa con la expresión de los sentimientos. Debe ser hermosa, de ojos oscuros, quizás alta pero no tanto y no importa la nacionalidad. O tal vez sí, porque la imagino forastera de una Europa de antaño y, sobre todo, una ciudadana del mundo. Porque lo único que haré de ahora en adelante... será disfrutar a su lado, abandonaré el trabajo y dejaré todo a los demás contadores.

» Ellos me retribuirán con una paga quincenal y dividiré los balances para que haya equidad en los pagos, todos saldremos con ganancias y yo estaré feliz y contento, ahora buscaré el tiempo que perdí en estos veinte años y me encargaré de suministrarme la calidad de vida que estaba fabricando para la vejez. Nada puede salir mal si se compensa con esfuerzo. El camino que queda no es nada fácil.

Solarte se estableció en el diván para dormir, pero a última hora se pasó a la cama matrimonial para hacerlo más cómodo, fue su último sueño en esa cama y aquel cuarto, porque su vida al día siguiente, iba a cambiar para siempre. Estaba decidido ahora sí, con excelente sapiencia de hombre, a seguir la corriente de la felicidad con la mejor de las determinaciones.

El caótico arte de amar demasiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora