Capítulo 11

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En medio de un cielo estético, rodeado de nubes que desaparecían por la rapidez del viento, yacían Solarte y Jazmín, pacientes y vespertinos, pertenecientes de un silencio con características anodinas.

Estaban en una tienda donde vendían las famosas bebidas descafeinadas de la ciudad, en plena autopista secundaria, distantes al bullicio de los imprudentes y con la absoluta serenidad del contacto inmediato con la atención. En aquel instante, Solarte ni siquiera pensaba en algo tangible. Estaba ido, y con la meta puesta de reencontrarse con una noche que le hiciera revivir del purgatorio. Sin embargo, otra cosa le despertó la conciencia con desesperación.

Jazmín había dado un tosido incómodo, con muestras de esperar a que Solarte iniciara con la conversa. Él la veía por obligación, y no con gusto y aspiración. Pero Jazmín era diferente de cualquiera.

Jazmín era modesta, sencilla, pero con una mirada que penetraba hasta el más incrédulo, ella desbarataba los pilares de la indiferencia masculina. Pero Solarte no le importaba su presencia, porque su café (el que había pedido al llegar), se le había enfriado como si estuviera en un invernadero.

—¿Tiene trabajo? —Jazmín rompió el silencio con la potencia de la cotidianidad y no se contuvo más ante la tantísima pérdida de tiempo. Llevaban veinte minutos viéndose las caras sin decirse nada ni con gestualidades.

—No... antes tenía. Ahora solo me dedico a cobrar.

—Comprendo... —dijo al aire, denotando que la cita era un completo fracaso.

—¿Y usted? —le replicó de buena estima.

—Sí... ahora ando en un hotel, la paga y el tiempo me consumen casi todo el día, y el resto lo utilizo para mis cosas.

—¿Tiene novio? —preguntó desentendido, Jazmín se horrorizó.

—¡Por Dios! ¡No! Lo que hago es esperar a que venga el indicado...

—¿Y esposo?

—Mucho menos, ¿cómo podría tener esposo sin un novio?

—A veces se saltan esos pasos, ¿sabía?

—Pues no me parece —señalo mientras se cruzaba de brazos y esperaba otra respuesta, la incomodidad se había transformado en disputa.

—¿Por qué? Sea clara... es bueno aprender —Solarte por fin se había enfocado un poco en las palabras, y encorvó su espalda más al frente para verse como interesado.

—Los tiempos de Dios son perfectos, por ende, nunca aceptaría casarme con un hombre que no conozca primero desde el noviazgo. La vida debe ser llevada a buen pie, no corriendo y tomando decisiones a la ligera, ¿No le parece acertada mi forma de pensar? ¿No? Bueno, creerá usted que soy una mujer fácil a pesar de mi apariencia, pero es algo que no aceptaría nunca, de ninguna manera.

—Vaya... entonces usted y yo nunca estaríamos juntos. Sería imposible —admitió Solarte cuando al fin se dignaba a tomar un sorbo del friolento café de la mesa. Los ánimos estaban caldeados y la connotación del encuentro había cambiado a otras perspectivas.

—Nada es imposible para Dios —profirió con fuerza, sin embargo, se sintió extrañada de tal contestación. Luego las palabras de Solarte cobraron sentido con lo que dijo:

—Yo lo hice de ese modo... Me casé sin conocerla y lo hice en el matrimonio ¿Cómo cree que nos fue? ¡Pues maravilloso! ¡Parecíamos dos niños que habían encontrado una diversión eterna con acompañante! Pero nada de eso existe... por eso le vuelvo a decir, ¿Cree que tiene la razón?

—Si lo que dice se trata sobre su relación, podría ser que Dios no la aprobó. Vino en un momento que ustedes se distanciaron de su camino y llegó el castigo. Tal como me dijo el día de la boda, se imaginó que hacía las cosas bien, pero hubo un fallo de su parte.

El caótico arte de amar demasiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora